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Fuera de sitio

Miguel Bosé era guapo, guapo, guapo

«Fue guapo (guapo, guapo) y, contra todo pronóstico, aún lo es. Digo contra todo pronóstico porque, según su historial de drogadicción, resulta casi un milagro su apariencia física»

Miguel Bosé, en una imagen de archivo EFE
Lola Sampedro

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Miguel Bosé tiene 65 años. Está en edad de jubilación, muy cerca del momento en que empieza a ser correcto llamar anciana a una persona. Dice que cada día tiene achaques, que le crujen las articulaciones por la mañana, aunque nada en su físico corresponda a alguien que se acerca a la vejez. Con esa fisonomía portentosa y su lápiz de ojos negro, es fácil imaginárselo saltando con pértiga y cayendo como un torero. Entiendo, por lo que él contó, que 'la torería' debe ser eso.

Lo que le pasa a Miguel Bosé es que es un tío guapo . Lo matizó él mismo cuando Évole le dijo que, a pesar de su edad, era atractivo. El cantante, con su media sonrisa triunfante, le aclaró: «Nada de atractivo. Yo era guapo, guapo, guapo ».

Ser atractivo es una categoría muy inferior a ser guapo. Los atractivos lucen una belleza de marca blanca, quizá más interesante, pero subjetiva y cuestionable. No es lo mismo ni de lejos. Ser guapo tiene que ser la leche. Me refiero a ser guapo de verdad; guapo, guapo, guapo, como Miguel Bosé. Esa belleza objetiva y perfecta como la de Brad Pitt o Gisele Bündchen; como la de Marlon Brando, Ava Gardner, Paul Newman. Una belleza sin discusión posible, con quórum garantizado. Una belleza, como escribe Kureishi en ‘Nada de nada’, que te mete en un club exclusivo del que siempre formarás parte, incluso cuando irremediablemente la pierdas:

«Yo era un buen polvo: un hombre apuesto, cargado de abalorios, fornido, con la melena negra hasta los hombros y un culo que pagarías por mordisquear. Si has sido atractivo, deseable y carismático, con un buen cuerpo, jamás lo olvidas. La inteligencia y el esfuerzo no compensan la fealdad. Lo único que importa es la belleza, que no se puede comprar, y los guapos son los únicos que tienen derechos. Acabes como acabes, vives toda tu vida como miembro de un club exclusivo. Nunca dejas de sentir pena por los menos afortunados. Por basura como Eddie».

El que dice esas palabras es Waldo, el protagonista de la novela de Kureishi, un anciano postrado y decrépito que fue tan guapo durante sus días de vino y rosas que incluso en la senectud, cuando ya no le queda nada de todo aquel esplendor, aún se siente tocado por la varita de esa belleza física omnipotente. Miguel Bosé fue guapo (guapo, guapo) y, contra todo pronóstico, aún lo es .

Digo contra todo pronóstico porque, según su historial de drogadicción, resulta casi un milagro su apariencia física. El cantante podría decir aquello del discurso de Madonna en 2016: «Lo más polémico que he hecho es seguir viva. (…) Michael (Jackson) ya no está aquí. Tupac (Shakur) se fue. Prince se fue. Whitney (Houston) ya no está aquí. Amy Winehouse se fue. David Bowie ya no está. Pero yo sigo de pie». Bosé también ha sobrevivido a sí mismo y quizá eso es lo más controvertido que jamás ha hecho , por más que ponga todo su empeño en otras polémicas desubicadas y febriles.

Ante Évole confesó haber consumido casi dos gramos diarios de cocaína durante 20 años. A Pilar Eyre ya le dijo en 1983 que se había metido de todo, también heroína. Hoy asegura que lleva siete años desenganchado (de un día para otro, dice, sin abstinencia, como si eso fuera posible) y ahora ya no quiere que le pinchen ni la vacuna del coronavirus.

La belleza física podrá ser exclusiva y prodigiosa, pero el cerebro frito es tan delator como que te falten siete dientes.

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