Tulkarem, sitiada por un cinturón de hierro
Los centros urbanos de Tulkarem y Qalquilia ya no están ocupados. No se puede decir lo mismo de su periferia ni de las colinas que rodean a ambas ciudades de Cisjordania. Sitiadas por un cinturón de hierro, todavía declaradas «zonas militares cerradas», llegar hasta ellas es difícil y peligroso.
TULKAREM (CISJORDANIA). Majed Hatoum, «Víctor» como nombre de guerra, hace de guía. Vive en el centro de Tulkarem y ha padecido en primera persona, como el resto de sus 40.000 vecinos, una semana de ocupación israelí que teme vuelva a ser una realidad en ... las próximas horas o quizás en los días venideros.
Noticias relacionadas
La cita, junto a una fábrica de mármol cuya puerta de entrada está en la aldea árabe-israelí de Yad y la de salida da a la aldea palestina de Zeita.
«Zona militar cerrada»
Es el único paso factible hoy en día para llegar a Tulkarem, siempre que el vigilante privado de la fábrica colabore. Y es que pese a la retirada del «Tsahal» llevada a cabo durante la madrugada, se trata de una «zona militar cerrada» en la que están rigurosamente prohibidas la entrada y la salida.
Sin la ayuda de Majed resultaría imposible llegar hasta la parte liberada de la ciudad. Los carros de combate y los blindados israelíes apenas se han retirado unos kilómetros. Siguen al acecho y en apenas unos minutos podrían regresar al centro.
Antes de partir, el Ejército ha volado el Centro de la Inteligencia palestina. «Desde que entraron en Tulkarem, lo único que han hecho los israelíes ha sido dañar las infraestructuras e instalaciones de la ANP. Todos los milicianos más buscados por Israel huyeron antes de que llegaran las tropas. Han sido detenidas unas 50 personas, casi todas miembros de la Policía y de la ANP», comenta «Víctor».
Casa del último suicida
Como ejemplo, un caso muy ilustrativo. Por norma, cuando las tropas israelíes entran en una ciudad, una aldea o un campo de refugiados palestinos, lo primero que hacen es dirigirse a la casa de la familia del último suicida para demolerla. Aquí lo tenían muy fácil pues en Tulkarem vive la familia de Abdul Basset Odeh, el hombre bomba de Hamas que se inmoló en el Hotel Park de Netania la primera noche de la Pascua judía.
Mató a 27 inocentes y desencadenó la madre de todas las reocupaciones días después. Pues bien, durante la semana que las tropas israelíes han pernoctado en el centro mismo de Tulkarem, la casa de Basset Odeh, con su familia en el interior, no ha sido siquiera visitada o registrada. Otras casas han sido demolidas pero ésta no. «Quizás se reserven para la próxima vez», apunta «Víctor». Quizás.
La situación en Tulkarem es tranquila. La rabia va por dentro. Sus habitantes se emplean a fondo para devolver la normalidad a su ciudad. No lo tienen demasiado fácil. Las canalizaciones de agua están muy dañadas. Los postes de electricidad y de las líneas telefónicas yacen en el suelo. Los contenedores de basura están destrozados. Como muchos coches, aplastados junto a las aceras levantadas. Son las huellas de la invasión. Al menos hay gente en las calles. No como a lo largo de los últimos siete días.
Toque de queda
No sucede lo mismo en varias aldeas de los alrededores, donde prosigue la presencia del Ejército israelí y sigue vigente el toque de queda. De ahí que los dirigentes palestinos que todavía no están aislados e incomunicados denuncien como insuficiente, simbólica y temporal la salida de las tropas israelíes de los centros urbanos de Tulkarem y de su vecina Qalquilia, mucho menos castigada.
«Víctor» nos guía de nuevo. Esta vez en dirección contraria. Si entrar en Tulkarem es difícil salir lo es mucho más. Las patrullas de los soldados israelíes por las colinas y los campos de olivos cercanos se suceden sin solución de continuidad. Pero se pueden esquivar. Como despedida, como si fuera un secreto que se hubiera guardado a lo largo de nuestras andanzas por Tulkarem,
«Víctor», antiguo «crupier» del Casino Oasis de Jericó, confiesa que tiene un tío, Ezzedín, que vive desde hace 27 años en Barcelona.
«Tiene dos hijas, una de 16 años y otra de 18, y ha propuesto a mi familia que me case con una de ellas. Ya sabe, somos musulmanes. ¿Cree que me sería fácil viajar a Barcelona?».
No me atrevo a decirle la verdad. Los palestinos tienen cada día más difícil la obtención de visados en todo el mundo. Al menos, que mantenga viva esa ilusión. Es lo único que le queda.
Esta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete
Esta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete