acotaciones de un oyente

El maravilloso sopor de una sesión sin Frankenstein

Que el Gobierno no acuda a una de las dos cámaras del Parlamento puede ser legal, pero es una macarrada y una falta de respeto al pueblo

Junts pel 'sí-no' o el derecho de auto indeterminación

Tiene el Senado una luz amarilla como de orfanato. Es una luz mortecina de pupitre de opositor que lo llena todo de un ambiente lento, como si el tiempo se hubiera parado en el preciso instante en el que va a terminar la primera ... tarde del otoño. Aunque en ocasiones sea exactamente el caso. Es una luz que no da sombra, una luz de última oportunidad que une lo real y lo metafórico. Porque el hemiciclo del Senado tiene, al menos, algo de novedad, un punto de parlamento sueco, moderno y funcional: un hemiciclo de catálogo de Ikea. Pero el antiguo salón de sesiones en el que se desarrolla este jueves la agenda es un salón de época con grandes lámparas de araña, terciopelo granate, madera oscura y palcos de un teatro del 'West End' borbónico. Todo ello le confiere un aire de salón de baile burgués. Y aún no descarto que no lo sea.

En los escaños, senadores casi en su totalidad populares y casi en su totalidad adormecidos. Si solo hay -casi- gente del PP no es porque tengan mayoría absoluta sino porque el resto o no han venido o lo han hecho con cuentagotas. Es su manera de protestar por lo que, según el PSOE, es un «uso parasitario» de las instituciones por parte del PP. No es novedad. Ya nos habíamos enterado de que el PP no puede manifestarse, ni personarse como parte en demandas, ni presentarse a investiduras ni dar su opinión en los medios. Pero lo que no sabíamos es que tampoco pueden trabajar, crear comisiones en el Senado -que tome nota Armengol- o tomar la palabra en el Parlamento.

Porque el Parlamento español está compuesto por dos cámaras: el Congreso y el Senado. Que el Gobierno no acuda a una de ellas puede ser legal, pero es una macarrada y una falta de respeto al pueblo español, cuya soberanía está representada en dicho Parlamento. Así que, con su ausencia, la de los senadores por designación autonómica y la de sus presidentes, el PSOE no boicotea al PP sino a los españoles.

Aragonés, por su parte, es más partidario de dar golpes al estado que de boicotearlo. Así que se plantó en el Foro con esa pinta como de novillero que va a confirmar alternativa. Entró desmonterado, con la mirada hierática del muñeco de las tartas en las comuniones de Castilla. Ahí estaba, solito, como Chencho cuando se le perdió a Pepe Isbert, en el pasillo enmoquetado, mirando a Juanma Moreno, a López Miras y a María Guardiola como quien observa a los miembros de una tribu subdesarrollada. Luego nos dijo que su propia familia era andaluza y se unió, así, al subdesarrollo. Lo que no fui capaz de hilar es lo de querer entonces convertir a sus propios abuelos en extranjeros. Pero qué sabré yo, mesetario perdido.

Vino Aragonés, en realidad, a que no nos olvidáramos de él, como cuando un gato se te pone encima. Vino como 'comandante en jefe' de Frankenstein, supongo. Y nos dijo en sus once minutos que el PP convoca esto para hablar de Cataluña, pero que no le importa Cataluña y que lo que querían realmente era hacerlo sin su representante. Y nada de eso: ahí está el tío. Porque realmente se cree el representante de Cataluña en el Senado, qué le vamos a hacer. No le debe importar tener solo tres de dieciséis senadores. Ni haber tenido menos votos que el PP en las generales. No importa, él vino a contraponer amnistía a represión, a decirnos que lo de traer a Tejerito de Waterloo es solo un paso para la autodeterminación y para garantizar a los ciudadanos de Cataluña que votarán en un referéndum acordado. Lo que no quedó claro es con quién. Luego se metió con la Ley de amnistía del 77 porque no permite investigar crímenes fascistas, sin entender que eso es exactamente lo que está proponiendo. Soltó un «visca Catalunya» y se fue por donde vino. Detrás, sus 'minions'. «Pues bueno, pues molt be, pues adiós», que diría Trapero. Y por Bailén le vi perderse en la lluvia, como un Dupont postmoderno.

A partir de ahí, un calvario de intervenciones, algunas más calvario y algunas más intervenciones. Especialmente bien Juanma Moreno y Mañueco, con discursos a la altura del lugar, del momento histórico, de la autoridad de las regiones que representan y de los principios democráticos que defienden. Si Moreno pronunció un discurso sensato, cabal, moderado y con toda la fuerza de la defensa de los principios democráticos, Mañueco se centró más en la autoridad moral de Castilla y León en la configuración de España, en la integración cultural plural y diversa que somos, en el abrazo a todas las tierras de España y en el autonomismo útil. Si había un lugar y un día para elevar el registro y hablar en estos términos, sin duda era este jueves.

También correctos López Miras, Ayuso, Rueda, Prohens y Azcón, con discursos institucionales, pero duros. Y cargados de razón. Porque no era el día de pedir trenes, fronteras, trasvases, puertos o financiación como hicieron otros. No era el día de entrar en dinámicas de consumo interno ni de reivindicarse en piezas pensadas para la televisión autonómica. Era el día de hablar de igualdad y de defender la Constitución, la separación de poderes y la democracia en sí misma de quienes la atacan. Aunque si en algo coincidieron casi todos -con mayor o menor elocuencia - fue en que «no son más que nadie, pero tampoco menos»; que «España es y debe seguir siendo una nación de ciudadanos libres e iguales»; que la amnistía fiscal que esconde la condonación de deuda es una estafa para que entre todos paguemos los excesos de unos pocos y en amenazar a Sánchez con la vía judicial si se llegara a aprobar esa ley de amnistía.

Acostumbrados al Congreso y al tono de Patxi y del 'vicepatxi' Puente, al circo de la extrema izquierda y al estilo vulgarcísimo del independentismo catalán, la verdad es que se agradece una sesión en la que se volvió a las formas, a la etiqueta, a la cortesía, a cierto nivel intelectual, a la democracia sin sorpresitas y al tedio. Porque, no se engañen, la política que queremos es un tostón tremendo. Y supongo que la tarde plomiza hizo el resto.

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