La flota fantasma que aterrorizó a Estados Unidos en la batalla más misteriosa de la IIGM
En julio de 1943, los radares de todos los barcos estadounidenses que había en la isla de Kiska empezaron a hacer señales extrañas, como si la flota imperial japonesa al completo les estuviera atacando y comenzaron una brutal bombardeo de respuesta contra nadie

La conquista de Kiska durante la Segunda Guerra Mundial se contó con mucha pompa en la mayoría de los periódicos del mundo. En ABC, la noticia se dio así a finales de julio de 1943: «Unidades de superficie y bombarderos pesados y medios del Ejército protegidos por cazas bombardearon, cañonearon y ametrallaron fuertemente las posiciones de las baterías costeras enemigas y las regiones donde se hallaban las instalaciones. Fueron causados numerosos incendios y se observaron grandes explosiones».
Sin embargo, aquellos espectaculares «incendios y grandes explosiones» no causaron un solo muerto o herido. ¿Cómo pudo ser? ¿Contra quiénes disparaban, entonces, los estadounidenses? ¿Por qué tanta furia y entusiasmo si no causaron bajas en el enemigo? ¿Por qué atacaron aquella isla remota y sin mucha importancia estratégica? Dos semanas después, este diario se hacía eco de otro detalle de aquel episodio: «Dos formaciones navales norteamericanas que operaban en aguas de Kiska se confundieron a causa de la niebla y abrieron fuego una sobre la otra. A raíz de ello, los estadounidenses se infligieron pérdidas de bastante consideración».
Hasta muchos años después no se contó nada más sobre aquella batalla contra una serie de 'fantasmas', acaecida el 27 de julio de 1943, que los historiadores califican hoy como uno de los sucesos más extraños y misteriosos de la Segunda Guerra Mundial. También, uno de los más ridículos en lo que respecta a la participación de Estados Unidos en el conflicto. Se conoció como la «batalla de los Pips» y sus antecedentes hay que buscarlos un año antes en la diminuta isla de Kiska y la de Attu, situadas en el extremo occidental del archipiélago volcánico de las Aleutianas, al sudoeste de Alaska.
Attu estaba habitada por medio centenar de personas y tenía 32 kilómetros de largo y 56 de ancho. Kiska, con 35 y 10, respectivamente, solo la vigilaban doce soldados. Aunque pertenecían a Estados Unidos desde 1867, ninguna tenía importancia estratégica, pues eran prácticamente inaccesibles y se encontraban muy alejadas de las rutas marítimas importantes. Además, su clima era impredecible, con tormentas, niebla y fuertes rachas de viento de hasta ciento sesenta kilómetros por hora durante todo el año. Por eso resultó sorprendente que Japón las conquistara el 2 de junio de 1942. ¿Para qué querían controlar un territorio así?
Una invasión inexplicable
La decisión desconcertó a los aliados, que no encontraron una explicación razonable a la afrenta de los japoneses. Lo único que parece claro es que el almirante Isoroku Yamamoto quería cimentar su superioridad naval en el Pacífico y ganar tiempo para consolidar las otras conquistas que tenía en marcha. Para ello, envió a aquella zona cuatro grupos de combate que navegaron por separado, formados por cinco portaaviones, ocho cruceros pesados, ocho destructores y cinco acorazados, incluido el gigantesco y famoso Yamato. Lo que nadie se esperaba es que enviaran una quinta flotilla para invadir las dos islas.
A principios de junio de 1942, las fuerzas niponas desembarcaron en Kiska y Attu con dos mil seiscientos hombres y establecieron una pista de aterrizaje para facilitar su aprovisionamiento. En la primera, la que nos ocupa, tan solo la ocupaban doce soldados estadounidenses y un perro llamado Explosión, que habitaban una estación meteorológica. Los invasores no tenían nada que temer: entraron en las instalaciones el día 6, mataron a dos de ellos y capturaron a otros siete. De los tres restantes, dos no se encontraban presentes y el tercero, el suboficial en jefe William C. House, logró huir.
Los estadounidenses creían que no aguantaría vivo mucho tiempo, pues no podía salir a pie de la isla. Sin embargo, apareció dos meses después medio muerto de hambre y frío y con 36 kilos de peso. Al día siguiente también conquistaron Attu sin oposición, pero, en realidad, fue un fracaso, puesto que los dos mil seiscientos soldados nipones que la ocuparon estuvieron completamente aislados durante un año. Se dedicaron a cavar túneles, plantar jardines y construir una base aérea y numerosos búnkeres para las ametralladoras ante un previsible intento de reconquista por parte del enemigo, que comenzó en mayo de 1943 por una cuestión de orgullo para Estados Unidos. No podían esperar a que Japón las abandonara.

Los radares
En primer lugar se lanzaron a por Attu el día 11 de dicho mes con una gran flota en la que destacaba la presencia de un portaaviones y tres acorazados. Con la lluvia, el barro y la niebla como aliados, los japoneses ofrecieron una resistencia encarnizada que obligó a los estadounidenses a desembarcar a doce mil quinientos hombres. Necesitaron dos semanas para hacerse de nuevo con aquel pedazo de tierra y, de inmediato, empezaron a organizar el asalto de Kiska, en el que se produciría la misteriosa «batalla de los Pips».
Para no cometer los mismos errores, lo aplazaron hasta mediados de agosto. Querían someter la isla a través de un intenso bombardeo naval con acorazados, cruceros y destructores que debían acabar con el campo de aviación y con las instalaciones portuarias japonesas. El 27 de julio, sin embargo, todo saltó por los aires, cuando todos los radares de los barcos estadounidenses que había en esas aguas comenzaron a hacer señales desconocidas y el terror cundió entre sus tripulaciones.
La alerta indicaba que una formación de buques japoneses se estaba acercando a toda velocidad y dieron la orden de abrir fuego contra la supuesta flota imperial. Durante media hora, dos acorazados y cuatro cruceros de la U. S. Navy lanzaron nada menos que 518 proyectiles de 360 milímetros que fueron apagando, uno tras otro, los «pips» de los radares. Lo primero que pensaron es que el ataque había sido un éxito rotundo y que habían hundido todos y cada uno de los barcos enemigos.

La flota fantasma
La sorpresa fue mayúscula cuando varias patrulleras estadounidenses se dirigieron al lugar donde se habían ubicado las señales del radar y no encontraron ni el más mínimo resto de los barcos japoneses. Ni un mísero resto de cualquiera de los cascos. Absolutamente nada en doscientas millas a la redonda. Décadas después, el novelista y escritor Brian Garfield investigó el suceso con la ayuda de los modernos equipos de las embarcaciones pesqueras que faenaban en las islas Aleutianas. Según comprobó, ningún navío de Japón surcó esas aguas en esas fechas y, hasta el día de hoy, jamás se ha podido aclarar la naturaleza de la flota fantasma.
Una de las teorías que se han barajado a lo largo de los años defiende que las señales procedían de un banco de pardelas sombrías o pardelas de Tasmania, dos especies migratorias de aves que cada año pasan por las Aleutianas durante el mes de julio. Otra asegura que la responsabilidad se debe a la inexperiencia de las tripulaciones en el manejo del entonces innovador radar, aunque lo cierto es que ambas hipótesis parecen hoy improbables.
El enigma se complicó todavía más cuando las tropas norteamericanas desembarcaron en Kiska y se sorprendieron de que los japoneses no abrieran fuego contra ellos a pesar de estar invadiéndolos. Temerosos de que se tratase de una trampa, no se atrevieron a avanzar. Sin embargo, ante la ausencia de fuego antiaéreo a medida que pasaban los días, cuatro aviones P-40 tuvieron el valor de aterrizar en el aeródromo que Japón había construido en la isla. Al salir de sus aparatos, los aviadores comprobaron que, efectivamente, no había ni un alma.

Un fiasco
En aquel momento no encontraron ninguna explicación a lo que había ocurrido, pero más adelante se supo que, el 28 de julio, los mandos nipones habían ordenado que, aprovechando que la flota norteamericana se había retirado un instante para reabastecerse de combustible, varios barcos llegaron al puerto y embarcaron a toda la guarnición en medio de la espesa niebla. En tan solo media hora y sin hacer ruido, consiguieron sacar a los más de cinco mil soldados que quedaban de la guarnición y todos sus equipos.
Se ponía punto final a la batalla de las Aleutianas, conocida como Operación Al, que en apariencia había sido un éxito. En realidad puede considerarse un fiasco en el que Estados Unidos hizo un ridículo tremendo. Pese a no tener enfrente a un solo enemigo, la invasión de Kiska se saldó con 313 bajas. Algunas de ellas fueron causadas por la explosiones de la minas terrestres y las trampas que había diseminadas, pero la mayoría se produjeron por el fuego amigo procedente de los cañones de la propia flota norteamericana.
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