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Cuando Salazar agasajó a la reina Isabel II

El investigador António Simoes saca a la luz detalles inéditos del histórico viaje de la monarca británica a Lisboa en febrero de 1957

La entonces princesa Isabel revisa una colección de sellos en una imagen de 1946

FRANCISCO CHACÓN

Hubo un tiempo en que Cascais atraía a la alta sociedad europea y Audrey Hepburn o Gina Lollobrigida se dejaban ver en las fiestas cerca de Lisboa. Sucedió a finales de los 60, con los antecedentes de la década anterior aún frescos y la dictadura de Salazar obsesionada con proyectar una imagen de «dolce vita» de cara al exterior, tal cual pudo comprobar la reina Isabel II .

La monarca británica resultó agasajada el 16 de febrero de 1957, fecha en que aterrizó en el aeropuerto de Montijo por invitación del jefe del Estado Novo portugués, quien cuidó hasta el último detalle y se gastó el equivalente a 100.000 euros sólo en regalos. Las revelaciones salen a la luz en el país vecino gracias a la investigación realizada por el ensayista António Simoes, quien ha recopilado todas sus pesquisas en el libro «Los días portugueses de Isabel II», recién editado.

A Salazar le preocupaba mucho que la reina se sintiera deslumbrada y que la prensa internacional se hiciera eco de la calidad de vida en los alrededores de Lisboa, una ciudad que ya se había distinguido durante la Segunda Guerra Mundial como refugio de los judíos con alto poder adquisitivo que huían del avance nazi y anhelaban subirse a un barco para escapar a América.

El propio déspota supervisó personalmente durante meses todos los avatares de la visita, en la que él pensó que se jugaba mucho. El régimen luso se encontraba completamente aislado y las relaciones con Franco no eran demasiado fluidas ya que Salazar sospechaba que su objetivo era invadir Portugal. Un temor que albergó desde la histórica reunión con Hitler en Hendaya.

El férreo mandatario de Vimieiro acompañó a Isabel II a la ópera en el Teatro Sao Carlos, un espectacular escenario en pleno Chiado lisboeta. Ella escribió después en su diario: «Aquel hombre antiguo me hablaba serenamente de las cosas del mundo». Este desplazamiento a Portugal fraguó las excelentes relaciones con el Reino Unido. Y todo mientras la monarca presenciaba un desfile de barcos en Belém, paseaba por la cuna de Pessoa y se quedaba boquiabierta en el Monasterio de Alcobaça.

La visita del siglo

Ciertamente, los propósitos de Salazar se cumplieron y los principales diarios europeos se hicieron eco de la denominada «visita del siglo», a la que llegaba la reina con 30 años y acompañada por el duque de Edimburgo.

El resultado fue que tan ilustres invitados consideraron su estancia como «una segunda luna de miel», con todos los flecos supervisados por el entonces embajador británico en Lisboa, sir Charles Stirling, quien se afanó en conocer con un mes de antelación el contenido del discurso que iba a pronunciar el presidente de la República, el general Craveiro Lopes. El regalo más llamativo de Salazar a Isabel II fue un caballo semental de raza lusitana y árbol genealógico de tres generaciones, pues él quería mostrarlo como un ejemplo de la hospitalidad y generosidad portuguesas.

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