El mundo económico arruga la nariz ante la independencia de Escocia
«Será un desastre, una larga y dolorosa pesadilla», advierte el escocés que dirige EEF, la mayor patronal británica
Luis Ventoso
Terry Scuoler, hijo de Glasgow , donde se licenció en Economía, es el responsable de EEF, la mayor confederación empresarial del Reino Unido. EEF agrupa a 6.000 compañías manufactureras y de ingeniería, que dan empleo a 900.000 trabajadores. Scuoler no ha sido nada ... eufemístico a la hora de resumir como afectaría al bolsillo una Escocia Independiente : «Sería un desastre, una pesadilla larga y dolorosa. La gente necesita despertar y ser consciente de la enorme decisión que van a tomar».
¿Por qué se vería tan dañada la economía escocesa si se crea un nuevo Estado? La explicación de Scuoler es de cajón: «La gran mayoría del comercio de Escocia es con el resto del Reino Unido y es muy fácil imaginarnos las consecuencias de desconectarnos de nuestro mayor mercado».
Alex Salmond, el primer ministro escocés y líder independentista, también tiene sus empresarios de cabecera, magnates separatistas como Ralph Topping, ex presidente del gigante del juego William Hill ; o Brian Souter , el dueño y fundador de la gran empresa escocesa de transportes Stagecoach, con sede en Perth. Incluso el irlandés Willie Walsh , consejero delegado de IAG, el consorcio que agrupa a Iberia o British Airways, se ha desmarcado diciendo que la independencia de Escocia puede ser buena para sus negocios.
Salmond se revuelve contra los que pintan sombras en su paraíso liberado. Las cadenas de supermercados y Asda han advertido que la cesta de la compra subiría. Bancos y aseguradoras como Lloyds, Royal Bank of Scotland y Standard Life han amenazado claramente con trasladar sus sedes sociales de Edimburgo a Londres. «Hay empresarios que están tan locos como para creer las campaña de miedo de última hora de Cameron. Pero por cada Asda, nosotros tenemos un Tesco que tiene claro que no es verdad que los precios vayan a subir», replica Salmond. Lo cierto es que Tesco, el campeón de los supermercados de rango medio en el Reino Unido, lo único que ha hecho es guardar silencio.
A pesar de la efectista y efectiva dialéctica de Salmond, el mundo económico es abrumadoramente contrario a la independencia de Escocia. A raíz de que hace diez días una encuesta hizo por primera vez plausible la hipótesis de la ruptura, empresarios y economistas han empezado a hablar contundencia. Richard Branson, sir para más señas, el carismático patrón del emporio Virgin, vaticina que «el ‘sí’ podría tener consecuencias catastróficas». Su propuesta es conceder a Escocia más autonomía, en lo que coincide con la oferta de última hora de Londres, y dar una prórroga de diez años hasta una nueva consulta. Un parche que no aceptan ni unos ni otros, pues tanto Salmond como Cameron quieren que la votación de mañana sea un cara o cruz irreversible.
Aviva , la multinacional de los seguros, con 31 millones de clientes en 16 países, señala que la obra pública será más cara y pide prudencia: «Los escoceses deberían tener el conocimiento completo de los hechos». Moody’s avisa que la calificación de un hipotético Estado escocés sería dos escalones inferior a la del Reino Unido, de Aa1 se bajaría a A (aunque peor está España, Baa2). Mark Carney, el gobernador del Banco de Inglaterra ha dejado claro que no habrá libra esterlina para un nuevo Estado, porque la soberanía es incompatible con compartir la divisa. Hasta Alan Greenspan ha salido de su recogimiento para advertir que los argumentos de los independentistas son «inauditos» y que al Partido Nacionalista Escocés (SNP) «se le han ido de las manos sus pronósticos económicos». La opinión de Greenspan está de todas formas un tanto devaluada, porque «El Maestro» no vio ni venir el crack del 2008.
Hoy Escocia es un país de cinco millones de habitantes del tamaño de Castilla-La Mancha y una economía del volumen de Portugal, pero con la mitad de población. Supera en renta per cápita al conjunto del Reino Unido y el gasto público por persona es 1.300 libras superior al resto de la Unión. La sociedad de 307 años con Inglaterra dentro de la Gran Bretaña ha resultado muy beneficiosa. Escocia es hoy un pequeño país próspero, engrasado por la lotería del petróleo del Mar del Norte. Por eso el mundo económico no entiende que haya decidido pegarse un tiro en el pie por un sentimiento, o por el discurso del miedo a los recortes de los conservadores de Londres. Escocia no es una nación postrada del tercer mundo que nada tiene que perder rompiendo con su metrópoli. Se trata de un lugar próspero, con la duodécima mayor renta per cápita de la OCDE. No soporta ninguna losa económica, al revés.
La resaca de la independencia sería muy lesiva para ambas partes, pero brutal para Escocia, que solo supone un 8% de la población y un 10% del PIB del Reino Unido. La cotización de la libra (que ya ha perdido un 2,6% ante el dólar en las últimas cuatro semanas) podría caer hasta un 10%. El déficit público escocés se dispararía del 4% al 10%. La cesta de la compra se encarecería. Sería muy complejo obtener hipotecas y parte de la población que las ha firmado con entidades del Reino Unido se vería atada a una deuda en libras y con una divisa más débil en casa. Hay 800.000 escoceses hipotecados.
La inversión se desplomaría: nadie quiere desembarcar en un mercado incierto. La población de Escocia está muy envejecida. Pagar las pensiones será un reto sin el respaldo de la caja común británica. British Petroleum asegura que Salmond ha sobrevalorado las reservas del Mar del Norte y que se agotarán en el 2050. El poder financiero escocés amenaza con dar la espantada a Londres. Pero lo más grave de todo es que a un día de la votación no se sabe qué moneda nacerá el nuevo Estado. Laboristas, conservadores y liberales concuerdan en que no compartirán la libra en caso de victoria del «sí». Frente a eso, Salmond se limita a una argumentación a lo Oriol Junqueras: ignorar la realidad y asegurar, porque así le parece, que «a ellos también les conviene que estemos en la libra».
La artillería de la City bombardea a los nacionalistas de Edimburgo con la lógica del mercado. En una situación límite, toda munición es bienvenida. Por ejemplo, ayer se recordaba que la Royal Navy va a encargar un nuevo portaaviones con una inversión de 6.500 millones de euros. Con la independencia, los astilleros escoceses nunca tendrán ese contrato. Como vaticina Cameron, «un divorcio será muy doloroso».
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