Así inventó el pilates un campo de concentración de la IGM: el método contra las bombas y la gripe española

Su nombre: Joseph Hubertus Pilates . Nació cerca de Düsseldorf (Alemania) en 1880 y pasó una infancia marcada por el sufrimiento y las enfermedades. De niño padecía raquitismo, asma, artritis y fiebre reumática, lo que le hizo desarrollar una musculatura débil que derivó en alteraciones posturales y en una anquilosis articular, es decir, la imposibilidad de mover el cuerpo con facilidad. Además, tenía el pecho hundido y estaba muy flaco, lo que provocó que sus compañeros de clase lo acosaran, atormentaran y humillaran continuamente. El actual «bullying» escolar , pero en su peor versión a finales del siglo XIX.

Y por si no fuera poco, todavía tuvo que soportar un infierno mucho mayor poco después de empezar a interesarse por el funcionamiento del cuerpo humano y el ejercicio, con el objetivo de solucionar sus problemas de salud. Durante la adolescencia estudió Filosofía y le fue muy bien con la práctica deportes como el boxeo, la gimnasia, la natación y varias disciplinas orientales más. En 1912, incluso llegó a viajar a Gran Bretaña para actuar con un circo en un número de estatuas griegas. Pero, entonces, todo saltó por los aires.

El 28 de junio de 1914, un nacionalista serbio-bosnio se acercó al coche del archiduque Francisco Fernando , durante su visita a Sarajevo, y le disparó a bocajarro en la yugular. A su esposa le acertó en el abdomen. La duquesa falleció camino del médico, mientras el heredero al trono de Austria-Hungría le suplicaba: «¡Sofía!, ¡Sofía! No te mueras... vive para nuestros hijos». Pero él también murió a los diez minutos. Su Gobierno culpó a Serbia, que fue respaldada por su aliado, Rusia. Y cuando Austria-Hungría declaró la guerra en señal de venganza, la Alemania de Hubertus Pilates e Italia se pusieron de su lado, mientras que enfrente se posicionó la «Triple Entente» con Gran Bretaña y Francia.

El resultado: la guerra más terrible acaecida hasta ese momento en el mundo, librada por tierra, mar y aire, que mató a ocho millones de militares y 6,6 millones de civiles más. El 60% de las personas que combatieron o participaron en ella perdió la vida, mientras que la mayoría de las restantes desapareció o resultó herida, en un conflicto que se originó en Europa, pero que afectó a las colonias y a los países aliados de África, Asia, América, Oriente Medio y Australia. El débil Joseph, por su parte, no fue una excepción a sus 34 años, ya que, como consecuencia del ejercicio que había realizado durante su juventud, estaba lo suficientemente fuerte como para ser enviado al frente.

Pasó los primeros meses de la Primera Guerra Mundial en las trincheras, aquellos agujeros hediondos cercados por las bombas y los asaltos con bayoneta del enemigo, donde convivía con las ratas y las enfermedades, y sin comida ni agua que llevarse a la boca. «Era un nido de agua anegada, barro y tumbas muy diferente a los que se muestran en “1917”, la película de Sam Mendes», explicaba a ABC, el año pasado, el divulgador histórico José Luis Hernández Garvi , autor de «Eso no estaba en mi libro de la Primera Guerra Mundial» (Almuzara, 2019).

Pero las cosas aún podían ir peor para Hubertus Pilates, que fue capturado e internado en varios campos de concentración británicos. El primero, en Lancaster, donde se dedicó a enseñar lucha y autodefensa a los miles de soldados alemanes, italiano y austriaco que estaban presos con él. El segundo, el de Knockaloe, en la isla de Man, donde pasó tres años y medio trabajando en el hospital, ayudando a cerca de los 23.000 prisioneros enfermos y postrados en la cama a que mejoraran su condición física con técnicas de movimientos del cuerpo y ejercicios de respiración inventados por él.

Instaló también una serie de muelles por encima de las camas del hospital, para que los pacientes pudieran rehabilitarse mientras estaban tumbados. Según cuenta Ellie Herman en «Pilates con accesorios» (Paidotribo, 2004), esa estructura fue la que posteriormente evolucionó para convertirse en el «cadillac», una de la unidades fundamentales del método que acababa de inventar y que le haría mundialmente famoso con los años. «En ese mismo campo creó más de veinte artilugios más, algunos de los cuales parecen realmente instrumentos de tortura de la Edad Media, fabricados con madera y metal, mediante diversas combinaciones de poleas, cintas, barras, bidones, cajas y muelles», especifica el autor.

Así fue como descubrió los beneficios de aprovechar la resistencia de los resortes para variar el grado de exigencia de los movimientos y empezó a dar forma a su célebre método. Se cuenta que Pilates también asistió a muchas contagiados de la gripe española , la famosa epidemia llegada a Europa en abril de 1918, un mes después de que un cocinero del campamento Funston, en Kansas, llamado Albert Gitchell, acudiera a la enfermería con molestias en la garganta, fiebre y dolor de cabeza. Un primer caso que, unas horas más tarde, ya había afectado a varios centenares de compañeros más y obligó al oficial médico a habilitar un hangar para acomodar a los enfermos de aquel mal desconocido que mataba a los más jóvenes y sanos en cuestión de días.

La epidemia, cómo no, llegó a la isla de Man y Hubertus Pilates empezó a ver cómo se contagiaban algunos de los prisioneros. No se imaginaba que, un año más tarde, la pandemia habría matado a más de 40 millones de personas en todo el mundo, cuatro veces más que los soldados muertos en la Gran Guerra, pero el campo de trabajo quedó sorprendentemente a salvo de la enfermedad. Este hecho fue, en parte, atribuido al método de Pilates y a la disciplina de ejercicios que él mismo instauró entre los soldados y que, ya por entonces, le hizo relativamente célebre.

La Gran Guerra terminó y Joseph volvió a Alemania, donde le pidieron que entrenara al nuevo Ejército alemán. Desencantado con el clima político, decidió dejarlo al poco tiempo. Su familia y amigos le convencieron para que emigrara a Estados Unidos. Durante el viaje en 1923 conoció a la que sería su esposa, Clara. Ella desempeñó un importante papel en el desarrollo y enseñanza del método Pilates , que bautizaron como « Contrología ». Y abrieron su estudio en la Octava Avenida de Nueva York.

El pilates se convirtió pronto en el método de rehabilitación y entrenamiento de la mayoría de los bailarines de la Gran Manzana, ya que la fisioterapia, tal y como la entendemos hoy, no existía entonces. Y a estos se unieron después los gimnastas y los atletas, para quienes una lesión podía ser devastadora. De hecho, las autoridades sanitarias empezaron a interesarse por su trabajo e, incluso, algunos doctores de hospitales tan prestigiosos como el Lenox Hill empezaron a enviarle a sus pacientes.

En la década de 1950, Hubertus trabajó muy duro para que las instituciones médicas y educativas reconocieran su trabajo al mismo nivel que crecían sus alumnos. Lamentablemente, eso no ocurrió durante su vida. Como apuntan Beth A. Kaplanek, Brett Levine, William L. Jaffe en «Pilates y rehabilitación» (Paidotribo, 2014), «Joseph sabía que su trabajo se había adelantado 50 años a su tiempo». Por lo tanto, no llegó a ver ni una décima parte del éxito alcanzado por su método en la actualidad. Falleció en octubre de 1967, después de que su estudio fuera arrasado por las llamas. Según algunas biografías, su murió a causa de las heridas que sufrió al día siguiente del incendio, cuando fue a visitar los restos del gimnasio para intentar salvar algunas de sus pertenencias y sufrió un accidente. Mary Bowen, una de sus alumnas, asegura que murió por un enfisema. Su esposa rehabilitó el centro y se hizo cargo de él hasta su fallecimiento en 1977.