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ABC Cultural

«Quills», el héroe blasfemo

Director: Philip Kaufman.

Intérpretes: Geoffrey Rush, Kate Winslet, Michael Caine.

Nacionalidad: EE. UU., 2000.

La polémica figura del marqués de Sade ha sido denostada, enterrada y luego recuperada años o décadas después en función de intereses distintos a los que representó en vida. En ese sentido, el divino marqués se ha mostrado sorprendentemente «flexible»: Peter Brook le utilizó como metáfora contra el autoritarismo en «Marat/Sade», Pasolini aprovechó su carácter revulsivo en su tremenda «Saló» y, ya fuera del cine, parece que se tiende a verle como el primero de una línea (que seguirían Nietzsche, Freud, etcétera) de desafiantes capitanes Acabs que lucharon contra la ballena de las certidumbres sobre las que se había venido centrando la civilización occidental. Philip Kaufman, un americano con raras veleidades europeístas (ha hecho películas sobre Kundera, Henry Miller y Anäis Nin), le utiliza, por su parte, para construir una equilibrada metáfora sobre el exceso en el arte y los límites que pueden imponérsele cuando no se los crea el propio artista.

El Sade de Kaufman, recreado con una controlada y genial teatralidad por Geoffrey Rush, aparece encerrado -infortunios de su falta de virtud- en el manicomio de Charenton, vigilado con una benevolencia que sólo cabe tachar de progresista por el abate Joaquin Phoenix y protegido por la lavandera Kate Winslet, que no sólo le ayuda a sacar sus obras de estrangis de la prisión sino que antes las lee con fruición, convirtiéndose en pionera de esa fracción feminista que defiende y disfruta la pornografía. Estos anacronismos delatan una lectura «actual» de la figura de Sade: en efecto, la película se basa en una función de Doug Wright escrita como reacción a los amagos de censura institucional que amenazan a la cultura americana y a la campaña contra Clinton del fiscal Starr (representado por Michael Caine). Dentro de ese esquema importa menos la maldad de los escritos de Sade («Es mejor pintar fuegos que prenderlos», dice comprensivo el abate) que la necesidad compulsiva que siente por escribir y que se le deniega hasta la muerte; por otro lado -hemos dicho que es una película equilibrada- no se ocultan los efectos incendiarios de su perversa prosa, que provocan un guiñolesco momento de terror gótico. Las cartas están sobre la mesa y la elección no es fácil: pero eso es lo que hace de «Quills» una obra tan intensa y turbadora.

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