La decisión de matar: la trastienda política de la masacre de Tiananmén
La represión militar de las protestas y sus miles de muertos formaron parte de una lucha por el poder en el seno del Partido Comunista Chino, según investigaciones académicas recientes. Se cumplen 34 años de aquel sangriento suceso
El exilio de la memoria: el recuerdo de Tiananmen se desvanece en Hong Kong
Corresponsal en Pekín
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Iniciar sesiónFue un truco de magia: la mirada del público estaba en una mano mientras lo verdaderamente importante sucedía en la otra. Un macabro truco de magia que dejó miles de cadáveres. El mundo entero seguía con atención el movimiento de protesta que tomó la plaza de Tiananmén ... , en Pekín, en los días previos al 4 de junio de 1989 y su fatídico desenlace cuando el Partido Comunista Chino acabó por lanzar al Ejército contra los manifestantes. Sin embargo, la clave no subyace en lo que ocurría en las calles de Pekín, sino en las reuniones secretas entre los jerarcas del régimen y sus juegos de poder.
Han tenido que transcurrir 34 años para que el tiempo y la reflexión académica comiencen a iluminar las tinieblas de aquella noche.Yang Su, profesor de Sociología en la Universidad de California Irvine, ofrece una de las más reveladoras en un libro de reciente publicación, de título 'Deadly Decision in Beijing' -'Decisión Mortal en Pekín', por editar en español-. En él se sirve de los materiales que han ido viendo la luz, desde informes filtrados por desertores hasta los diarios de los protagonistas, en una labor de espeleología histórica que ni siquiera desdeña las conversaciones de ascensor entre los miembros del Comité Permanente del Politburó o las palabras sueltas que llegan a oídos de sus guardaespaldas. Un mosaico que aúna todas las historias de la historia, pues la claridad moral no está reñida con la complejidad analítica.
«Ninguna historia definitiva de las élites políticas de la China comunista es posible hasta que el régimen abra sus archivos para la investigación», concede el autor en su introducción. «Hasta entonces tenemos que trabajar con lo que está a nuestra disposición para avanzar el conocimiento, por definición un trabajo en marcha». Esta misma restricción caracteriza a otras cuestiones por resolver, como el origen de la pandemia, pues ningún colectivo a nivel global es a la vez tan poderoso e impenetrable. Sin embargo, la investigación de Su permite intuir la causalidad de los hechos, día a día, persona a persona.
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El académico desafía así el marco narrativo que ha guiado la interpretación de Tiananmén y presenta uno propio a partir de una premisa fundamental. «El proceso político a la hora de gestionar las protestas fue guiado más por las preocupaciones sobre la distribución del poder dentro del Gobierno que por la ruidosa agitación exterior». Es más, «bajo la superficie había otra emergencia real en marcha: una crisis en el plan de sucesión» de Deng Xiaoping.
Juego de poder
«Deng edificó su mandato no sobre la noción de ser el heredero de Mao, sino sobre la de deshacer el sistema maoísta de liderazgo personalista y mandato de por vida». Purgado hasta en dos ocasiones, integró a los conservadores en un liderazgo colectivo e inició la reforma económica. Aunque controlaba el poder, repartió los puestos clave entre Hu Yaobang como secretario general y Zhao Ziyang como primer ministro. La incapacidad del primero para sofocar unas protestas estudiantiles en 1986 acabó con su dimisión, y su fallecimiento provocó una nueva oleada que desembocaría en Tiananmén.
Las movilizaciones funerarias, iniciadas el 16 de abril, pronto se volvieron políticas. Zhao, elevado a secretario general, ordenó mantener la calma pese a las presiones del nuevo primer ministro, el conservador Li Peng. Aquí tiene lugar uno de los giros críticos: el 23 de abril Zhao inicia un viaje oficial a Corea del Norte, dejando a Li al mando. Una decisión extraña, pero fundamentada en la aparente confianza de Deng. Meses antes el líder le había insinuado su inminente retirada para dejarle al frente, planes reiterados antes de que abandonara el país, quizá con intenciones veladas.
Li intensificó el discurso sin pasar a la acción, aunque logró fijar la interpretación oficial en un editorial difundido por la prensa estatal el 26 de abril, el cual caracterizaba las protestas en términos amenazantes que dispararon la movilización. Ahora bien: el contenido de este texto no provenía de Li, sino que reproducía punto por punto una conversación privada mantenida con Deng días atrás.
Desde Corea del Norte, Zhao solo pudo apoyarlo. A su regreso el 30 de abril trató sin éxito de reunirse con Deng. Ante esta reveladora negativa, Zhao inició durante las dos semanas siguientes una «insurgencia burocrática», convertido en un agente del cambio desde dentro del sistema, permitiendo por ejemplo que los medios estatales realizaran una cobertura libre de las protestas.
Solo un elemento escapaba a su alcance: revertir el editorial, convertido en una cuestión vital para los manifestantes, pues su ilegitimidad impedía una retirada segura. Estos estaban atrapados en la dinámica radical del movimiento y, a su vez, sus exigencias dejaron sin espacio de actuación al frente reformista. Las opciones se disiparon por completo con la huelga de hambre iniciada el 14 de mayo y la posterior ocupación de la plaza.
Ese mismo día Zhao consiguió por fin entrevistarse con Deng. Asistió también Yang Shangkun, amigo personal del líder y su mano derecha en las fuerzas armadas, con quien había mantenido un encuentro previo dos días antes. Entonces, bajo la apariencia de un intercambio de impresiones introducido por la fórmula «¿Qué te parece...?», Deng expuso su pretensión de deshacerse de Zhao y sustituirle por Jiang Zemin, a la sazón secretario del Partido Comunista en Shanghái. Deng cerró la conversación con una sibilina pregunta: «¿Qué tal está el Ejército?». No hacía falta decir más: su voluntad había quedado clara.
A partir de entonces el curso de los acontecimientos se vuelve frenético. El 17 de mayo Deng convoca una reunión en la que declara la ley marcial. El 18 Zhao dimite y en la madrugada del 19 acude a la plaza donde, emocionado, pronuncia el último discurso público de su vida, la inaudita disculpa de un líder comunista. «Mis jóvenes camaradas, hemos llegado demasiado tarde. Lo sentimos tanto». Zhao pasaría el resto de sus días bajo arresto domiciliario. También el 19 Jiang es nombrado secretario, y en la noche del 3 al 4 de junio más de 180.000 soldados chinos abren fuego contra su pueblo.
«La decisión tomada en nombre de acabar con las protestas fue una jugada política cuyos objetivos apuntaban en otras direcciones. Deng consiguió satisfacer varias demandas con un solo golpe: reforzó su poder, acabó con las protestas, retiró a Zhao como secretario general y formó un nuevo liderazgo para seguir adelante con su reforma», sentencia Su. En términos humanos, el coste es un misterio. Las investigaciones del sinólogo canadiense Timothy Brook a partir de los datos de la Cruz Roja lo cifran en 2.600 vidas. «Una mancha en la biografía de quien de otro modo hubiera sido un gran hombre».
Crimen y recuerdo
¿Por qué seguir hablando de Tiananmén, 34 años después? En primer lugar, porque el truco de magia se cerró sobre sí mismo para hacer creer que en realidad nada había sucedido. Las protestas y su sangriento final representan una memoria erradicada por la hermética censura del régimen. El imperativo periodístico obliga, por tanto, a recordar que la magia no existe: los muertos, muertos están.
En segundo lugar, la raíz del problema ha reverdecido. Deng implementó una serie de límites y convenciones que institucionalizaron la transferencia del poder con el propósito de evitar un nuevo personalismo. El proceso se completó por primera vez de manera íntegra en 2012, con el nombramiento de... Xi Jinping, que desde entonces ha revertido el proceso, convertido ya en el líder chino más poderoso desde Mao. En el XX Congreso celebrado en octubre del año pasado inició un extraordinario tercer mandato sin heredero a la vista, por lo que podría haber como mínimo un cuarto.
Xi, que hoy tiene 69 años, tendrá entonces 79, cerca de los 84 de Deng en 1989. Ante este paralelismo, Su concluye con una tenebrosa advertencia. «China parece encaminarse hacia una repetición de la historia, en la que un líder supremo manda hasta que su avanzada edad y los problemas alrededor de la sucesión emergen de nuevo. Entonces, el espectro del próximo Tiananmén podría acechar en el horizonte».
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