Los 70 días de infierno en el Alcázar de Toledo: las duras condiciones de vida en el asedio
Durante más de dos meses, los defensores dejaron constancia de las penurias que sufrieron antes de ser salvados. Desde comer estofado de carne de caballo, hasta verse obligados a racionar el agua
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Iniciar sesiónLejos de izquierdas, derechas, arribas y abajos, existen episodios de la Guerra Civil que se han grabado a fuego en la memoria de nuestro país. Quizá uno de los más sencillos de identificar sea el asalto que, a partir de julio de 1936, tuvo ... como protagonista al Alcázar de Toledo . Y es que, dentro de esta fortaleza, unos 1.300 defensores a las órdenes del coronel José Moscardó lograron resistir durante más de dos meses los constantes ataques del ejército de la Segunda República , el cual contaba con varios millares de soldados, multitud de piezas de artillería, y algún que otro carro de combate.
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Héroes para unos, villanos para otros, lo cierto es que este grupo de soldados consiguió resistir, contra todo pronóstico, el bombardeo constante de los cañones y aviones republicanos. Sin agua, sin comida y casi sin munición , los defensores realizaron una proeza que, a su vez, fue utilizada por Francisco Franco a nivel propagandístico para mejorar su imagen internacional y elevar la moral de sus combatientes a lo largo de todo el conflicto. El mito que se generó tras la Guerra Civil fue igual de llamativo y convirtió a este asedio, acaecido entre el 21 de julio y el 27 de septiembre, en una verdadera gesta del bando Nacional.
Duras condiciones
Pero... ¿cómo fue la vida en esos dos meses dentro del Alcázar? Los defensores tuvieron que hacer frente a la escasez de víveres, algo que les obligó, por ejemplo, a tener que matar a sus caballos para poder llevarse a la boca algo de carne. Al menos, eso es lo que ha quedado recogido en el «El Alcázar» , un panfleto que, editado dentro de la fortaleza, era repartido a diario entre los combatientes para mantenerles informados de lo acaecido el día anterior y elevar su moral.
«Anteayer, por la tarde, comimos un excelente estofado de carne de caballo , excelente en condimentación y en sí; carne sustanciosa y jugosa de blandura casi similar a la ternera fue despachada con júbilo y reconocimiento hacia los autores de la idea; nos dicen que escasísimos elementos, llenos de algún prejuicio imaginativo, tuvieron algún reparo; nada más lógico», explica el número de «El Alcázar» entregado a los defensores el 29 de julio.
A continuación, continuaba con una narración pormenorizada de las bondades de la carne de jamelgo: «El caballo es animal limpio y pulcro, al extremo de que ni come, ni bebe nada que no esté en las mejores condiciones; el género de alimentación, exclusivamente vegetal, hace que nada pueda justificar aquellos prejuicios; las condiciones de sabor y alimentación (valor nutritivo), superan las de la raza bovina; el aspecto natural es también mejor que el de las clases comunes de carne».
El pequeño diario era utilizado además por Moscardó para dictar nuevas normas entre sus hombres: «También nos indican que se ponga cuidado en la provisión de agua , no cometiendo, si no abusos que nadie los comete, dispendios para otros menesteres que no los de la bebida; entendemos que dado el buen espíritu de todos será atendido ese requerimiento oficioso de un mando que siempre quiere ser paternal, pero que sabe ser militar y enérgico cuando las circunstancias lo requieren» se destaca también en el diario del 29 de julio.
Según declararon después del conflicto varios supervivientes, la comida empezó a escasear rápidamente, lo que obligó a reducir las raciones de carne a la mitad y racionar el agua a un único litro por persona al día. No obstante, algunos defensores llevaron a cabo diferentes salidas en las que consiguieron «requisar», sobre todo, trigo . Más que de alimentos, los defensores decían nutrirse de la esperanza de que el Ejército de África –al mando del general Varela, llegara hasta Toledo y les liberara.
Dura resistencia
Con el paso de las semanas, la situación se fue poniendo cada vez más fea para los dos bandos. Por un lado, los asaltantes sabían que las tropas de Franco podían caer sobre ellos si no acababan con el asedio rápidamente y, por el otro, a los defensores empezaban a escasearles varios productos de primera necesidad. De hecho, en aquellas jornadas más de dos docenas de soldados a las órdenes de Moscardó decidieron capitular y entregarse a las tropas asaltantes.
Mientras, los disparos de la artillería seguían resonando día tras día sobre las murallas del Alcázar como si se trataran de una siniestra banda sonora, aunque sin provocar muchas bajas. De hecho, Moscardó tuvo que hacer uso de su diario para establecer unas normas básicas de higiene , pues sabía que las enfermedades podían ser una de las pocas causas que acabaran con sus tropas.
«Precisa un celoso cuidado el no realizar las evacuaciones fuera de las letrinas»
«Se nos ruega que hagamos unas ligeras indicaciones sobre motivos de higiene (…) Precisa un celoso cuidado el no realizar las evacuaciones fuera de las letrinas; todos debemos erigirnos en vigilantes y propugnadores de esta medida elemental de higiene, que de no adoptarla a rajatabla tendría consecuencias funestas e incalculables con respecto a la salud de todos, mucho más temibles que las que puede originar el fuego enemigo, y las razones son tan elementales y claras que no vale la pena enumerarlas», señalaba el «El Alcázar» del 3 de agosto.
Los republicanos, a sabiendas de que la toma del Alcázar de Toledo suponía dar una imagen de poder a nivel internacional, trataron por todos los medios de acabar con los hombres de Moscardó. Así, durante este mes intentaron, entre otras cosas, incendiar el edificio , volar la cocina de la fortaleza para evitar que se pudiera hacer la comida e, incluso, lanzar gases lacrimógenos contra los sublevados.
Según dejó escrito Moscardó, y lejos de desmoralizarse, los defensores pronto renovaron sus ánimos, pues recibieron por correo aéreo varias cartas de Francisco Franco informándoles de que pronto serían liberados.
Por las bravas
Al final, y ante la imposibilidad de tomar la fortaleza por la fuerza, la República decidió en Consejo de Ministros iniciar la construcción de dos minas bajo el Alcázar. La idea gubernamental consistía en llenar de explosivos los conductos subterráneos para volar el edificio en su totalidad y, así, acabar de una vez por todas con la resistencia de los hombres atrincherados en su interior. A su vez, se intensificó el cañoneo sobre el Alcázar, cuya fachada norte, muy debilitada, terminó derruyéndose.
Con la llegada de septiembre los defensores contaban ya los 41 días dentro del Alcázar, sin duda un largo período tanto para los nacionales como para los republicanos . Estos últimos parece que decidieron cambiar de estrategia con el comienzo del nuevo mes pues, antes de detonar las cargas explosivas que habían preparado, enviaron a un emisario para tratar, por última vez, de convencer a los hombres de Moscardó de rendir la fortaleza.
No lo lograron. Y se les acabó la paciencia. En septiembre las cargas fueron detonadas y, a continuación, una marea de soldados republicanos asaltó el Alcázar por las bravas. La tensión se palpalba en el interior. Pero aquello fue un desastre. La primera columna republicana se encontró con que la detonación había creado un gigantesco cráter casi impracticable que les convertía en un sencillo objetivo para los defensores. Tampoco tuvieron demasiada suerte las tropas que trataron de asaltar la zona sureste y oeste del edificio , pues recibieron una ingente cantidad de fuego de fusilería.
A las pocas horas, una vez que se disipó el humo de la artillería y los fusiles, el panorama era dantesco. Y es que, aunque los defensores habían considerables bajas (aproximadamente 60) el asalto no había conseguido su objetivo. Tras el catastrófico asedio, los republicanos volvieron a su plan original: bombardear con artillería el Alcázar hasta reducirlo a cenizas.
La situación había tomado ya un rumbo inamovible y, aunque en los días posteriores los republicanos trataron de asaltar el Alcázar, fueron rechazados de nuevo. Finalmente, y después de decidir desviarse a costa de no presionar Madrid, las tropas de Varela llegaron a las inmediaciones de Toledo a final de mes y, para felicidad de los sitiados, liberaron la fortaleza.
Mientras, las tropas gubernamentales decidieron retirarse para evitar ser atrapadas entre dos fuegos. Había acabado la batalla por el Alcázar de Toledo, y lo había hecho con más de 90 fallecidos por el bando nacional y una cantidad imposible de cuantificar por parte del ejército gubernamental.
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