Escocia mantiene en vilo a Cameron y la UE pese al «no» de las encuestas
Cuatro millones de votantes acuden hoy a las urnas; los indecisos oscilan entre el 8 y el 14%
Luis Ventoso
Las encuestas, esa herramienta siempre fiable hasta que al final fallan, seguían otorgando ayer ventaja a los unionistas, en el día de cierre de una campaña que en realidad ha durado dos años. De los tres últimos sondeos , dos conceden al «no» una ventaja ... de cuatro puntos (52%-48%) y el otro de dos. La bolsa de indecisos oscila entre el 8% y el 14%.
¿Puede Westminster dormir tranquilo? El venerable «The Times» se lo ha preguntado a bocajarro al primer ministro: ¿Se despierta por las noches por el temor a una derrota? «Por supuesto», se sinceró David Cameron. Hace dos años, en enero de 2012, el premier respondió a las reclamaciones nacionalistas regalándoles un referéndum «justo, legal y decisivo», que en realidad iba más allá de sus aspiraciones y que contará con una única pregunta: «¿Debería ser Escocia un Estado independiente?».
El Reino Unido se juega así su futuro a la ruleta rusa. A esa cuestión responden hoy 4,1 millones de electores de más de 16 años (un gol del nacionalismo, porque a menor edad mayor pasión por la independencia). La participación desbordará el 80%. Será la mayor en la historia de Escocia y podría suponer el final del Reino Unido, la sexta economía del planeta, tras 307 años de solidaridad y éxitos. Cameron ha reiterado que no dimitirá en caso de que gane el «sí». Pero en filas tories un clamor poco disimulado exige que deje el Número 10 si hay un disgusto.
La UE contiene la respiración ante un envite incierto, que podría castigar aún más su anémica economía, hundir la libra y abrir un rosario de cuitas separatistas por media Europa. Enrico Letta, el ex primer ministro italiano, fue tal vez quién acertó con la metáfora más plástica del riesgo: «Si Escocia vota por la independencia sería tan dañino para Europa como el asesinato del archiduque Francisco Fernando de Austria. Es una oferta de desintegración hija de un populismo institucional», dijo evocando el atentado que marcó el arranque de la Primera Guerra Mundial. Letta recordó que el nuevo país estará fuera de la UE y que tendrá que solicitar su entrada, « lo que España vetará , porque no hay un solo problema en la vida de los ciudadanos de Cataluña o Escocia que pueda mejorar con la independencia», explicó.
A su estilo, Rajoy vino a concordar. Ayer en el Parlamento calificó el referéndum de «torpedo» para la UE, auguró a Escocia al menos ocho años de negociaciones y advirtió que los 28 «darían muy pocas facilidades» para su ingreso. Traducido del «marianismo», vino a decir que España, con lo que tiene en casa, vetará la entrada de Escocia.
Una de las paradojas de este pulso es que la de Escocia en el Reino Unido es la historia de un gran éxito. Su renta per cápita supera la media de la Unión, los estudiantes escoceses no pagan la universidad, cuando sí lo hacen los demás, sus servicios sociales son más generosos. Escocia va bien. Ayer salió la tasa de paro de mayo a junio, y el desempleo cayó al 6% .
Pero tras dos años sembrando, valiéndose del aparato de propaganda institucional sin recato, Alex Salmond, el habilidoso primer ministro escocés, ha logrado sembrar la semilla de la ruptura. Cuando se concedió el referéndum se calculaba que solo un cuarto de los escoceses eran independentistas. Su discurso ha sido sencillo, con tres pilares. Una apelación sentimental: «Llegó la hora de llevar las riendas de nuestro destino». Otra económica: «Escocia es un país rico. Somos el 1% de la población de la UE, pero tenemos el 20% de sus recursos pesqueros, el 25% de sus renovables y el 60% de su petróleo. Nadie entendería que Europa no acepte un resultado democrático», replicaba ayer a Rajoy. Su tercera arma es jugar a que viene el lobo: la amenaza de que Cameron privatizará el Sistema Nacional de Salud.
Salmond cerró anoche con un mitin en Perth, tras iniciar el día con una carta abierta a los escoceses, donde citó a Adam Smith y al poeta nacional Robert Burns: «No dejéis que esta oportunidad se nos escurra entre los dedos. Hagámoslo». En campaña no todo ha sido tan lírico. El nacionalismo ha recurrido a los insultos, los huevazos y la retirada de carteles del adversario. Su superioridad en la calle ha sido manifiesta.
Enfrente, Mejor Unidos, la plataforma del «sí». Como líder, un tecnócrata, un ex ministro de Hacienda de Blair, Alistair Darling. Buen técnico. Pero un dialéctico de poca sangre, al que Salmond arrolló en el segundo debate televisivo, dando la vuelta a la holgadísima ventaja del «no». En las dos últimas semanas, ha tenido que retornar del olvido el ex «premier» laborista, Gordon Brown, escocés, comisionado por los tres partidos de Westminster para ofrecer una oferta de última hora a los escoceses: si se quedan habrá más poderes para Escocia. Este tardío agasajo federalista ha escocido en Inglaterra, en Gales y en el núcleo tory clásico. Ya ha comenzado el runrún de que si Escocia va a tener tantos poderes, Inglaterra y Gales habrán de contar con sus propios parlamentos nacionales . La espita del nacionalismo una vez que se abre es difícil de cerrar.
En su mitin de cierre ayer en Edimburgo, Darling y Brown se presentaron bajo el lema «Ama a Escocia, vota no». «Decid a vuestros amigos que por razones de solidaridad y orgullo escocés la única respuesta es no», se desgañitaba el resucitado Brown. Su compañero apuntó a un serio problema del que poco se habla: «Habrá que hacer mucho trabajo para restañar las heridas que se han abierto».
Aunque gane el «no», el Reino Unido ya no será el mismo. Si triunfa Salmond, proclama que el Estado escocés será «el mejor amigo, el consejero más honesto y el aliado más comprometido» de sus ex compatriotas. Palabras contradictorias con su furor por separarse de ellos. Cameron lo ve más crudo. Ha reiterado que «un divorcio sería muy doloroso».
Al fondo, la Reina, unionista de corazón, callada por imperativo constitucional, aunque ha hecho un guiño a favor del Reino Unido pidiendo «mucho cuidado» con lo que se vota. Conocerá el resultado en su castillo escocés de Balmoral y estará allí todavía tres semanas más. Lo que no se sabe es en qué país.
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