La hermandad secreta de guerreros de élite vikingos que aterrorizó Europa medio siglo
El escritor Bjorn Andreas Bull-Hansen presenta en España su nueva saga de novelas históricas nórdicas
Vikingos: el misterio tras los tesoros que los asesinos del norte saquearon en España

Como hicieran en el monasterio inglés de Lindisfarne, saqueado hasta los cimientos en una vorágine de asesinatos y barbas rizadas, los vikingos campan sin rubor estos días por el madrileño parque de El Retiro. Uno de ellos, al menos. Bjorn Andreas Bull-Hansen, 52 ... años de recio noruego al que contemplan más de 700.000 seguidores en YouTube, recorre la biblioteca Eugenio Trías ataviado con una túnica de lino escandinava –'Kyrtill', dicen los expertos–, unas botas de época y hasta una espada. Ha tenido suerte... hace buen día para llevar toga. Todo vale para dar a conocer su nueva novela histórica, 'Vikingos. Una saga de los mercenarios del norte' (Espasa). La primera de muchas, dice. Aunque lo primero es lo primero:
—¿Hay un secreto vikingo ancestral para llevar una espada en un avión?
—Sí. Meterla en el equipaje facturado y que no esté afilada.
Solventada la duda más acuciante de la mañana, Bull-Hansen se adentra en la trastienda histórica de su novela. Sostiene que se centra en los jomsvikingos, unos míticos soldados nórdicos de los siglos X y XI que vendían su espada al mejor postor. Y nos fiamos de él porque, si algo nos regala, son respuestas meditadas y sinceras: «Cuando empecé a investigar, hace años, los arqueólogos me solían decir que no había respuesta a muchas cosas. Ahora, a mí tampoco me importa admitirlo».
Y es que, al hablar de jomsvikingos, los restos arqueológicos son escasos y las fuentes primarias, conocidas como sagas, navegan entre la realidad y el misticismo. «En las crónicas se les define como una hermandad independiente de soldados de fortuna que no dependían de un rey. Tenían sus propios intereses, códigos y costumbres», añade.
Ciudad perdida
Pero lo cierto es que fueron mucho más, o eso creen los investigadores. Feroces, los jomsvikingos no procedían solo de Noruega, Suecia y Finlandia. A las tradicionales regiones nórdicas de reclutamiento añadían zonas como Islandia o las Islas Feroe. Sus líderes, aguerridos, solo anhelaban tipos bravos y capaces para el combate. «Me gusta imaginármelos como una élite de guerreros vikingos, pero, una vez más, no podemos saberlo con seguridad. Su ventaja principal era que contaban con experiencia militar y que tenían jefes disciplinados», explica Bull-Hansen. Puestos a pagar por soldados, insiste el autor, los reyes locales preferían dejarse las monedas en tipos bregados de los que fiarse en el campo de batalla.
Aunque mantiene que la novela interpreta de forma laxa los hechos, nuestro noruego ha estudiado en profundidad la Saga Jomsvikinga. Según este texto alumbrado en el siglo XIII d. C., fue allá por el año 960 cuando el caudillo Pálnatóki fundó con sus hombres «una gran ciudad marítima y bien fortificada que, desde entonces, se llamó Jomsborg»; una urbe que contaba con «un puerto que podía dar cabida a 300 barcos largos a la vez» con «puertas de hierro cerradas desde dentro para garantizar su seguridad».

Por desgracia, la arqueología no ha podido comprobar dónde fue construida. «Creo que estaba en Polonia, aunque también se ha dicho que en Dinamarca o en Suecia. En todo caso, se hallaba cerca de la costa», sentencia. Y otro tanto ha sucedido con su fundador.
—¿Quién cree que fundó Jomsborg?
—Si fuera muy audaz, diría que uno de mis ancestros, pero es difícil saberlo.
—¿Tiene antepasados vikingos?
—Claro. El mío era un tipo particular. Las sagas cuentan que, durante un banquete, vomitó en la cara de su jefe porque no le había gustado la comida...
Las sagas explican también que, en aquella ciudad, los jomsvikingos no vivían en clanes. Y también que elaboraron «unas leyes para que se creara allí una fuerza mayor que la que se había visto hasta entonces». La primera norma establecía que «ningún hombre debía unirse al grupo si tenía más de 50 años y menos de 18». Además, estaba prohibido verter «calumnias entre los miembros»; levantar sus armas contra un compañero de la hermandad; «tener mujeres dentro de la ciudad»; «ausentarse del lugar durante más de tres noches» y quedarse con el botín saqueado en batalla. El objetivo último era evitar las peleas entre los soldados y que «todo estuviese en buena paz».
Derrotados
Jomsborg se convirtió en la base desde la que los jomsvikingos se extendieron por la zona. Durante años, cobraron tributos a los campesinos locales y dedicaron sus esfuerzos a equiparse para las diferentes guerras en las que participaron. Para su desgracia, contaron sus grandes enfrentamientos por derrotas. Cayeron en Fýrisvellir, mientras combatían en una contienda por el trono de Suecia en el 980, y lo mismo sucedió dos décadas después en la batalla naval de Svolder, mientras intentaban defender a Olaf I de Noruega de una nutrida alianza formada por sus enemigos. Bull-Hansen tuerce el gesto cuando toca hablar de estos desastres. «Creo que participaron en muchas más contiendas de las que cuentan las sagas, pero es posible que los cronistas no les atribuyeran esas victorias», se defiende.
Su particular 'last dance' la vivieron en Inglaterra. En el 1013, los jomsvikingos acompañaron al rey Svend I de Dinamarca en sus campañas sobre este territorio. Allí lucharon durante años hasta que, agotados y desgastados, regresaron a su base de operaciones en el Báltico. «Ahí se acabó la época vikinga en Inglaterra. Aunque me gustaría recalcar que, aquellos años, sajones y daneses lucharon los unos contra los otros», confirma. Esa división les costó cara.
El triste final de la hermandad se sucedió en el 1040, cuando el monarca noruego Magnus asaltó y redujo a cenizas Jomsborg. «Los veía como una molestia. Antes no había podido porque eran muy fuertes y los necesitaba», completa el autor.
A nosotros, solo nos queda una pregunta por hacer:
—¿Cree que es posible destruir el mito de que los vikingos llevaban cuernos?
—Uf... Ese será un trabajo muy, pero muy difícil.
Le deseamos suerte.
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