La estrategia con la que José Ortega Cano quiere librarse de la prensa

Aldón está sobrepasada. Aunque ante las cámaras parece hierática y casi imperturbable, en privado no puede contener las lágrimas. Tiene demasiadas heridas abiertas y no hay forma de que sanen. Todo lo que dice se malinterpreta y acaba pasándole factura. Ni siquiera puede confiar en esos familiares políticos que le brindan cierto apoyo pero que, al voltear la esquina, alargan su sombra.

Las cosas en casa no son fáciles. Ana María calla mucho más de lo que cuenta, quiere evitar que la imagen de su marido se vea irreparablemente dañada. Sería más fácil quitarse el corsé y lavar los trapos sucios que siguen apilados y que cada vez son más numerosos.

El torero parece vivir en otra dimensión. Al menos es lo que se deduce de los comentarios y las expresiones que utiliza ante su entorno más próximo. Por suerte, Aldón no transige y es libre para expresar lo que realmente quiere. No va a verbalizar que está todo bien ni que nada ha pasado cuando el vendaval lo ha dejado todo en ruinas, destartalado y con difícil arreglo.