Halcones y palomas
CARTA DEL DIRECTOR
EL principal socio de esa Alianza de Civilizaciones con la que Zapatero ha blasonado de líder en la cumbre de la ONU es un tipo que lleva varios años empeñado en fabricar una bomba atómica. Bajo la chilaba de Mohamed Jatamí, un islamista moderado bastante menos moderado que islamista, no se esconde precisamente un «ansia infinita de paz» como la de nuestro presidente del Gobierno, aunque la propaganda trate de hacerlo pasar por una especie de esperanza blanca del Diálogo de las Culturas: en su país se sigue ejecutando a la gente colgándola de las grúas. Pero en Naciones Unidas lo que cuenta es la retórica y la imagen. Entre otras cosas, porque poco más puede exhibir en su universal inoperancia.
Desde el punto de vista de la retórica y la imagen, no cabe la menor duda de que Rodríguez Zapatero ha obtenido en la Asamblea de la ONU un éxito incuestionable. Kofi Annan, que dejó pudrirse el conflicto de Irak, permitió que Sadam Husein incumpliese las resoluciones internacionales, fue incapaz de evitar la guerra y luego mandó irse de allí pitando en cuanto le pusieron una bomba en la delegación, ha utilizado la Alianza de Civilizaciones para maquillar de gestos un delicado papelón manchado con la pringue de la corrupción en el programa de Petróleo por Alimentos. Y todo el mundo ha puesto en Nueva York carita de no haber roto un plato. Hasta Bush ha dulcificado su discurso belicoso, y el halcón judío Sharon se ha paseado con aires de paloma que vuela del suelo de Gaza con una ramita de olivo. Es lo que tienen estas citas benéficas: las buenas causas permiten a cada cual ofrecer su mejor aspecto.
Entre tanta mirífica bondad, entre tanto propósito arcangélico, viene a dar más o menos igual que España se haya negado a suscribir un recargo en las tarifas aéreas para sufragar la ayuda al desarrollo. Hombre, una cosa es hacer filantropía y otra meterle la mano en la cartera al turismo, nuestra primera industria nacional. La filantropía es para los discursos, ese ámbito en el que la política se inviste de una cierta poesía para recordar aquellos objetivos que representaron ciertos ideales sacrificados por el peso del poder. Y en eso Zapatero está cuajando en consumado maestro, capaz de envolver bajo su iluminada sonrisa una hermética determinación de rocoso pragmatismo.
Lo paradójico de este tolerante buenismo teórico es que le tiende la mano a todo el mundo, menos a una oposición que representa a casi la mitad de la sociedad política española. Zapatero, que hace pocos años fue capaz de suscribir compromisos con Aznar -y mira que era eso difícil-, ofrece ahora alianzas a los musulmanes, pactos a los independentistas, diálogo a los terroristas, pero se niega a acordar una ley con la oposición. Esta semana, sin ir más lejos, Rajoy ofreció un acuerdo sobre la educación, esa cenicienta, y le devolvieron desde el ministerio una declaración de principios para que la suscribiese al pie. Y en la ley de Defensa Nacional, PSOE y PP han sido incapaces de ajustar un arreglo, separados por el vertiginoso abismo de... una conjunción copulativa.
Esa estrategia de aislamiento le está saliendo, desde luego, a pedir de boca. Con el diálogo como bandera retórica y el respaldo de un potente aparato de propaganda, el Gobierno señala a la oposición como un colectivo crispado que no logra encontrar un mal socio. Practica una política ambigua en la que un decidido programa rupturista aparece edulcorado con el almíbar de un diálogo hemipléjico. Y tiene éxito. Zapatero sintoniza con la médula acomodaticia de una sociedad confortable que no quiere líos y huye de las decisiones antipáticas para no complicarse la vida. Una sociedad blanda apalancada en la ética de la comodidad que prefiere ceder para no afrontar el compromiso de la dialéctica.
Así, si los nacionalistas catalanes se sienten incómodos en una España relativamente cohesionada, se les otorgan prebendas insolidarias. Si se producen problemas de integración de los musulmanes, se facilita su acceso con una política suicida de inmigración a contracorriente de las restricciones vigentes en toda Europa. Y si los terroristas se agobian con la política de presión y achique de espacios, se les ofrece la posibilidad de una solución negociada. Hablando se entiende la gente, que resumía esa minerva política llamada Ernest Benach. Qué hay de malo en ello, como le gusta decir a Ibarretxe, otro paladín del diálogo.
Medio siglo después de su fracaso histórico en Europa, España encabeza en el mundo un «revival» de la política de apaciguamiento. El discurso de Zapatero en Naciones Unidas es un monumento a la memoria de Chamberlain, zarandeada por su compatriota Tony Blair hace sólo dos meses, después de los atentados de Londres: «Sería un error de proporciones catastróficas pensar que ellos van a cambiar porque nosotros cambiemos». En un mundo abrumado por el conflicto que plantea el desafío de los fanáticos, nuestro presidente enarbola el estandarte de la tolerancia, el respeto y el entendimiento, y pone de ejemplo su nueva política antiterrorista.
En esa estrategia de paloma con las alas abiertas, sin embargo, se está quedando peligrosamente fuera una gran parte de la sociedad española. Se benefician de ella, en cambio, los halcones de minorías conflictivas que, como Juan Carlos Rodríguez Ibarra señalaba el viernes en su polémica Tercera de ABC, abren y cierran a su voluntad la muralla de los privilegios y la intolerancia. Una muralla cuya existencia desmiente la retórica externa del adanismo y la Alianza de las Civilizaciones, y la convierte en una triste milonga bajo cuyo dulce son se oye el crujido de la integración nacional que alguna vez, allá en la Transición, atisbamos a soñar entre las brumas de la concordia democrática.
director@abc.es
Zapatero ofrece alianzas a los musulmanes, pactos a los independentistas, diálogo a los terroristas, pero
se niega a acordar una ley con la oposición. En esa estrategia de paloma con las alas abiertas se está quedando peligrosamente fuera una gran parte de la sociedad española
Esta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete
Esta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete