Diálogos de familia
«Hay dos imprescindibles que no pueden faltar en tu kit de primeros auxilios emocional»
Eva Bach, pedagoga y autora de 'Cómo cuidar la salud emocional' explica que «si no eres consciente de tus emociones, la rabia te va a dominar»
«Si te atreves a hablar ante los demás sin vergüenza vas a sentirte más sano»
Eva Bach, maestra y autora de 'Cómo cuidar la salud emocional', explica que hay, al menos, cien herramientas para calmar las emociones difíciles y que se pueden poner en práctica desde edades muy tempranas, «aunque siempre estamos a tiempo de aprenderlas de adultos».
En ... el libro aseguras que si no hay salud emocional no hay salud. ¿Cómo cuidarla si realmente hay quien todavía no tiene muy claro en qué consisten las emociones?
Es cierto que pensamos más en la salud física que en la emocional, y cuidamos poco la física, a veces, y menos todavía la emocional, repercutiendo esta última, sin lugar a dudas, en la física, en la mental y en la social. Se trata de un término muy amplio. De hecho, la OMS apunta que es un estado completo de bienestar físico, mental y social. Podríamos decir por tanto que la salud en estado completo no existe, tal y como lo advierte Valentín Fuster al afirmar que quien no tiene colesterol alto tiene sinusitis. En el ámbito emocional este estado completo tampoco existe. Por tanto, es una salud importantísima que debemos conocer y cuidar.
Un dolor de cabeza, de muelas... Son muy claras las señales cuando falla esta salud física pero, ¿cómo podemos detectar una mala salud emocional? ¿Qué es lo que 'duele'?
Duele el alma, el corazón, y no en un sentido metafórico. No estamos bien cuando algo no funciona en nuestro interior; es decir, al sentir un malestar continuo que se va repitiendo, es sostenido. Otro indicio puede ser que algo no marcha en nuestras relaciones con las otras personas, que tengamos conflictos constantes, que no estemos satisfechos con nuestro entorno en los distintos ámbitos... Y, además, sentir que vas por el mundo, por la vida, sin energía, sin aliento, sin esperanza ni alegría… Si algo de esto se da, o todo, de una forma muy constante, nos está indicando que nuestra salud emocional no está bien.
¿En qué momento hay que pedir ayuda profesional?
Cuando alguno de estos aspectos, o todos, están mal está claro que necesitamos apoyo. Otra cosa es cuando son estados emocionales puntuales, pasajeros, que no se dan con esta constancia y entonces ahí sí que podemos recurrir a ciertas herramientas.
En tus páginas mencionas hasta cien herramientas. ¿Cuál es la clave para aprenderlas?
Hay que aprenderlas experimentándolas. Puede ser de forma autodidacta, aunque hay otras que quizás necesitemos unas nociones mínimas porque meditar o dar un buen masaje, por ejemplo, bien requiere un aprendizaje.
¿Por que a pesar de existir herramientas para curar la salud emocional hay quienes prefieren tomar analgésicos antes de esforzarse en tomar soluciones duraderas?
Normalmente hacemos con la salud emocional lo mismo que con la física; me duele algo, me tomo una pastilla. Preferimos que me curen desde fuera a solucionarlo desde dentro. Es decir, optan por la comodidad de tomar algo que anule y haga desaparecer el síntoma antes que al esfuerzo de investigar la causa del mal para cambiar determinados hábitos de vida.
Un estudio de la profesora Montse Jiménez decía que el 76,3% de los adolescentes reconoce que no tiene herramientas para calmar sus emociones. ¿No es un porcentaje muy alto? ¿Qué papel juegan la escuela y la familia para dar estas herramientas y que se interioricen desde bien temprano?
Este estudio lo realicé con mi compañera Montse Jiménez en plena pandemia y vimos que el porcentaje de adolescentes que no disponían nunca de herramientas era mucho más elevado que en adultos. De nada sirve tener muchos títulos académicos colgados en la pared si no se nos garantiza que cuando la vida nos sacude, o cuando la adversidad nos visita, vamos a ser personas resilientes, empáticas, capaces de consolar, de entender… El conocimiento académico de por sí no nos va a humanizar, por tanto, familias y escuelas deben saber que es necesario recuperar todo lo humano, como la vulnerabilidad y la debilidad que hemos ido dejando de lado, por el camino, para brillar, y es lo que nos desequilibra y lo que nos enferma porque tenemos los bolsillos llenos de conocimientos, pero vacíos de lo esencialmente humano.
¿Desde qué edad se puede aprender y empezar a poner en práctica estas herramientas?
Desde que nacen los niños. Aunque pensemos que no van a entender sintácticamente o gramaticalmente las emociones, sí que perciben la tonalidad, la connotación emocional que hay en nuestro lenguaje verbal, el gesto, la mirada… Hay que empezar a nombrarlas, calmarlas, acogerlas y tenerlas presentes desde la cuna.
En las escuelas los docentes están empezando a asumir estos nuevos aprendizajes, pero ¿no sois demasiado exigentes los profesionales en la materia con los padres que a veces no tienen claras sus propias emociones, ni saben controlarlas o gestionarlas, como para enseñarlas a los hijos?
No quisiera exigir a nadie porque bastante me cuesta a mí y, por eso, me dedico a las emociones, porque soy consciente de la dificultad de mantener el equilibrio. A los padres no les estamos pidiendo, al menos yo, la perfección, la madurez impecable, que sean constante y que no tengan ningún momento de crisis, porque las crisis forman parte de la vida y no podemos evitarlas. Lo que sí podemos pedir es la honestidad emocional, saber dónde estoy, la conciencia. Si yo estoy histérica, sulfurada, enfadadísima, pero soy consciente de que lo estoy, cambia totalmente respecto a si no soy consciente de ello porque, entonces, esa emoción va a tomar posesión de mí y no voy a ser la mamá que soy. Voy a ser la rabia que va a hablar por mi boca y va a caminar con mis pies y, de ese modo, con esa rabia desatada, voy a dañar a mis hijos. La rabia me va a gobernar porque no soy consciente de que la tengo, mientras que si soy consciente podré decirme «calma, calma, calma. Eva que estás muy, muy enojada». Y con esa calma respiro. Me va a permitir no actuar impulsivamente y seguramente no voy a dañar. La consciencia es lo único que se pide porque cuando soy consciente de mis emociones, mis emociones son mis huéspedes; cuando no soy consciente de ellas, mis emociones ya no son mis huéspedes, sino que yo me convierto en su rehén.
Imagino que muchísimos padres se identifican con esa situación. ¿Qué otra herramienta puedes contarnos que resulte muy útil?
La técnica del semáforo es muy básica y se puede poner en práctica desde los últimos años de Primaria y en la adolescencia. Consiste en tener conciencia de que estoy enojada, con mucha rabia y entonces pongo luz roja en mi mente; es decir, asocio que no es momento de actuar, de decir «pues ya verás…». No. Párate. Date luz ámbar y permítete el tiempo que necesites para calmarte y durante esos momentos aplícate las técnicas que te funcionen como repetirte «calma, calma» como si fuera un mantra. Podemos respirar, practicar técnicas corporales como una danza tribal, con percusión, golpear almohadas… para soltar corporalmente toda la rabia. Hay adolescentes que lo necesitan también porque tienen la parte hormonal a tope. Probando con estas técnicas se puede saber cuál te funciona mejor, y cuando ya notes que empiezas a distender, a respirar con más tranquilidad y que estás reflexionando, ya puedes darte luz verde para actuar porque seguro que vas a hacerlo de manera empática.
También hay que tener en cuenta que esto no sale a la primera. Hay que ir practicando para saber poner freno y pasar de la luz roja hasta la verde.
Sí porque con la educación y el crecimiento emocional pensamos que son tips, que son fórmulas que aplico y ya está, como el que se toma una pastilla y soluciona todo. Y no, es un proceso. El problema es que no vemos la educación y el crecimiento emocional como un proceso a lo largo de la vida. Es como si quisieras ser campeona olímpica el primer día que empiezas natación. Y aún con entrenamiento, habrá un día en que no funcione porque somos humanos.
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¿Cómo debe ser ese kit de primeros auxilios emocionales? ¿Qué no puede faltar?
Hay dos cosas que no pueden faltar. No puede faltarnos una persona cercana que sea para nosotros fuente de calma, de luz, de escucha, de saber, de transmitir buenos consejos que nos calmen por dentro, ya sea profesional o del ámbito personal. La experiencia nos dice que cuando hay un trauma, cuando la vida nos presenta algo que nos sacude intensamente, se necesitan dos cosas: la primera es una mano amiga y, esa presencia de alguien cercano es básica, y la segunda es que esa mano amiga nos permita elaborar eso que ha sucedido. Por tanto, cuando tenemos una persona cerca que nos apoya, que le importa lo que nos sucede y que nos ayuda a encontrar un sentido, a calmarlo, a aceptarlo si no hay otro remedio nos irá mejor.
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