Que no se note la alegría

Esquerra en cambio mata al hermano mayor que tanto se ha burlado de ellos. En los últimos siete años Puigdemont le ha estado haciendo a Junqueras un bullying humillante y cruel y sólo le faltó mandarle desde Waterloo a Estremera una nota diciendo: «Tonto el que lo lea». Una Esquerra en un momento electoral no demasiado brillante consigue descabezar al eterno rival, que no es Feijóo ni Abascal, sino Junts, que el máximo poder que hoy ostenta es la diputación de Gerona y el ayuntamiento de Sant Cugat. Comunes no se beneficia de un modo tan obvio como los republicanos, pero en cualquier caso celebra y le conviene todo lo que sea desmantelar el espacio del centro-derecha contra el que por oposición se afirma.

Los que van a organizar el velorio de los tres días no es para llorar al muerto sino para asegurarse de que no resucita. Como tantas veces en la política catalana, la escenificación, la pantomima y el fraude son el argumento de la función. También la parte que Puigdemont representa se basa, y descaradamente, en el engaño. El que empezó su aventura con el famoso «España tiene un pollo de cojones» la acabará el jueves pelado y prietas las gomas como indefectiblemente acaban los que desafían a un Estado.

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Bruno Pérez

Estas horas de incertidumbre y el circo que su detención conlleve serán los últimos instantes de gloria de un forajido abandonado por sus votantes -nunca ha ganado unas elecciones al Parlament- y por sus compañeros de lucha, con la puñalada final de Esquerra, que ha preferido hacer presidente a Salvador Illa, como en su momento desdeñó a Artur Mas en favor de Pasqual Maragall y de José Montilla.

Ni la ayuda de Pedro Sánchez -indultos, amnistía, Fiscalía, Conde-Pumpido-, ni la grotesca importancia que dan sus más acérrimos enemigos a cada una de sus jugarretas van a salvar a Puigdemont de su destino de extinción y soledad, y para cuando esté preparado para preguntárselo tendrá que asumir que habrán sido los suyos los que con más saña le han finiquitado.

En la última pantomima del jueves, y que se alargará dos o tres días, la solemnidad con la que se pronuncien Pere Aragonès y Jessica Albiach denunciando la injusta la detención del expresidente será su mayor escarnio. Mientras con una mano clamen libertad, con la otra contarán las horas que quedan para culminar el asalto. Ni Salvador Illa ni Alejandro Fernández, a los que se les supone más inquina en contra, cometerían jamás la bajeza de hacer leña del árbol caído ni de no guardar el debido respeto a un muerto.

La cobardía con que Puigdemont ha sido abandonado es el espejo de la cobardía con que él abandonó a los suyos cuando en lugar de defender la independencia que había declarado, se escapó para quedar como un héroe sin tener que asumir las consecuencias de sus actos. Cansado de vagar sin rumbo cierto, triste y desahuciado, vuelve para empeñar la capa.