Los niños a los que sí deporta Biden
En contra de lo que ha prometido, el presidente de Estados Unidos está repatriando a menores de edad a una de las ciudades más peligrosas del mundo
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Iniciar sesiónYa era noche cerrada y Alfredo G ., de 17 años se escondía entre unos arbustos, a apenas tres metros de la frontera con Estados Unidos. Al otro lado, el sueño americano. De este, pura arena del desierto y una valla de acero de ... casi cinco metros de altura.
Este adolescente había huido a pie hacía unos días de su casa en Ascensión, 100 kilómetros al sur de este punto de la frontera, en el mismo estado de Chihuahua, y se había juntado con un grupo de otros seis que habían improvisado una escalera con unas varas de acero de las que se usan en la construcción para reforzar las columnas de hormigón.
Esperaron unas horas, y en el momento adecuado, apoyaron la precaria escalera sobre la valla y saltaron uno a uno. Pasaron todos, pero quedaron en pleno desierto, al oeste de El Paso . La patrulla fronteriza los detuvo en seguida, y a la mañana siguiente los deportó por la vía rápida. «Pasó todo bien deprisa», recuerda hoy a las puertas del albergue estatal para menores en Ciudad Juárez, a la espera de que sus padres se lo lleven de vuelta a Ascensión.
El caso de Alfredo G., que es mexicano, como el de los otros 70 menores que en este momento viven en este albergue cerrado a cal y canto y rodeado de todas las medidas de seguridad, es la prueba de que en realidad el gobierno de EE.UU. sí deporta a menores de edad, en contra de lo que lleva diciendo el presidente Joe Biden desde que juró el cargo en enero. De hecho, aquí han sido internados en lo que va de año casi mil menores, en su mayoría mexicanos como Alfredo, pero también centroamericanos, de Guatemala, Honduras y El Salvador.
Para estos niños y adolescentes, las promesas de Biden de no devolver en caliente a los menores de edad han supuesto un verdadero efecto llamada , que les ha llevado a probar, cuando nada tenían que perder y la alternativa era una vida de miseria en un pueblo donde las opciones son emigrar o pasar a trabajar para el imperio fronterizo del crimen organizado.
Alfredo, un chaval que parece menor de lo que dice ser, de pelo ralo y mirada pícara, no tiene claro qué iba a hacer en EE.UU. si lograba el asilo. «La vagancia», responde, con media sonrisa, cuando se le preguntan sus motivos. Está claro que para él todo esto ha sido una aventura, y que el cruce y la detención por parte de la 'migra' no es ni de lejos lo peor que ha pasado en su corta vida por estos parajes.
«Muchos pasan. Y bueno, nosotros pasamos, solo que nos devolvieron»
Asegura Alfredo que no le pagó a ningún 'pollero' —como se conoce aquí a los traficantes de personas— por hacer el cruce, que simplemente se juntó con unos conocidos, se hicieron con las varas de acero para la escalera y probaron a saltar. «Muchos pasan. Y bueno, nosotros pasamos, solo que nos devolvieron», explica, como quien cuenta lo que ha hecho en el recreo del colegio.
Pasó una noche detenido en una celda con los demás que cruzaron con él. A la mañana siguiente no tenía claro si lo había conseguido, si se había quedado por fin en EE.UU., pero pronto se le quitaron las ilusiones cuando lo subieron en un autobús y vio el puente que cruza a Ciudad Juárez . Él es de aquí, del estado de Chihuahua, y enseguida supo que volvía a casa, repatriado.
Pasó a manos de las autoridades mexicanas, y por ser menor le llevaron al Centro Integral de Atención a Niñas, Niños y Adolescentes Migrantes Nohemí Álvarez Quillay, dependiente de la procuraduría de Protección de Niños, Niñas y Adolescentes del estado de Chihuahua. Aquí pasó una noche, la del viernes, y dio a los trabajadores que lo atendieron el teléfono de su madre, para que viniera a recogerle.
Son muchos los menores de Centroamérica que están cruzando todo México, solos o acompañados de sus familiares, para cruzar a EE.UU. de forma ilegal, con la esperanza de que no los deporten. Pero todavía son más los menores mexicanos que se les suman, huyendo de unas vidas de violencia y miseria que nada tienen que envidiar a las de aquellos que vienen de Honduras, Guatemala o El Salvador.
Según el más reciente informe del Instituto Nacional de Migración mexicano, de enero a marzo fueron repatriados a este estado 668 menores que cruzaron a EE.UU., 539 de ellos por aquí, Ciudad Juárez. De todos ellos, 533 eran adolescentes de 12 a 17 años, como Alfredo.
Esta realidad contradice las palabras del presidente Biden , quien a finales de marzo dijo en un discurso en la Casa Blanca que «nunca dejaría que un niño solo se muera de hambre al otro lado de la frontera porque ningún otro presidente excepto Trump ha hecho eso».
Lo cierto, sin embargo, es que la Casa Blanca de Biden mantiene intactas las dos medidas más graves para estos menores inmigrantes aprobadas por Donald Trump : la normativa para que esperen una decisión sobre sus peticiones de asilo en México, y el cierre completo de la frontera por la emergencia de la pandemia de coronavirus. Es decir, el nuevo presidente promete a estos niños una vida mejor, pero a efectos prácticos la frontera tan cerrada para ellos como con Trump.
Desde la llegada de Biden al poder se ha disparado el cruce de niños solos, y hoy hay casi 22.000 bajo custodia de la administración estadounidense , en unos centros de acogida completamente saturados. A los menores mexicanos, por lo tanto, se les repatría, sin dejarles que esperen en EE.UU. una decisión sobre su petición de asilo. En cuestión de horas, son entregados por agentes de inmigración estadounidenses a las autoridades mexicanas en la mitad del puente internacional que une a Ciudad Juárez con El Paso.
«No estamos aun saturados, pero sí estamos preocupados porque si sigue esta tendencia sí vamos a superar todos los números»
De ahí van al albergue Nohemí Álvarez Quillay, de donde no se les permite la salida, dados los ya de por sí graves problemas de seguridad de Juárez, una de las ciudades más peligrosas del mundo. Alfredo Villa , que es el director de este centro, asegura que hoy por hoy, a principios de marzo, ya se han superado las cifras de menores atendidos en todo el 2020. Esta noche le quedan apenas cuatro camas libres. Si EE.UU. suelta a cinco menores más, ya no tendrá capacidad de atenderles a todos. «No estamos aun saturados, pero sí estamos preocupados porque si sigue esta tendencia sí vamos a superar todos los números y va a llegar el momento en el que nos supere esto y necesitemos a lo mejor ahí sí reforzar el equipo, reforzar las atenciones», asegura el director.
Al menos Alfredo G., el menor de Ascensión, acaba de dejar libre una de las camas de litera hechas de madera donde duermen estos niños. Su madre, Cruz Elena , acaba de entrar a recogerle, y sale con una carpeta con los documentos del estado mexicano sobre su caso. Afuera, le esperan en un coche de color rojo su padre y sus dos hermanos, uno mayor que él y una niña menor. La madre trae cara de sufrimiento. «Está feo lo que ha hecho, está mal», dice, tras jurar que no sabía dónde se había marchado su hijo.
« Las cosas aquí no están bien, pero no es para hacer esto, podría haberle pasado alg o». Él se sonríe, como el niño que no se arrepiente de la travesura que acaba de hacer. « No, si me trataron bien », le dice a ella. Preguntado por si va a volver a cruzar, se sonríe y encoge un hombro. «Pues ya veremos», responde antes de subirse al coche, de regreso a casa, hasta quién sabe cuándo.
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