Terror y heroísmo en Las Vegas: asistentes al concierto usaron sus cuerpos como escudo para salvar vidas

Este lunes, la explanada que ocupa el Las Vegas Village -una especie de aparcamiento gigante donde se celebran conciertos y eventos- y varios de los grandilocuentes hoteles del «strip» de Las Vegas, la gran avenida que vertebra la ciudad del juego, aparecieron cerrados. Entre ellos, el Delano, el Tropicana, el MGM y el Mandalay Bay.

En una habitación del piso 32 de este último es donde se encaramó Stephen Paddock para descargar ráfaga tras ráfaga de disparos contra las decenas de miles de personas que abajo, en la explanada, disfrutaban del último día del festival Route 91, un macroconcierto de tres días dedicado al «country». Hasta Michael Phelps , el campeonísimo estadounidense de la natación, se desplazó desde Arizona a Nevada con su mujer para disfrutar de algunos de los conciertos. Grandes estrellas como Eric Church o Sam Hunt estaban en el cartel. Muchos de los asistentes creían que sonaban fuegos artificiales cuando Jason Aldean , el plato fuerte del concierto del domingo por la noche, comenzó a entonar «When She Says Baby». Eso le pareció a Ivetta Saldana , que acudió con una amiga al show, hasta que se dio cuenta que la gente a su alrededor caía como moscas. «Fue un espectáculo de horror», aseguró ayer al medio local «Las Vegas Review-Journal».

Las ráfagas se repetían cada poco tiempo, quizá el tiempo que requería Paddock, armado hasta los dientes en su habitación, para recargar sus fusiles automáticos o cambiar de arma, una de las diez que la Policía encontró en su habitación. Según relataban ayer los testigos, la explanada se convirtió en un escenario de caos y tragedia, con el horror y el heroísmo como protagonistas. El recinto era cerrado, lo que convirtió el concierto en una trampa cuando comenzó el tiroteo. Sheri Wolf trató de huir de los disparos con su familia -dos adultos y tres niños, uno de ellos en silla de ruedas- hasta encontrarse con la valla que separa al recinto del aeropuerto de Las Vegas. Con otras decenas de personas, forzaron la valla y encontraron resguardo en un hangar, relató a «Las Vegas Sun».

La estampida llevó a Candace LaRosa en la otra dirección, hacia la avenida Tropicana, pero en el camino vio lo que definió como «una masa de sangre, sangre por todas partes». Otros utilizaron un camión para derribar otra zona vallada y permitir que la gente saliera del infierno de ráfagas.

Paddock disparaba contra una masa de gente indefensa, atrapada por el recinto y las estampidas. A Corinne Lomas le pilló quizá en la peor zona, delante del escenario, abarrotado de gentío. Algunos solo podían tratar de taparse con sillas, o con otros cuerpos. «Cada vez que la gente se levantaba volvía una nueva ráfaga», explicó al mismo medio de Las Vegas. «Yo me tumbé encima de mi hermano, para intentar protegerle. Yo tengo 30 años, y él 21. Le quiero a morir y tiene mucho más que vivir que yo».

Este domingo Las Vegas empezaba a tratar de asimilar la tragedia, con media ciudad paralizada por las investigaciones de la policía, cientos de personas en el hospital -muchas de ellas con pronóstico grave- y una huella que nadie podrá olvidar: la de la sangre tatuada en cientos de botas de «cowboy».