Lecciones contra el Covid: el coraje de perder 7.000 millones de dólares por negarse a patentar su vacuna

Albert Sabin y Jonas Salk mantuvieron una gran enemistad y competencia durante toda su vida, pero tuvieron en común un gesto que cambió la historia del siglo XX al no querer beneficiarse de su trabajo, que evitó que millones de personas se vieran afectadas por la polimielitis

Alber Sabin (izquierda) y Jonas Salk, sobre la imagen de niños afectados por poliomielitis ABC

Israel Viana

Según un artículo de la revista «Forbes» publicado en 2013, Albert Sabin y Jonas Salk perdieron nada menos que 7.000 millones de dólares. Toda una fortuna con la que ni ellos ni sus treinta generaciones siguientes habrían tenido que volver ... a trabajar si así lo hubieran querido, de haber tomado una simple decisión por la que nadie les habría criticado y que a ninguna gran farmacéutica de hoy en día se le pasaría por la cabeza no tomar: la de cobrar por la patente de una vacuna que iba a salvar millones de vidas.

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Ellos, sin embargo, se negaron a patentarlas y, por lo tanto, a beneficiarse económicamente de ello, porque para los dos famosos virólogos estadounidenses era mucho más importante erradicar la poliomelitis, que estaba causando estragos en todo el mundo, que su propio enriquecimiento personal. Un decisión que, además, tomaron por separado y en medio de la gran enemistad y competitividad que les enfrentó durante toda su vida, hasta que ambos fallecieron a mediados de los 90.

En una ocasión, durante una entrevista en un programa de televisión de Estados Unidos, le preguntaron al Salk por los motivos que le habían llevado a rechazar la patente de la polio y su respuesta fue de lo más curiosa: «No hay patente. ¿Acaso se puede patentar el sol?». Respuestas parecidas dio Sabin posteriormente, puesto que la forma de ver la ciencia para estos dos virólogos era muy diferente a la que hoy conocemos con el Covid , la pandemia que ya ha matado a casi 2,5 millones de personas en todo el mundo e infectado a más de 111.

En diciembre, de hecho, Salud por Derecho y Médicos Sin Fronteras (MSF) pidió al Gobierno de Pedro Sánchez que apoyara la propuesta de Sudáfrica e India para aplicar una exención de patentes sobre ciertas medidas de propiedad intelectual en medicamentos, vacunas y pruebas de diagnóstico del coronavirus. Lo hicieron en una carta a la Organización Mundial del Comercio (OMC) con el objetivo de «aumentar la producción de vacunas con la entrada de más fabricantes, para distribuirlas de manera equitativa y no según quién puede pagar más, para que el mundo salga cuanto antes de esta epidemia».

Los «países más ricos»

Las propuesta consiguió el apoyo de 99 de los 164 países de la OMC. Es decir, de todos menos el de los «países más ricos»: Australia, Brasil, Canadá, Japón, Noruega, Suiza, Reino Unido, Estados Unidos y la Unión Europea. La idea es que, tal y como desearon Salk y Sabin a mediados del siglo XX, la ciencia debe estar dedicada única y exclusivamente al beneficio universal. Y con su gesto, rechazando todos aquellos miles de millones de dólares que le habría reportado la patente, ambos hicieron accesible la vacuna a todo el mundo, independientemente del PIB de los países.

Más adelante, sin embargo, el Tribunal Supremo de Estados Unidos dictaminó que «todo invento realizado por el ser humano bajo el sol sería patentable», con motivo del caso Chakrabarty. Un juego de palabras que claramente hacía alusión a la frase de Salk, cuya vacuna y la de Sabin se utilizaron desde la década de los 50 y consiguieron erradicar la polio en muchas regiones del mundo . De hecho, en 2016 solo se registraron 42 casos localizados en Pakistán, Afganistán, Laos y Nigeria. Europa, América y la región del Pacífico han sido declaradas ya zonas libres de esta enfermedad gracias al trabajo y generosidad de nuestros protagonistas.

Como es bien conocido, la enfermedad es muy contagiosa y está causada por un virus que invade el sistema nervioso y puede causar parálisis en cuestión de horas. El principal impulsor de que se intentara encontrar una vacuna fue nada menos que Franklin Roosevelt, la persona más famosa del siglo XX en contraer la poliomielitis o, como también se la conoce, la parálisis infantil. Sin embargo, el entonces presidente de Estados Unidos no tuvo suerte y murió en el cargo en 1945, una década antes del éxito de Salk.

La rivalidad de Sabin y Salk

Su vacuna era inyectable y se comercializó en 1955, mientras Albert Sabin se hallaba involucrado en la elaboración de su vacuna oral en la Universidad de Cincinnati. La primera fue protagonista del mayor ensayo clínico de la historia, pues involucró a 1.800.000 niños en Estados Unidos y los resultados fueron contundentes: fue efectiva entre un 60 y 70% contra la poliomielitis tipo 1 y un 90% contra la tipo 2, la más frecuente, y la 3. Al final de la campaña de vacunación, el número anual de casos descendió de 58.000 en 1952 a 5.600 en 1957. «La vacuna que cambió el mundo», la califican aún los expertos.

Para no interferir en la de Salk, se decidió que la vacuna posterior de Sabin se ensayase fuera de Estados Unidos. Por esta razón se administró durante los años 1958 y 1959 a millones de personas en la Unión Soviética y a presidiarios de Estados Unidos, según contaba a ABC, en 2016, el farmacéutico José Manuel López Triscas . Antes que a todos ellos, el virólogo responsable se la suministró a sí mismo y a su propia familia. Los resultados fueron tan favorables que, en 1960, comenzó a probarse con 180.000 niños de Cincinnati y, un año después, autorizada por su distribución a toda la población.

La heroica y sorprendente decisión de renunciar a aquella fortuna no produjo ningún acercamiento entre nuestros protagonistas, cuya competitividad y enemistad se mantuvo intacta hasta el final de sus días. En parte, porque la vacuna de Sabin acabó convirtiéndose en la preferida, a pesar de venir después, y son hoy muy pocos los países que continúan usando la de Salk. Esto se debe a que esta última se creó a base de virus inactivados y requería su administración por inyección, siendo necesarias varias dosis para lograr una inmunidad permanente. La oral, sin embargo, estaba hecha con virus vivos atenuados y solo requería una única dosis para lograr la protección de por vida.

«Cooperar y colaborar»

Cuando tenía 84 años, a Sabin le preguntaron acerca de la vacuna de su colega y este respondió sin reparos: «No es más que pura química de cocina, Salk no descubrió nada». Este, por su parte, declaró que su colega «nunca había significado nada» para él. «Cuando lo conocí en Copenhague, en 1960, le dije que su vacuna era responsable de varias muertes», reconoció a un periodista, en referencia a varios casos de polio causados por los primeros preparados de su compañero.

Hay quien defiende que los motivos de Jonas Salk para no patentar su vacuna podrían estar relacionados con la carencia de una legislación sobre patentes en la década de 1950 en Estados Unidos. Sin embargo, no parece que el virólogo viera esta propiedad intelectual como algo positivo cuando se trataba de algo tan importante como la salud de los habitantes del planeta. Lo resumió él mismo en otra de sus famosas frases: «Es mucho más importante cooperar y colaborar. Somos coautores por la naturaleza de nuestro destino», aseguró entonces. Una filosofía que ha servido de inspiración para muchos otros científicos y que ha ganado adeptos en los últimos años.

«La vacuna Salk permitió evitar una enfermedad que causaba mucho daño y sufrimiento a la población, pero también trajo beneficios económicos, puesto que el costo de 40 años de vacunas a la población de Estados Unidos fue menor al de un año de rehabilitación de las secuelas», comentó al diario argentino «Página 12» Alejandro Ellis, jefe del servicio de Pediatría del Sanatorio Mater Dei, en Buenos Aires, quien ha padecido la enfermedad él mismo cuando era un niño. Y añadió: «La de Sabin, que es la versión popular y ampliada de la Salk, logró eliminar totalmente la polio del mundo porque, a diferencia de la anterior, inmuniza no sólo al paciente que se vacuna sino a sus contactos».

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