El aislamiento buscado: ¿por qué no llegaron a España noticias de la Revolución Francesa?

Aunque tras la toma de La Bastilla algunos periódicos franceses entraron por la frontera de los Pirineos, a las pocas semanas, desaparecieron de la circulación y la Península permaneció aislada de los cambios que azotaban a Europa

Copia del diario 'L'Ami du peuple' manchada con la sangre de Marat Biblioteca Nacional de Francia

Antes de que estallara en París la Revolución Francesa el 5 de mayo de 1789, en España ya teníamos experiencia en lo que a revueltas populares se refiere. En Madrid, por ejemplo, tres décadas antes había estallado el Motín de Esquilache a causa de las ... medidas adoptadas por el ministro de Hacienda, tales como la imposición de una tasa al traslado del grano y la prohibición del uso de la capa y el sombrero chambergo, entre otras. Aquello desembocó en la destitución del mencionado ministro extranjero, el marqués de Esquilache, que intentaba graciosamente cambiar las viejas costumbres de España ancladas en el Antiguo Régimen.

En febrero de 1789, otra serie de revueltas provocadas por la subida del precio del pan, los llamados Rebomboris del pa o Motines del Pan en Barcelona, sacudieron también a la España de bien. Para evitar que la mala costumbre de protestar en público se siguiera extendiendo, el conde de Floridablanca, secretario de Estado español cuando comenzó la Revolución Francesa, prohibió toda mención a los convulsos acontecimientos ocurridos en París que cambiaron la historia de la humanidad. Esto provocó que nuestro país permaneciera relativamente aislado de los cambios del mundo durante varios años, como si deseáramos seguir viviendo en el Antiguo Régimen.

Contaba Miguel Pino Abad en el artículo 'El control inquisitorial de la prensa revolucionaria francesa: algunos ejemplos de ineficacia', publicado en la 'Revista de la Inquisición' en 2005, que, durante las postrimerías del mes de julio de 1789, se recibieron noticias puntuales en Madrid sobre la toma de la Bastilla. Algunos ejemplares de periódicos franceses consiguieron cruzar la frontera y entrar sin mucha dificultad a lo largo de lo que restaba de verano. «Ante tanta convulsión, el Gobierno español no adoptó ninguna decisión jurídica de cierta enjundia hasta transcurridos unos meses», apuntaba el historiador.

A continuación, advertía: «Hubo que aguardar a los días 18 de septiembre y 1 de octubre de 1789 para que se promulgaran sendas Reales Órdenes, donde se insertaron detalladas instrucciones dirigidas a los oficiales de las aduanas, para que 'todas las estampas, papeles impresos y manuscritos, caxas, abanicos y cualquier otra cosa alusiva a las ocurrencias de Francia, se retuviesen y fuesen remitidos por ellos directamente al secretario de Estado». Y así ocurrió, excepto con los diarios oficiales, editados a su antojo por la corte del Rey Carlos IV.

Prisión o destierro

Gracias a estas medidas, cualquiera que difundiera las ideas venidas de los vecinos del norte podía acabar en la cárcel o desterrado. Además, a partir de 1791, todos los extranjeros fueron objeto de vigilancia, especialmente los pertenecientes a la colonia francesa que residía en España. Da igual que sus conversaciones criticaran con odio todos los actos e ideas que procedían de la Revolución Francesa. Los acontecimientos de 1789 habían provocado un grave deterioro en las relaciones hispano francesas, de manera que todo lo que viniera de tierras galas, aunque estuvieran de acuerdo con nuestras santas tradiciones, despertaba recelo y no era bienvenido.

Aquello se sumaba a una situación harto tensa en la Península Ibérica, debido a la gran crisis económica causada por la sequía de 1788, a la participación en la guerra de Independencia de Estados Unidos y a los citados tumultos catalanes provocados por la subida del precio del pan en 1789. Todo ello indujo a temer un movimiento reivindicativo durante las Cortes y los Estados Generales de 1789. No querían que se volviera a repetir un motín como el de Esquilache… o algo peor, a juzgar por las noticias que llegaban del norte.

Carlos IV y sus ministros no dudaron en tomar cartas en el asunto cerrando las fronteras para evitar el contagio francés. Floridablanca tomó rápidamente medidas drásticas, estableciendo entre las fronteras lo que él mismo calificó de «cordón contra la peste». Y la «peste» era todo aquello que oliera a cambios en la sociedad o amenazar con echar abajo los privilegios de la Monarquía, la nobleza y la Iglesia. No querían ni pensar en que las teorías revolucionarias irrumpieran en España y socavaran el régimen absolutista.

No hablar con Francia

Por esa misma razón se prohibió a los militares españoles hablar con los franceses, no sea que se fueran a contagiar de aquella peste. Al mismo tiempo, el Rey de España, representado por su ministro Floridablanca, estrechó lazos y vínculos con la Inquisición, la misma institución que, durante el reinado reformista de Carlos III, influenciado levemente por el movimiento liberal y la Ilustración, había sido cuestionada e incluso relegada a un plano prácticamente testimonial tras siglos ostentando un gran poder.

«Desde París, el embajador Fernán Núñez jugó un papel destacado argumentando que el interés de la religión y de la Corte eran inseparables, por lo que era indispensable frenar la entrada en la península de la literatura revolucionaria. El embajador en París aconsejó al monarca 'una inteligencia reservada entre la Inquisición y la Corte para atajar el mal', indicando que el Santo Oficio tenía 'ya los medios más eficaces para averiguar sin ruido ni nuevos espías cuanto pasa en el Reino'. Para ello, facilitó al Gobierno 'todos los avisos relativos a este punto político que tocan a él, para que pueda desde luego corregir el desorden'», explica hace un año Ana Armenta-Lamant Deu en el artículo 'El cierre de la frontera franco española durante la Revolución francesa: 1789-1795', publicado en la revista 'HispanismeS'.

Entre dichas propuestas cabe señalar la creación de un nuevo puesto, el de Promotor Fiscal, pergeñado por Felipe de Ribero en la siguiente carta a Floridablanca, fechada el 30 de diciembre de 1790: «Importa sin duda crear un centinela que denuncie semejantes escritos y los persiga así respecto a los que descubra su diligencia como los que el Gobierno o personas particulares remitan a sus manos, para ocurrir en lo posible al gravísimo daño de que se propaguen en nuestro Reyno los perniciosos escritos que con maligna fecundidad salen diariamente de los países vecinos».

La filtración

Estas medidas nos llevan a pensar que el Gobierno consiguió que España se mantuviera aislada por completo de su vecina gala, pero la bola de lo que sucedía en Francia era demasiado grande como para evitar aunque solo fueran pequeñas filtraciones. Las ideas ilustradas del gobierno anterior a Carlos IV habían calado hondo en los intelectuales mejor preparados, lo que constituyó un freno irremediable al cerrojazo implantado.

Aún así, las consecuencias no se hicieron esperar, tal y como afirma Pablo Martínez Pita, autor de 'La princesa de Beira, reina del movimiento reaccionario' (2023): «Una de las tristes consecuencias de la Revolución Francesa fue que el miedo al contagio interrumpió el programa de reformas que tan necesarias le eran a la España de entonces. Algunos de los partidarios de estos avances económicos o sociales tomarían luego partido por José I, el hermano de Napoleón, pensando que se abría una puerta para continuar esa labor interrumpida. Serían los conocidos como 'afrancesados', que fueron ampliamente denostados por el resto de sus paisanos y expulsados del país tras el final de la Guerra de la Independencia en 1814».

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