Los absurdos errores que condenaron al ejército de la Segunda República, según uno de sus generales
Jesús Pérez Salas, militar y amigo personal de Manuel Azaña, achacó a las diferencias políticas y a la intervención comunista la derrota del Ejército Popular en la Guerra Civil
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Iniciar sesiónSi de algo no fue jamás sospechoso el coronel Jesús Pérez Salas es de tener ideas contrarias a la Segunda República. Así lo atestigua su colaboración en algunas conspiraciones que, antes del levantamiento de la tricolor el 14 de abril, buscaban acabar ... con la dictadura de Primo de Rivera . Tampoco puede dudarse de su lealtad al gobierno de Manuel Azaña , su amigo personal durante toda la Guerra Civil . Sin embargo, él mismo explicó en sus memorias que fue repudiado por el alto mando del Ejército Popular después de criticar los graves errores militares que, en su opinión, allanaron el camino a la victoria franquista.
Pérez Salas, veterano de la campaña posterior al desastre de Annual (la reconquista del territorio tomado por Abd el-Krim ), fue defensor de la militarización de las fuerzas que defendían a la Segunda República a pesar del clima de descontento que existía, a partir de julio de 1936, contra el Ejército. Pero también fue muy crítico con el camino que siguieron para ello los gobiernon de Francisco Largo Caballero y Juan Negrín . El coronel soñaba con unos mandos capaces, profesionales, entrenados y ajenos a los manejos de los partidos. Por el contrario, se dio de bruces con el nombramiento de unos oficiales pocos duchos en la táctica y más versados en el arte de la comunicación política.
Pero, para Pérez Salas, la gran lacra del Ejército Popular es que fue alumbrado al calor del comunismo. Según explicó en «Guerra en España» (escrito en 1947 y reeditado por Almuzara) , al Estado Mayor republicano le preocupaba más nombrar comisarios afines a esta ideología que dar el mando a oficiales competentes. Y todo, con el objetivo de controlar los posibles focos revoltosos organizados por socialistas , anarquistas o republicanos .
«Las trincheras se convirtieron en campos de propaganda, con el natural resquebrajamiento de la disciplina militar y […] para obtener puestos de responsabilidad era preciso ser “afecto al régimen”».
De las milicias al Ejército Popular
El origen de este entramado hunde sus raíces en el levantamiento que se sucedió entre el 17 y el 18 de julio de 1936. Aunque fue liderado por las tropas del norte de África, también hubo conatos del llamado Alzamiento en ciudades como Sevilla , Burgos , Valladolid , Barcelona o la misma capital. El caos se extendió y, a pesar de que buena parte de las fuerzas gubernamentales se mantuvieron leales a la Segunda República , se generalizó entre los sindicatos la idea de que el Ejército no era de fiar. Al instante miembros de la CNT , la FAI o (entre otros tantos grupos) algunas facciones del socialismo se lanzaron como un rayo a las calles.
Soliviantados, durante dos jornadas solicitaron al gobierno que entregara armas al pueblo para combatir a los sublevados. Así nacieron las famosas milicias , unidades de voluntarios que formaron una suerte de fuerza paralela al Ejército profesional. Contingente al que, en su mayoría, se negaban a adscribirse. «¡Milicianos sí, soldados, jamás!» , se escuchaba aquellos días en Barcelona. Sin embargo, la extensión en el tiempo de la contienda, enquistada en varios frentes, llevó al gabinete de Francisco Largo Caballero a entender que no podrían obtener la victoria sin la disciplina y el ordenamiento castrense.
Así, Largo Caballero dio los primeros pasos para formalizar la creación de un Ejército Popular en el que las milicias se integraran con los soldados profesionales. La primera medida arribó el 28 de septiembre, cuando se permitió el acceso de los oficiales de estas unidades a los cuadros profesionales. A esta la siguieron otras como el reconocimiento de su antigüedad dentro del escalafón militar o la instauración del saludo oficial para las, hasta entonces, unidades no regulares. Pérez Salas aprobó sus esfuerzos, aunque, en sus palabras, el gobierno tomó la dirección equivocada cuando subió a la poltrona el nuevo gabinete liderado por Juan Negrín.
Negrín heredó la tarea de reorganizar el Ejército Popular y, tras unificar a nivel administrativo las carteras de Guerra , Marina y Aire , creó el Ministerio de Defensa Nacional con la idea de centralizar todo el poder sobre una única cabeza. Al frente quedó el socialista Indalecio Prieto , mando de las diferentes armas. El cambio de tercio no tendría por qué haber causado problemas. O eso creía Pérez Salas. Pero las ideas políticas del líder del gabinete y sus enfrentamientos con Prieto sentenciaron, en sus palabras, a la República:
«Desde el primer momento, Negrín se declaró simpatizante comunista, en tanto que Prieto era considerado por estos, con o sin razón, como su mayor enemigo».
Comisarios comunistas
Para Pérez Salas, el primer fallo de la República fue alumbrar, el 15 de octubre de 1936, el Comisariado General de Guerra . Una institución encargada, sobre el papel, de «imprimir la máxima eficacia militar», «ejercer sobre la masa de combatientes constante influencia» y «establecer una corriente espiritual y social entre los jefes, oficiales y clases del ejército leal y de los soldados milicianos» a través de sus representantes. Aunque inocuos sobre los documentos, en la práctica los comisarios, figuras más políticas y propagandísticas que militares, se apoderaron a toda velocidad del mando de las unidades a pie de trinchera.
Lo peor, según este oficial, es que la inmensa mayoría de los comisarios pertenecían al Partido Comunista. Un dato que corrobora la correspondencia que mantuvieron Prieto y Negrín durante la contienda y en la que el primero exigía que la afiliación política de estos oficiales fuera proporcional al número de afiliados a los partidos. La propuesta, que fue rechaza, denota para Pérez Salas que el gobierno entregó en bandeja el mando «de facto» del ejército al comunismo. Así lo explica en su obra:
«La creación del Comisariado de Guerra fue un disparate. Había sido sugerido o impuesto por los representantes rusos, quienes alegaban era imprescindible para poder controlar los mandos militares, dudosos todos, según ellos, tal como hubo de ocurrir en la Unión Soviética. En realidad, el Comisariado era un medio para llegar a apoderarse del ejército los comunistas en detrimento de la eficacia de aquel cuyos militares veían menoscabada su autoridad y quebrantada la disciplina de sus subordinados. […] Convirtieron las trincheras en campos de propaganda, con el natural resquebrajamiento de la disciplina militar».
Según Pérez Salas, los comisarios mantuvieron enfrentamientos directos no solo con los oficiales del Ejército regular , sino también con los mandos de milicias contrarios a la ideología comunista. El resultado fue una división interna que derivó, por un lado, en tensiones palpables a la hora de tomar decisiones estratégicas y, por otro, en una malsana obsesión de estos guardianes de la ideología por «convertir» a los soldados adscritos a otros partidos.
«Los comisarios comunistas, que eran la mayoría, siguiendo su táctica habitual y en cumplimiento de las consignas que recibían, trataban de aumentar los efectivos de su partido mediante una continua propaganda entre los soldados de sus unidades que no compartían sus ideas, y en la que empleaban cuantos medios tenían a su alcance, desde la promesa de futuros ascensos, hasta la amenaza de fusilamientos alegando delitos no cometidos. Esto no podía ser bien visto por los demás partidos, que observaban una constante disminución del número de sus afiliados, obligados a cambiar su carnet para no llegar a ser víctimas de su lealtad política».
Salas es más que crítico con el papel de estos oficiales; personajes que, considera, provocaban « perturbación en el ejército » por imprimir a las unidades un cariz político que solo aportaba tensión. Como ejemplo del desprecio de estos mandos por la guerra explica que, antes de un ataque, un comisario impidió que la artillería barriera las posiciones Nacionales ubicadas frente a las trincheras aliadas por considerar que, con sus proyectiles, cabía la posibilidad remota de que hirieran a sus compañeros comunistas.
Dominio absoluto
Además, Pérez Salas carga contra el Estado Mayor Central, encargado de estudiar las operaciones militares y dirigido por Vicente Rojo , por plegarse a las decisiones del comunismo y obsesionarse con que fueran las unidades formadas por miembros adscritos al PCE las que lideraran los asaltos contra los sublevados. El ejemplo más sangrante se habría sucedido cuando, para aliviar la presión ejercida por los Nacionales en el frente del norte, el gobierno quiso llevar a cabo un ataque de distracción en el otro extremo de la Península. El objetivo: obligar a Franco a desplazar parte de las tropas que amenazaban Bilbao hacia el sur.
«Como todas las operaciones que se sucedieron hasta la pérdida de la guerra, ésta fue ideada con un pie forzado, que consistía en la obligación de que fueran las unidades comunistas, que formaban los V y XV Cuerpos de Ejército, las encargadas de realizarlas y, como estas unidades se encontraban en el Frente de Madrid, por allí se había de hacer la operación. Parece natural que una ofensiva llamada a distraer a los contingentes adversarios que asediaban el Norte fuese lo más lejos posible de ese frente, con el fin de que las fuerzas que el enemigo se viera precisado a retirar empleasen más tiempo en llegar a su destino, lo que había de ser aprovechado para adelantar la toma de los objetivos señalados».
Lo mismo ocurrió con oficiales a los que se aupó en el escalafón por el mero hecho de ser comunistas; requisito indispensable, según Pérez Salas, para estar bien considerado dentro del Ejército Popular . «Para obtener puestos de responsabilidad era preciso que el control los declarase “afectos al régimen” y, como aquel se hallaba en manos de los comunistas, hacían estos lo que mejor les convenía para conseguir sus fines», añade. El coronel se atreve incluso a acusar al gobierno de usar el dinero destinado a fomentar el reclutamiento de voluntarios extranjeros en París para sufragar la propaganda política del Partido Comunista francés.
Desprecio por el Ejército
Otro grave error en el que incurrió el gobierno de la Segunda República fue, para Pérez Salas, integrar a milicias en el Ejército, en lugar de acabar con ellas para evitar la ideologización de las fuerzas armadas. En el caso de haber sido el responsable de la reorganización, él habría apostado por «hacer una oficialidad profesional, libre de pasiones políticas» y habría convertido en guerrilleros al resto. Por el contrario, dice, se entregó el privilegio del mando a «activistas políticos» que sentían «fobia hacia el militar profesional» y que, según ascendían en el escalafón, se esforzaban por sabotear los militares de carrera.
El personalismo y el ego de los nuevos oficiales que habían llegado a la cúspide de los organismos de la Segunda República aupados por su ideología (así como el de los ya experimentados, que no querían ser aparatados) fue, según nuestro protagonista, el enésimo clavo del ataúd del Ejército Popular:
«Triste es decirlo, pero la verdad es que la máxima responsabilidad por la deficiente creación del Ejército Popular la tienen esos militares profesionales que, por ambición personal o por miedo a sus pasadas actuaciones, se prestaron a inutilizar a muchos de sus compañeros, encumbrando, de añadidura, a los más ineptos y entregando el Ejército a manos de unos jefes de milicias que eran, a todas luces, incompetentes».
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