'Summer Slide': qué es y por qué no afecta a todos los niños por igual
Estos son los efectos que tiene la pausa que tiene lugar en verano de los estímulos educativos y las rutinas estructuradas
El cerebro de tu hijo no se detiene en verano: Así puede seguir trabajando
En medio del verano el niño presenta una regresión en el lenguaje: dificultad para expresarse, reducción del vocabulario que ya utilizaba, omisión de palabras o estructuras que antes dominaba, o no recuerda cómo realizar sumas, leer palabras simples o seguir una secuencia lógica de tareas ... que antes hacía con soltura. Esas serían algunas de las señales de que estamos ante un 'Summer Slide', un término que hace referencia a la pérdida de habilidades académicas, cognitivas y sociales que puede producirse durante el largo periodo vacacional de verano, especialmente en niños y niñas en edad escolar.
Esta regresión no responde a una condición médica, sino al efecto de una pausa prolongada en los estímulos educativos y las rutinas estructuradas, aunque esta desconexión puede impactar especialmente a aquellos niños que presentan necesidades educativas especiales o trastornos del neurodesarrollo, como TDAH, TEA o dificultades específicas del aprendizaje, quienes se benefician de apoyos continuos y estructuras firmes para mantener sus avances.
De hecho, según Irene López, psicóloga y directora del centro anda CONMiGO de Boadilla del Monte, «la falta de rutina y la ausencia de refuerzo durante varias semanas puede provocar una pérdida de lo aprendido, un aumento de la desmotivación e incluso una regresión en habilidades básicas, como la lectura, la escritura o la autorregulación emocional. Por este motivo, desde un enfoque terapéutico, se recomienda mantener una estimulación regular y planificada, a través de actividades lúdicas, talleres o programas de verano diseñados para reforzar el desarrollo integral del niño».
¿No es bueno que el cerebro descanse también en verano, igual que hacemos los adultos?
Este planteamiento es muy válido y, de hecho, parte de nuestra labor como profesionales es también proteger el bienestar emocional de niños y adolescentes. Efectivamente, el descanso es tan importante como el aprendizaje. Pero no hablamos de convertir el verano en una 'extensión del curso', sino en una oportunidad para seguir aprendiendo desde el juego, el disfrute y la curiosidad. El 'Summer Slide' no se combate con cuadernos de ejercicios obligatorios ni con rutinas rígidas, sino con experiencias significativas y adaptadas a cada niño: desde un campamento con actividades sensoriales o sociales, hasta leer cuentos en voz alta, hacer experimentos caseros, cultivar la creatividad, o mantener pequeñas rutinas que aporten seguridad.
En niños con trastornos del neurodesarrollo o dificultades de aprendizaje, el descanso sin estimulación prolongada puede derivar en retrocesos reales, no solo en conocimientos, sino en habilidades como la comunicación, la autorregulación emocional o la socialización. Por eso, la clave está en encontrar un equilibrio sano entre descanso y estimulación, y no en prolongar el estrés escolar. Resumiendo, sí al descanso, pero no al abandono total de rutinas y estímulos. Lo que proponemos es seguir desarrollando el cerebro… pero desde el placer, no desde la obligación.
¿Qué habilidades son más vulnerables a perderse durante las vacaciones si no se mantienen rutinas mínimas?
Durante las vacaciones de verano, especialmente en los niños y niñas en edad escolar, algunas habilidades son especialmente vulnerables a perderse si no se mantienen ciertas rutinas estructuradas y estímulos adecuados. Desde el ámbito terapéutico y educativo, destacamos las siguientes:
1. Habilidades lectoescritoras: La lectura fluida, la comprensión lectora o la expresión escrita pueden verse afectadas si no se practican de manera regular. En niños con dislexia u otras dificultades específicas del aprendizaje, la regresión puede ser aún más notable.
2. Capacidades lógico-matemáticas: El razonamiento lógico, la memoria de trabajo y el manejo de conceptos numéricos requieren continuidad para mantenerse estables, sobre todo en casos de TDAH o dificultades de atención.
3. Lenguaje oral y comunicativo: En niños con trastornos del lenguaje o del espectro autista (TEA), dejar de reforzar el vocabulario, la comprensión o las habilidades pragmáticas puede generar un retroceso importante.
4. Habilidades sociales: La falta de interacción con iguales durante un largo período puede debilitar la empatía, la cooperación o el manejo de conflictos, afectando el proceso de socialización.
5. Regulación emocional y conducta: Los niños con dificultades en el control de impulsos o en la autorregulación emocional pueden desestructurar más fácilmente en contextos sin rutina, provocando un aumento de conductas desafiantes o ansiedad.
6. Motricidad fina y gruesa: Actividades como escribir, recortar, saltar o coordinar movimientos pueden deteriorarse si se interrumpe el trabajo psicomotor, especialmente en niños con retraso madurativo o trastornos motores.
En definitiva, mantener rutinas mínimas y actividades significativas, aunque sean lúdicas, ayuda a consolidar lo aprendido, prevenir retrocesos y garantizar una vuelta al cole con mayor seguridad, autoestima y motivación.
¿El retroceso afecta por igual a todos los niños o hay perfiles más sensibles?
No, el retroceso no afecta por igual a todos los niños. Existen perfiles especialmente sensibles al fenómeno del 'Summer Slide', siendo los niños y niñas con Necesidades Educativas Especiales (NEE) los más vulnerables a experimentar un retroceso significativo durante el verano. Desde el ámbito clínico y terapéutico, observamos que los menores con diagnósticos como el Trastorno del Espectro Autista (TEA), el Trastorno por Déficit de Atención e Hiperactividad (TDAH), la discapacidad intelectual, las dificultades específicas del aprendizaje (como dislexia, discalculia o disgrafía) o los retrasos en el desarrollo del lenguaje o la motricidad son particularmente susceptibles de perder los logros adquiridos si se interrumpe la rutina educativa y terapéutica.
Estos niños suelen depender en mayor medida de estructuras previsibles, apoyo constante y reforzadores externos, tanto en el plano académico como emocional y social. Cuando estas referencias desaparecen durante el verano, se produce una desorganización que puede traducirse en la pérdida de habilidades académicas básicas (lectura, escritura, cálculo), dificultades en la regulación emocional y conductual, retroceso en habilidades comunicativas y sociales y mayor ansiedad o desmotivación ante la vuelta al entorno escolar.
Por eso, los programas terapéuticos de verano permiten, además, reforzar aspectos fundamentales del desarrollo emocional y social: mejoran el vocabulario, la autorregulación, el establecimiento de vínculos positivos y favorecen una adaptación más fluida al entorno escolar en septiembre . La clave no es «llenar el verano de deberes», sino ofrecer experiencias que mantengan el vínculo con el aprendizaje de forma significativa, respetuosa y divertida.
¿Qué tipo de actividades diarias recomienda para mantener activos los aprendizajes sin agobiar?
Durante las vacaciones de verano, es esencial entender que no buscamos replicar el ritmo del curso escolar, sino mantener cierto nivel de estimulación cognitiva de forma natural,
lúdica y emocionalmente positiva. Actividades como leer juntos unos minutos al día, jugar a juegos de mesa que fomenten la atención, el cálculo o la expresión verbal, escribir un diario de vacaciones o incluso realizar recetas de cocina en familia, pueden convertirse en potentes herramientas de aprendizaje.
Además, es muy recomendable establecer una mínima rutina diaria, no rígida, pero sí predecible, que incluya momentos de juego, descanso, lectura y movimiento. La actividad física, por ejemplo, no solo regula el cuerpo, sino también el estado emocional, lo que favorece una mayor receptividad a los aprendizajes. Para los más tecnológicos, una app educativa adaptada a su edad también puede ser una aliada, siempre bajo la mirada atenta del adulto.
En realidad, se trata de integrar lo aprendido durante el año en contextos reales y significativos, reforzando competencias de forma casi orgánica. Así, cuando llegue septiembre, el niño no solo no habrá perdido habilidades, sino que puede haber fortalecido otras igual de importantes: la autonomía, la autoestima, la curiosidad y el vínculo con su entorno.
¿Cómo mantener algunas rutinas terapéuticas (logopedia, psicomotricidad, habilidades sociales) de forma más lúdica o informal en verano? De hecho, ¿es recomendable continuar con los tratamientos psicológicos o terapias durante el verano?
Mantener ciertas rutinas terapéuticas durante el verano no solo es recomendable, sino que puede marcar una gran diferencia en la continuidad evolutiva del niño, especialmente en el caso de quienes presentan necesidades educativas especiales o trastornos del desarrollo.
En los programas intensivos y de refuerzo tanto individuales como grupales que desarrollamos en anda CONMiGO para el verano combinamos diversión, aprendizaje y terapia en un entorno seguro a la vez que flexible y vacacional.
Por ejemplo, la logopedia puede trabajarse mediante juegos de adivinanzas, trabalenguas, canciones o lecturas dramatizadas en voz alta. En el caso de la psicomotricidad, actividades como nadar, saltar en una colchoneta, caminar por superficies irregulares (arena, césped) o montar en bici aportan estimulación motora sin que el niño perciba que está «trabajando». Para fomentar habilidades sociales, los campamentos inclusivos, actividades en grupo o simplemente planificar juegos con normas en el parque son contextos idóneos donde practicar turnos, empatía o resolución de conflictos.
En cuanto a la continuidad de las terapias psicológicas o integrales, es importante valorar cada caso. En niños que se benefician de un entorno terapéutico estructurado o que están en un momento crítico de intervención, mantener sesiones semanales o quincenales puede ser muy beneficioso. Eso sí, los objetivos terapéuticos pueden adaptarse al contexto vacacional, buscando siempre favorecer el bienestar emocional, el desarrollo personal y el disfrute.
En resumen, el verano puede convertirse en una gran oportunidad terapéutica si se plantean las rutinas como juegos, retos o experiencias compartidas, manteniendo el vínculo emocional y sin perder de vista las necesidades del niño.
¿Cómo evitar que los deberes de verano se conviertan en una fuente de tensión o rechazo?
Evitar que los deberes de verano se conviertan en una fuente de tensión o rechazo implica cambiar el enfoque tradicional por uno más respetuoso, flexible y motivador. En lugar de imponer tareas rígidas y repetitivas, es recomendable proponer actividades significativas que despierten el interés del niño y se integren de forma natural en su rutina. Por ejemplo, leer juntos un cuento que le guste, escribir un diario de vacaciones o resolver pequeños retos matemáticos en la vida cotidiana, cómo calcular el cambio al comprar un helado.
La clave está en transformar el aprendizaje en experiencias reales, donde el niño se sienta protagonista, no evaluado. Incluir horarios predecibles, con espacios breves de trabajo (10-20 minutos), alternados con descanso o juego, favorece la concentración sin generar rechazo. También es útil dar opciones para que el niño elija entre varias tareas posibles, promoviendo así su autonomía y compromiso.
Finalmente, es importante el acompañamiento emocional: validar su esfuerzo más que el resultado, ofrecer apoyo sin presionar y celebrar los pequeños logros. Así, los deberes dejan de ser una carga y se convierten en una oportunidad para disfrutar aprendiendo en familia.
¿Qué recomendaciones daría a madres y padres de niños que reciben apoyos escolares o terapéuticos durante el curso y que han hecho un sobre esfuerzo?
Para madres y padres de niños que han estado recibiendo apoyos escolares o terapéuticos durante el curso, y que han hecho un gran sobreesfuerzo, el verano debe plantearse como un periodo de equilibrio entre descanso y continuidad, no como una pausa total ni como una extensión del curso. Es comprensible que tanto el niño como la familia necesiten desconectar, pero es importante no perder de vista que muchos avances se consolidan gracias a la regularidad.
Lo primero es validar y reconocer el esfuerzo del niño durante el curso, reforzando su autoestima y motivación. A partir de ahí, se recomienda mantener cierta estructura ligera que incluya rutinas básicas (horarios de sueño, alimentación, actividad física, etc.) y actividades lúdico-terapéuticas, como juegos de mesa para trabajar funciones ejecutivas, cuentos compartidos que estimulen el lenguaje, o salidas sociales que fomenten habilidades de interacción.
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La continuidad de los apoyos o terapias debe valorarse de forma individualizada, en función del perfil del niño y su nivel de necesidad. A menudo, una versión más flexible o grupal de la intervención (como campamentos terapéuticos o talleres) resulta muy eficaz para reforzar aprendizajes sin saturar. Y, sobre todo, es importante que los padres se sientan acompañados: pueden apoyarse en el equipo terapéutico para adaptar las rutinas veraniegas sin culpa ni excesiva presión, priorizando el bienestar y el vínculo familiar.
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