El regreso del Rey
Felipe VI ya no sólo no es un extraño en Barcelona, sino el principal aliado con que la ciudad vuelve a contar para abrirse al mar. Al mar y al mundo
Mariano Rajoy desaconsejó a Felipe VI dar el discurso del 3 de octubre de 2017. El presidente del Gobierno quería preservar la neutralidad de Su Majestad sabiendo lo querido que era en determinados sectores de una sociedad catalana con la que el Estado ... se estaba quedando sin interlocutores. Fue un consejo prudente, pero el Rey decidió arriesgar. Tuvo razón Don Felipe y fue el discurso más importante de su reinado; también la tuvo el presidente Rajoy y las relaciones de la Corona con Cataluña saltaron por los aires.
Desde que Salvador Illa fue nombrado ministro de Sanidad tuvo la idea de recuperar la presencia y la complicidad de Felipe VI en Cataluña. El Rey nunca dejó de ir, pero era constantemente insultado por las autoridades locales: a veces no acudían a los actos porque él iba, otras acudían pero no lo saludaban. Lo mismo pasaba con algunas demostraciones callejeras, muy mal presentadas.
A través de Jaime Alfonsín, entonces jefe de la Casa del Rey, y de su director de Comunicación, Jordi Gutiérrez, intentó que catalanes de todas las disciplinas artísticas, mediáticas y empresariales se pudieran acercar a la realidad de lo que es hoy la Monarquía y también la personalidad del Rey, y que Su Majestad pudiera estar a la vez en contacto con catalanes de distintas aproximaciones a la realidad y maneras de pensar. Por el carácter discreto del nuevo presidente de la Generalitat, esta parte de su trabajo y los encuentros a los que dio pie no tuvieron ninguna publicidad, pero la felicitación de Don Felipe a IIla por su recientemente estrenada presidencia no fue casualidad y llevaba consigo una carga de gratitud por lo labrado durante todos estos años.
La voluntad del Rey de recuperar Cataluña se ha mantenido firme desde que el proceso empezara y no ha tenido miedo a escenificaciones ni desprecios. Sabiendo lo que se encontraría, nunca dejó de confiar en que más temprano que tarde las cosas mejorarían. Fueron tiempos delicados y era difícil confiar en nada ni en nadie. Hasta el día a día era muy difícil de llevar y vivíamos a una sola mala gestión de un solo incidente aislado de que prendiera un gran desastre. Don Felipe se mantuvo en su lugar, sin perder nunca las formas, pero sin renunciar jamás a su labor.
Con los muy impertinentes desplantes de gobiernos de Junts y Esquerra, y los de Ada Colau como alcaldesa de Barcelona, tuvo paciencia y esa delicadeza que el que acaba pareciendo un idiota es el que pretendía ofenderte. Mientras la institucionalidad catalana se derrumbaba en sus limitaciones y en su torpeza en estos años, los empresarios catalanes, uno a uno y juntos a través sus distintas y prestigiosas organizaciones, por primera vez reaccionaron al independentismo invitando masivamente al Rey a sus actos. Y si no tenían actos previstos, se los inventaban. Fue la primera prueba de vida de una burguesía que llevaba mucho tiempo ausente, entre asustada y anestesiada, queriendo encender una vela a Dios y al diablo pero sin saber distinguir quién era cada cual. Javier Godó, editor de 'La Vanguardia', e Isidro Fainé, presidente de la Fundación La Caixa, comandaron desde la sociedad civil el terreno que Illa había allanado a través de la política.
Han pasado los años, la alcaldesa de Barcelona ya no es Ada Colau, el independentismo ha perdido la mayoría absoluta en el Parlament y ni Esquerra ni Junts están para recibir absolutamente a nadie. Siete veranos después, Barcelona ya no es noticia por un atentado yihadista ni por los preparativos de un golpe al Estado, sino por ser la sede del acontecimiento deportivo más importante que ha acogido desde los Juegos de 1992. El alcalde Collboni dijo la semana pasada: «La Copa América es el momento de explicar al mundo que Barcelona ha vuelto».
En este nuevo ambiente celebrativo, con un nuevo presidente de la Generalitat, un nuevo alcalde de Barcelona y también una sociedad catalana de renovado aseo que ha votado en el último ciclo electoral de un modo muy distinto, Felipe VI ya no sólo no es un extraño en Barcelona, sino el principal aliado con que la ciudad vuelve a contar para abrirse al mar. Al mar y al mundo.