La Dama de Platino

May cayó ayer víctima de una decisión tomada por su antecesor, David Cameron, el primer villano de este culebrón casi insufrible que quizás acabe, y mal, el 12 de abril. Tras la funesta apuesta de aquel por el referéndum –que salió por la culata– Theresa May se ha limitado a emplearse a fondo para cumplir con la voluntad de la mayoría de los electores británicos, con el mínimo daño posible para el Reino Unido y para los socios continentales. Al fin y al cabo han sido 46 años de matrimonio, y el divorcio siempre es traumático.

Los segundos villanos han sido las figuras más ambiciosas del partido «tory» que anhelan el puesto de May, con sus dagas ocultas tras el biombo de los «brexiters», el sector más euroescéptico del partido. Sus aparentes titubeos en torno al plan negociado con los 27 socios por Theresa May –que han terminado sin embargo en otro rechazo– han demostrado que los «duros» Johnson, Rees-Mogg o Davis están más interesados en desplazar a la «premier», para hacerse con su puesto, que en defender sin fisuras su etérea visión del Olimpo británico fuera de la UE.

Y el tercer villano es, irremediablemente, el bueno de Jeremy Corbyn, una suerte de Pedro Sánchez pero con aire de sindicalista, que se desayuna con unas propuestas y se acuesta con otras sin despeinarse. Los vaivenes del líder de la oposición socialista pasaron de las elecciones anticipadas a la defensa de otro referéndum, y de ahí a diversas divagaciones. Todo menos respaldar el acuerdo de salida de la UE, que no es «el plan de May» sino el que respalda toda Europa, incluidos los gobiernos socialistas.