¿Olían mal los conquistadores españoles? El mito que perdura en América
El debate sobre la higiene, o falta de ella, de los europeos que viajaron al otro lado del charco es motivo de debate entre especialistas
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Iniciar sesiónUna obsesión en todas las ficciones históricas que representan a españoles y, en general, a cristianos de la Edad Media o principios de la Edad Moderna es pintarlos con las ropas sucias y las caras eternamente manchadas. Este mito sobre la falta de higiene de los cristianos ... tiene un capítulo propio en torno a los conquistadores españoles que fueron a América. Si en Europa lo que se hace es exaltar los hábitos musulmanes frente a los cristianos, al otro lado del charco la argumentación es la misma pero entre conquistadores e indígenas. Unos huelen a sucio y otros a rosas, según una creencia popular todavía vigente en Hispanoamérica.
El escritor Álber Vázquez, que acaba de publicar la novela 'Pizarro y la conquista del Imperio Inca' (La Esfera de los libros) y ya trató el periodo en libros como 'Vasco Núñez de Balboa' y 'El adelantado Juan de Oñate', sembró hace unos días la polémica en redes sociales sosteniendo que sí, en efecto, los conquistadores después de travesías que duraban meses y caminatas por la selva y territorios ásperos terminaban oliendo a rayos. «Los conquistadores españoles huelen mal, como olían mal los legionarios romanos, los guerreros mexicas o los soldados de Gengis Kan. Huelen mal los rusos que están haciendo la guerra en el frente de Ucrania. A lo largo de la historia, oler mal ha sido lo normal, lo habitual, lo cotidiano, y más en campañas militares. Se olía mal porque no había otra forma de oler. Si a nosotros nos quitan el agua corriente y los desodorantes, en cuarenta y ocho horas apestamos», sostiene Vázquez a ABC.
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No opina lo mismo la especialista Consuelo Sanz de Bremond Lloret, que desde su cuenta en Twitter y sus blogs Indumentaria y costumbres en España (desde la Edad Media hasta el siglo XVIII) e Historias para mentes curiosas se dedica a diario a desmitificar tópicos fuertemente arraigados sobre este periodo. Su opinión es que incluso en situaciones adversas ha habido fórmulas para mantener la higiene sea cuál sea la época:
«No he encontrado ningún dato que permita confirmar este mito. Sabemos que el olor corporal varía por distintas razones. Por citar algunas: la alimentación, las fibras de la ropa y los productos de higiene. Por lo pronto, las condiciones higiénicas en un barco no debían de ser las más óptimas, pero hay datos de que había agua para que la gente se pudiera asearse cara y manos, que había lejía y jabón para lavar la ropa y que se hacían limpiezas periódicas del navío, con baldes de agua que se completaban frotando la superficie con hierbas aromáticas y desinfectantes. En cuanto a la tripulación, se tenían que afeitar una vez a la semana y peinarse cada día para eliminar los parásitos. Debían lavarse los pies usando vinagre, así como la cabeza para eliminar piojos. Tenían, como mínimo, dos camisas (esta prenda debía cambiarse dos veces a la semana), dos pares de calzones marineros o zaragüelles, y prendas de lana. Las ropas que iban directamente sobre la piel eran de fibra vegetal, por lo que eran más fáciles de lavar y secar. El lino y el algodón absorben el sudor, son antibacterianos y protegen la piel. Las demás prendas se sacudían y cepillaban con escobillas de cerdas».
Los métodos de higiene en la conquista
En la época de los conquistadores, consta aún la existencia de baños públicos en las principales urbes cristianas, recetarios medievales para la limpieza del cuerpo y para quitar manchas de la ropa. Lo único cierto en esta imagen de una sociedad que, a ojos actuales, podría parecernos descuidada, es que a principios del siglo XVI aparecieron nuevas normas de higiene en la Europa cristiana ante la creencia de que a través de los poros de la piel entraban las infecciones. De ahí que los médicos desaconsejaran momentáneamente los baños calientes o de vapor, sin que ello fuera obstáculo para que hasta gente corriente, por descontado los reyes y los nobles, realizaran una limpieza exhaustiva y diaria de las distintas partes de su cuerpo a través de método en seco como era la frotación de las prendas.
«En las expediciones por tierra, los conquistadores llevaban sus pertrechos y armas, y los cargadores todo lo necesario para vivir, desde ropa hasta alimentos. Por supuesto, después de una marcha se acaba sudado y cubierto de polvo. Si bien los primeros conquistadores fueron con camisa, prendas de lana y armaduras, calzando zapatos o borceguíes, no tardarían en adaptarse a los lugares húmedos y calurosos, por lo que utilizarían prendas de lino o algodón, junto con la chupa y las alpargatas. La falta de agua limpia en algunas de las expediciones sería un problema, como así nos relata Bernal Díaz del Castillo, en 'Historia Verdadera de la Conquista de la Nueva España', que tras encontrar 'buen agua' se hartaron de ella para beber y lavar paños o cuando llegaron a una fuente se pararon 'a lavar y a comer de la miseria que habíamos habido'», explica Sanz de Bremond Lloret, que está a punto de publicar un libro con el historiador Javier Traité donde reflexiona sobre los olores de la Edad Media.
Quienes defienden la idea de que los hábitos europeos eran más sucios que los indígenas suelen utilizar como prueba el hecho de que el dirigente Moctezuma fuera, a decir los cronistas, sometido a varios baños diarios y estuviera obsesionado con la higiene de sus súbditos. Los cronistas mencionan con sorpresa que las mujeres mexicas se bañaban con regularidad. Sin embargo, cabe no elevar las costumbres de una parte de un pueblo indígena a la categoría de regla de todo el continente. Esos mismos cronistas también hablan del exceso de sangre, vísceras y cuerpos desmembrados en las calles de unos pueblos que practicaban los sacrificios humanos. Eso no podía ser muy higiénico...
otras historias de la historia
«La dicotomía entre españoles malolientes e indígenas perfumados es absurda, falsa y mitológica y no está presente en las fuentes. La construyeron los partidarios del buen salvaje, del indigenismo acientífico, del edén prehispánico. A ese mito malintencionado hay que combatirlo, en la medida que los mitos pueden ser combatidos: podremos aportar pruebas de que tal dicotomía carece de rigor científico pero siempre saldrá algún iluminado que nos dirá que su opinión particular e infundada está a la misma altura y merece el mismo respeto que el análisis ponderado de la historia», explica Álber Vázquez, quien destaca que los pueblos indígenas con los que se toparon los españoles no olían mejor que estos: «Al menos, no sus tropas, sus guerreros, los hombres que dieron la batalla física a los conquistadores».
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