ANÁLISIS
Alarma por daños graves
La presión de la opinión pública alemana se convierte en un serio problema de la cooperación en sistemas de información
Hermann terstch
En Washington hubo silencio sepulcral. Tanto que ya está claro que el enfado es extraordinario. La decisión del Gobierno de Angela Merkel de expulsar al jefe de la CIA en Berlín ha dejado en estado de shock a los servicios de información de ambos ... países. Y no solo a ellos, la Administración norteamericana es tan consciente como la coalición gubernamental alemana de que se ha dado un paso que marca un desgraciado hito en las relaciones bilaterales , absolutamente decisivas para la cooperación trasatlántica y para la seguridad europea. La drástica decisión de Berlín, sin precedentes desde la Guerra Fría y jamás vista con un aliado, se produjo el jueves como respuesta a la detención de un segundo agente de los servicios alemanes (BND) que trabajaba para los servicios norteamericanos. Gobierno y partidos alemanes han mostrado tal consenso en apoyar y considerar necesaria esta represalia pública y manifestación hostil que todos, alemanes, norteamericanos y europeos deberían preocuparse.
Hoy queda claro que van a ser mucho más terribles de lo jamás pensado los daños de las filtraciones de Eduard Snowden combinadas con esta detención de dos espías alemanes captados por los servicios norteamericanos como agentes dobles. La agitación contra el espionaje norteamericano de la NSA -solo contra el norteamercano- con entusiasmo populista en los medios alemanes ya había desatado una oleada de antiamericanismo que ha sorprendido a muchos por su amplitud y virulencia. Unido a la crisis de la OTAN con Rusia que despertó una considerable ola de simpatía hacia Vladimir Putin, la tensión de Berlín con Washington está alcanzando nuevas calidades o niveles que han de ser alarmantes para todos los responsables de la cohesión de los sistemas de información, defensa y seguridad de la Alianza Atlántica. Y para todos los Gobiernos que dependen de estos sistemas de información.
Claro está que en Washington se debió reaccionar con estupor e indignación ante la respuesta pública alemana que es un gesto hacia la galería populista de la coalición bajo Merkel. Cuánto de esta medida espectacular para aplacar a una opinión pública soliviantada es idea propia de la canciller y cuánto se ha visto obligada aceptar por presión del vicecanciller socialdemócrata Sigmar Gabriel no se sabe. Lo importante es que se ha considerado obligada a una acción que rompe tanta loza de confianza y tanto tejido de cooperación como la propia captación de agentes o escuchas a unos u otros. Los abusos en la comunidad de inteligencia dirimidos en el seno de la misma habrían limitado los daños. Parece sin embargo que, con las relaciones de espionaje ya en el escenario político y con plena publicidad, los daños comienzan a ser incontrolables.
La presión de la opinión pública alemana se convierte en un serio problema de esa cooperación en la medida que, como ya perciben los políticos alemanes, esta nueva aversión a EE.UU. puede ya estar a punto de tener repercusiones electorales. Así, Eduard Snowden en su refugio en Rusia, su anfitrión, colaborador y beneficiario de sus operaciones, Vladimir Putin, así como también el inmenso aparato de espionaje chino volcado en Alemania, gozan del espectáculo y no temen un especial interés ni susceptibilidad de la prensa, ni de la clase política ni de la población alemana por sus propios agentes. Mientras, toda la estructura de los servicios de información de la defensa común occidental sufre la peor quiebra probablemente desde que existe tal como es.
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