Filoxera, la plaga del siglo XIX resurge en Canarias
Varios casos detectados en Tenerife inquietan a expertos, que ven amenazado el legado vinícola ancestral de las islas
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Laura S. Lara
Tenerife
A finales del siglo XIX, un enemigo minúsculo pero implacable cruzó mares y montañas para poner en jaque la viticultura europea. Canarias, paraíso aislado, observaba con temor cómo este insecto devastaba viñedos en el continente. Pero la filoxera no consiguió entonces cruzar el ... océano. O si lo hizo, un escudo natural de suelos volcánicos y arenosos la frenó. Hoy, las islas vuelven a estar en alerta. La llegada de nuevas amenazas fitosanitarias, sumada al cambio climático, despierta inquietud entre agricultores, bodegueros y amantes del vino, conscientes de que un brote podría transformar la economía y la cultura de las islas. Más que un problema agrícola, la filoxera es, ahora más que nunca, una amenaza social y económica para familias enteras.
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A finales de julio, se detectaron varios brotes en Tenerife, encendiendo todas las alarmas. Hasta ese momento, Canarias estaba libre de 'Daktulosphaira vitifoliae' gracias a la vigencia de la Orden de 12 de marzo de 1987, por la que se establecieron para el archipiélago canario normas fitosanitarias relativas a la importación, exportación y tránsito de vegetales y productos vegetales. Lo que durante años se consideraba un riesgo lejano, se convierte ahora en una realidad urgente para viticultores y bodegueros, que temen por el futuro de una de las joyas agrícolas de las islas. La aparición de la plaga obliga a evaluar protocolos de contención y protección del patrimonio vinícola, justo cuando el clima y la globalización multiplican las amenazas.
«No se puede considerar que haya una plaga, son focos», aclara Juan Jesús Méndez, presidente de la D.O.P. Islas Canarias y propietario de Bodegas Viñátigo. Hasta la fecha se han realizado un total de 697 prospecciones con un resultado de 667 plantas libres de este organismo frente a 30 en las que se ha detectado su presencia, la mayor parte de ellos en terrenos abandonados. Sólo dos plantas afectadas se encontraron en una finca en producción. Durante las últimas semanas los trabajos de prospección se han intensificado especialmente en Valle de Guerra (La Laguna) y Tacoronte, donde están la mayoría de positivos. «Todas las viñas se han identificado y analizado. Se han destruido las partes vegetales para evitar que se propague, se han quemado y arrancado las raíces; se ha desinfectado el suelo y se ha protegido con una valla para evitar que se siga expandiendo», tranquiliza Méndez.
El presidente de la denominación recuerda que se han llevado a cabo campañas de difusión desde la Consejería de Agricultura, los cabildos, consejos reguladores y las propias bodegas, para que todos los viticultores puedan inspeccionar sus propios viñedos. La filoxera causa daños en las hojas de las viñas mediante la formación de agallas provocadas por las picaduras de este insecto, pero también puede afectar a las raíces, donde produce nódulos y tuberosidades que, si alcanzan la raíz principal, pueden provocar que se marchite la planta y finalmente muera entre los dos y los cinco años después de la infestación. «Solo se ha detectado en las hojas, no en las raíces, lo que nos hace pensar que es una introducción muy reciente y que el insecto no ha tenido tiempo de completar el ciclo», advierte Méndez.
Buscando culpables
Desde 1987, en Canarias existe una ley que prohibe la entrada de material vegetal vitícola, desde sarmientos a plantas con raíces, para evitar el problema. Pero el presidente de la D.O. Islas Canarias denuncia con dureza la realidad: «Estas competencias son del Gobierno central, y los medios humanos y técnicos que tiene dispuestos en los muelles y en los aeropuertos no son suficientes como para hacer una inspección efectiva y frenar la entrada de este tipo de material sin control. En los últimos diez años se han detectado numerosas plagas como consecuencia de esa dejadez».
Sea como fuere, Canarias ha mantenido durante más de un siglo un estatus libre de filoxera gracias a su aislamiento geográfico y a una política fitosanitaria que restringía la entrada de material de vid. Ese blindaje, explica Pablo Alonso González, científico del IPNA-CSIC, «permitió conservar un viñedo prefiloxérico plantado en pie franco –la vid crece sobre sus propias raíces, sin portainjertos– y una diversidad genética excepcional, pero no generó resistencia biológica en las plantas ya que, simplemente, no habían estado expuestas al insecto».
La tesis de que la filoxera no entraba en Canarias por los suelos volcánicos no tiene para Alonso mucho sentido si nos fijamos en islas vecinas del mismo corte afectadas por la filoxera, como Madeira o Azores. Aunque la granulosidad y arenosidad del suelo sí parece ser clave. Sobre cómo ha podido llegar hoy el insecto a las islas, el investigador se muestra tajante: «La vía de entrada es mayoritariamente humana, por movimiento de estacas, portainjertos o planta en verde». Una vez dentro, la probabilidad de establecimiento depende de factores como la idoneidad del hábitat o los vectores de dispersión. «En Tenerife convergen un minifundio con parcelas abandonadas en algunos valles y la presencia de corredores de viento que favorecen la fase alada, de modo que la ruptura del aislamiento puede traducirse en focos localizados con potencial de expansión si no se cortan rápido», expone.
Cuando se establece en viñedos sin protección, es decir, sin portainjertos no hay solución química duradera a escala de paisaje. «Los intentos decimonónicos con fumigantes o inundaciones dieron alivios puntuales», recuerda Pablo Alonso, «pero la única salida estructural entonces fue replantar e injertar sobre portainjertos americanos resistentes». Ese aprendizaje define el marco de decisión actual: si un foco no puede erradicarse a tiempo, hay que planificar cuanto antes la reconversión selectiva con patrones adecuados al suelo y al clima locales, sin esperar a que el daño se generalice. En este sentido, insiste, la rapidez de identificación y la coordinación interinstitucional marcan la diferencia entre un brote controlado y una crisis. Si se extendiese en Tenerife, con unas 3.200 hectáreas de viñedos, reconvertir cada hectárea tendría un coste de unos 30.000 euros. «Solo la replantación estaría en torno a 100 millones de euros, a lo que habría que añadir otros 20 de la uva y unos 50 del vino por año perdido», destaca el presidente de la D.O.P. Islas Canarias. Y añade: «Esta crisis nos dejaría cuatro años sin producción lo cual sería muy grave a nivel económico». Por su parte, Juan Felipe García, de Bodega Finca Marañuela, recalca otras derivadas como el impacto paisajístico o los puestos de trabajo abandonados. «Las bodegas familiares dependemos económicamente del viñedo, de la venta de botellas y el enoturismo. Como tantas otras personas del sector en la isla, siento que mi futuro está en juego», asegura. «Dudo que haya muchas bodegas y viticultores que tengan capacidad para adaptarse un cambio tan abrupto, replantar fincas con pie americano y esperar 4 o 5 años a que esas viñas injertadas den fruto si esto no se ataja a tiempo. Tenemos por delante una tarea compleja, pero también la oportunidad histórica de ser los primeros en enfrentarse a la filoxera y vencerla», concluye.
Pablo López, enólogo de Bodegas El Sitio, también ve luz en esta coyuntura: «La filoxera puede ayudarnos a atajar de raíz el problema del viñedo canario, que no es otro que la degeneración del material genético. Nuestras plantas están enfermas y cada vez son menos productivas. Necesitamos ayuda europea para el saneamiento vegetal del viñedo e iniciar por fin la reconversión hacia el portainjertos americano».
El patrimonio vitícola de las islas es único en el mundo y corre el riesgo de desaparecer para siempre. «Si perdemos esto, perdemos relato, singularidad y una parte esencial de nuestra cultura e historia como pueblo. Si esto no se ataja, el viñedo desaparece, y con él el cordón trenzado y otros sistemas de conducción de la vid que solo existen en esta parte del mundo», se lamenta Juan Felipe García.
Salvar el legado
«La prioridad es reforzar el control en entradas y salidas, asegurar la trazabilidad del material de vivero, sancionar las importaciones no autorizadas y mantener canales de asesoramiento para que el sector acceda a planta certificada sin incentivos a la informalidad», avisa Pablo Alonso González como científico del CSIC. «La historia recuerda que las islas pueden ser tan vulnerables como recuperables. La insularidad facilita la exclusión si se actúa rápido, pero cualquier salto interinsular multiplica el problema». Para el experto, la estrategia canaria debe explotar la ventaja geográfica, sin perder de vista el objetivo final: preservar el patrimonio vitícola y la continuidad económica del sector. Se corre el riesgo de una pérdida de cepas antiguas antes de ser completamente catalogadas y caracterizadas. La prioridad científica inmediata es doble: «Documentar exhaustivamente las variedades y sus biotipos a nivel molecular y ampelográfico, y asegurar su preservación mediante bancos de germoplasma», opina Alonso.
El pasado 20 de agosto, el consejero de Agricultura, Ganadería, Pesca y Soberanía Alimentaria del Gobierno de Canarias, Narvay Quintero, informó de las medidas para el control del brote. Se ha prohibido el movimiento de uva fresca, algo que no comparte ni entiende la Asociación de Viticultores de Canarias. «Es una contradicción que los canarios no puedan comercializar sus uvas, mientras se mantiene la entrada desde la península –donde hay filoxera–», dicen. También se veta ese traslado de material vegetal por tiempo indefinido –entre islas y entre las comarcas tinerfeñas–, aunque excepcionalmente, la Consejería podrá autorizarlo bajo estrictas condiciones de control sanitario, trazabilidad e informe de las autoridades.
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