Alcohol, cannabis y morfina: los «vicios» de la Guerra Civil que la República ni Franco pudieron derrotas
Los dos bandos se preocuparon por este problema al principio del conflicto, única vía de escape para muchos soldados, hasta que se vieron desbordados
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Iniciar sesiónSolo hacía tres meses desde que se había iniciado la Guerra Civil cuando Chaves Nogales, director del diario 'Ahora', publicaba un editorial con el siguiente titular: 'Estupefacientes'. Se trataba de una columna y fue publicada el 16 de octubre de 1936. En ella, ... el célebre escritor advertía del peligro que suponía el consumo de drogas por parte de los soldados republicanos en medio de la lucha contra las tropas de Franco: «El que busca esta evasión es un cobarde que no consigue más que romper el resorte de su voluntad y su moral».
En julio del año siguiente, el diario comunista 'La Voz del Combatiente' publicaba el siguiente artículo: 'Los soldados de nuestro glorioso Ejército deben tener una moral intachable'. Y, a continuación, exponía: «El abuso con el alcohol es uno de los muchos vicios que nos ha legado la sociedad capitalista y se ha de eliminar de forma gradual. No exigimos que los hombres dejen de beber vino, pero sí que desaparezcan radicalmente los borrachos. Un hombre en estado de embriaguez no es dueño de sus actos, se turban sus sentidos, es un pingajo. El soldado antifascista, en las trincheras, en la retaguardia o donde se encuentre, tiene que estar en pleno goce de sus facultades. Sus actos deben ser controlados por la razón. No podemos consentir que se empañe el prestigio de los heroicos combatientes por un vicio incomprensible».
Estas dos recortes de prensa son un ejemplo del esfuerzo que realizaron las autoridades republicanas por enfrentarse a una realidad que, aunque no era nueva, podía causar problemas durante el conflicto. Sin embargo, no debemos confundirnos: esa preocupación, aunque en menor medida, también existió en el bando franquista. Ambos ejércitos se encontraron con el inconveniente de que muchos de sus soldados necesitaban alcohol y tabaco, además de otras sustancias como el cannabis y la morfina, en menor cantidad, a las que algunos militares se hicieron adictos en medio del estrés por las bombas.
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Hace poco ya les contamos en ABC un problema parecido en la guerra de Marruecos, donde los soldados españoles sufrieron episodios tan traumáticos como el desastre de Annual, con alrededor de diez mil soldados entre finales de julio y principios de agosto de 1921. Sumidos aquella atmósfera asfixiante, el alcohol fue una de las pocas válvulas de escape que tuvieron los combatientes. Por eso la cantidad de bebidas etílicas que llegaron al frente fue enorme, causando grandes estragos en aquella tierra donde conseguir agua potable era harto difícil.
«Víctimas del alcohol»
Los médicos militares hicieron todo lo posible por sustituir las copas de aguardiente matutinas por vasos de leche, aunque, a pesar de ello, muchos soldados siguieron recurriendo al alcohol hasta el final de la guerra con el único objetivo de calmar la ansiedad y el miedo. Los testimonios en este sentido eran numerosos. «Bebíamos mucho, aunque de mala calidad, porque todos teníamos algo que olvidar», apuntaba el sargento Enrique Meneses, en un testimonio que es igual de válido para la Guerra Civil. El mismo fundador de la Legión, José Millán Astray, uno de los jefes sublevados contra la República en 1936, hablaba de «víctimas del alcohol».
En su libro 'Paraísos en el infierno: drogas y Guerra Civil española' (Comares Historia, 2021), Jorge Marco analiza cómo el consumo de estupefacientes supuso un verdadero problema tanto en el frente como en la retaguardia. No solo porque causaba altercados como los que denunciaba 'La Voz del Combatiente', sino también porque su carencia condicionaba la conducta de la tropa. Es decir, que algunos sufrían el famoso síndrome de abstinencia. Y, además, provocaba el crecimiento del mercado negro y producía graves intoxicaciones, sobre todo con el tabaco y el alcohol, porque lo vendían adulterado y de mala calidad.
Conscientes de ello, la prensa celebraba las operaciones antidroga. «La Sociedad de Naciones felicita a la Policía española por la represión de los traficantes de estupefacientes», informaba el diario 'Ahora' un día después del golpe de Estado, en relación a un cargamento de dieciséis cajas de morfina y una gran cantidad de opio «facturado en Barcelona». Asimismo, detallaba que las drogas con las que más se traficaba en España eran el opio y la cocaína. En marzo de 1937, 'Mi Revista' publicaba reportajes como 'Opio, el más peligroso de los estupefacientes'. Mientras que 'La Libertad', ese mismo mes, felicitaba a las autoridades republicanas por otro golpe contra el narcotráfico, después de que un grupo de agentes se hiciera en Vall de Uxó (Castellón) con un cargamento de «tóxicos y estupefacientes cuyo valor alcanzaba las 20.000 pesetas».
A medida que avanzaba la guerra, tanto el Ejército de la República como el de Franco tuvieron que afrontar un dilema difícil: hacer oídos sordos al aumento del consumo de alcohol y otras sustancias ilegales –una medida que posiblemente causaría malestar entre las tropas– o endurecer los discursos en relación a la salud y a la moral. Finalmente optaron por modular sus mensajes y ser un poco más permisivos. Obviamente, no era el momento de ocuparse de este problema, había asuntos más importantes que abordar.
El cannabis
En su estudio sobre 'El consumo de cannabis durante la Guerra Civil y la Autarquía', Mónica Hinojosa e Isidro Marín abordan todo lo relacionado con esta otra sustancia. «Franco utilizó cuerpos militares beréberes para luchar en España y les remuneraba en parte con kif (cannabis). Se dice que Millán Astray, fundador de la Legión, también fomentaba el consumo de grifa en los cuarteles de los legionarios. El abastecimiento de esta grifa durante la guerra civil fue logística de alta prioridad para el alto mando de los sublevados».
Los autores cifran en 70.000 los marroquíes que lucharon en la Guerra Civil en el bando franquista y explican cómo, para tener cubierto el consumo de estos colaboradores, se organizaron suministros regulares de cannabis. La sustancia viajaba desde los valles de Lupus y las serranías de Ketama hasta el frente de batalla español, siempre con el conocimiento y el consentimiento de los mandos rebeldes.
En este sentido, Marín e Hinojosa añaden: «Existía en el bando golpista un cuerpo militar procedente del Protectorado Marroquí, que estaba compuesto en su mayoría por musulmanes encuadrados en los grupos de Regulares. Estos cuerpos consumían una sustancia denominada kiffin que se fumaba en pipas de madera. Según los investigadores José Mañoso Flores y Manuel Cortés Blanco, algunos de los que fumaban una cantidad abundante de este producto se mantenían tranquilos. Sin embargo, cuando no fumaban kiffin, se desencadenaban una serie de síntomas como cuadros maniáticos con hiperquinesia y actos violentos, compulsivos, sin aparente motivación, que alteraban el orden y la disciplina».
Anfetaminas
El abanico de sustancias no acaba ahí. Carmen Meneses Falcón defiende en su artículo 'De la morfina a la heroína: el consumo de drogas en las mujeres' que la Guerra Civil fue, igualmente, un campo de experimentación con las anfetaminas, que eran muy accesibles para las tropas de las fuerzas navales y de la aviación. Las usaban, en principio, para combatir las heridas que se habían ocasionado durante las batallas y tenían la capacidad de aumentar las capacidades físicas y psicológicas de los soldados.
Igualmente, el uso masivo de pervitin, un tipo concreto de anfetamina, por parte de las tropas alemanas en la guerra de España reflejaba a un Tercer Reich sumergido literalmente en las drogas. Esta costumbre se intensificó durante la Segunda Guerra Mundial, donde los nazis consumieron 35 millones de pastillas solo en la batalla de Francia. El objetivo en esta ocasión era potenciar la confianza y la resistencia física de los germanos. Todo ello, sin mencionar las diferentes adicciones que padecieron sus dirigentes. El mariscal Göring, por ejemplo, pasó de la dependencia de la morfina a la cocaína, mientras que Hitler llegó a tomar 82 tipos diferentes de compuestos, algunos con presencia de hormonas, estricnina y metanfetaminas.
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