El Retiro tiene un nuevo rey: así se expande la biodiversidad urbana

Una tarde cualquiera, alrededor de las seis, los jardines de Cecilio Rodríguez, al sureste del parque, se llenan de gente. Se ha corrido la voz y es buena hora para que curiosos y aficionados a la ornitología avisten entre las ramas, si hay suerte, a los majestuosos ejemplares.

«Ha sido una sorpresa para todos, no esperábamos que el búho real apareciera», confirma el subdirector de Parques y Viveros del Ayuntamiento de Madrid, Santiago Soria. Ni siquiera en lo peor de la pandemia, cuando medio planeta se confinó en sus casas y circularon imágenes de animales salvajes paseando por el asfalto, estas rapaces volaron a la metrópoli.

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«Se los ha visto copulando en el parque; ahora deben de estar en un edificio alto de los alrededores, tendrán un nido muy pequeño para evitar que se caigan los huevos, y bajan al Retiro a cazar. Entendemos que tendrán crías y que las sacarán adelante», asegura Soria, que cree que la pareja y el macho soltero proceden del monte del Pardo, de los excedentes de población que posibilitaron la crisis sanitaria y el parón generalizado.

«El campo se abandonó por el Covid; más que una súper reproducción, se disparó la supervivencia sin la presencia humana y su injerencia en el medio», explica este ingeniero de montes. Los tres ejemplares –aunque es probable que el tercero se marche si no consigue aparearse–, en la cumbre de la cadena alimentaria, se han convertido en reyes indiscutibles del parque.

En el nutrido zoológico del Retiro, donde pululan casi cien especies de aves, también viven lagartos, salamanquesas, sapos corredores y pequeños mamíferos, distintos tipos de murciélagos, ardillas (pocas, porque son acosadas por perros y gatos), roedores y conejos, la presa predilecta del búho real, cuya población se multiplicó en el parque hace poco más de un año. «Es un medio bastante rico para estar en la ciudad; en los parques modernos no es normal, el Retiro tiene muchísima historia. Los búhos reales han tardado 400 años en llegar, pero han llegado«, zanja Soria.

Esta rapaz es corpulenta (ronda el metro y medio de envergadura con las alas extendidas), sedentaria y longeva. Los búhos reales tardan un par de años en alcanzar la madurez sexual, tienen uno o dos polluelos en primavera y pueden vivir hasta veinte años. «Es una especie extraordinariamente adaptable, que aprovecha azoteas o jardineras en balcones de pisos vacíos para anidar», cuenta el biólogo de SEO Birdlife Luis Martínez. Así que, si hay comida (los gatitos también entran en el menú) y el ser humano no le molesta, el búho real puede ser un vecino permanente de El Retiro.

¿Cómo afectará este súper depredador a su entorno? «No desequilibra el ecosistema, al revés; los predadores son el final de la cadena y se llevan por delante el exceso de población, los roedores, los animales viejos o enfermos», asegura Soria. Además, son aves muy territoriales, sobre todo en periodo reproductivo, y en el parque pueden convivir «dos parejas a lo sumo», señala Martínez. En la Comunidad de Madrid hay unas 250 parejas, según el último censo disponible, aunque probablemente sea una cifra desinflada, porque estos búhos son reservados y no es tan sencillo detectarlos.

Hace unos días, Santiago Martín Barajas corrió a fotografiar a la pareja de moda con su pequeña cámara digital de bolsillo, la misma con la que ha inmortalizado decenas y decenas de criaturas en el río Manzanares. Este portavoz de Ecologistas en Acción fue el impulsor de la renaturalización del cauce que atraviesa la ciudad, un proceso que en solo siete años ha detonado una explosión de fauna y flora sin precedentes. «El búho real en el Retiro es una buena noticia. Es un síntoma de que, si no se persigue a la fauna silvestre, tolera la presencia humana. Están allí porque no sienten la amenaza», asevera Martín Barajas. En el tramo urbano del Manzanares ocurre lo mismo.

El río ha sido durante décadas un quiero y no puedo, desde que a mediados del siglo XX se apostara por cerrar las presas para engordar su caudal e intentar emular los torrentes del Támesis y el Sena. El Manzanares se convirtió en una sucesión de piscinas estancadas hasta que, en 2016, el Ayuntamiento de Madrid abrió las compuertas de nuevo. La naturaleza hizo (casi todo) el resto.

«Este año han criado los erizos. Ya en verano se te quedaban mirando a 2 o 3 metros de distancia, saben que no les vas a hacer nada», cuenta Martín Barajas, el primero en cazar imágenes de este animalito espinoso. En diciembre de 2021, un zorro merodeó por la ribera, a la altura de Príncipe Pío, probablemente un ejemplar nativo de los bosques del Pardo que ya ha visitado la capital un par de veces.

El registro de Ecologistas en Acción contabilizaba, este mes de enero, 116 especies de aves en el río: desde el común ánade real, pasando por la esbelta garza imperial, hasta los brillantes martines pescadores y los curiosos piquituertos. Donde antes se extendían escombros y charcos muertos hoy nadan varias especies autóctonas de peces, entre árboles y arbustos que han dibujado islas verdes para los galápagos leprosos, bioindicadores de la calidad del hábitat. En 2019 aparecieron las primeras nutrias y en 2022 los erizos. «Ha sido un éxito, totalmente, era lo que pensábamos que pasaría, pero no tan rápido. En siete años hay un bosque de ribera que ya querrían muchos ríos, con árboles de 18 metros de altura», describe Martín Barajas.

En 2020, las calles desérticas atrajeron a un puñado de animales salvajes y los vecinos de Madrid grabaron vídeos de jabalíes en campus universitarios y de pavos reales en zonas residenciales. Pero esas estampas terminaron con el fin de la crisis sanitaria. «Fue algo relativamente anecdótico, al tener las calles vacías, se los veía más y algún ejemplar más tímido se atrevía, tenías a mucha gente mirando por las ventanas, lo que se conoce como sesgo de muestreo...», argumenta el biólogo Martínez.

Los inquilinos pospandémicos del Retiro y el Manzanares, sin embargo, han venido para quedarse. ¿Cómo se preserva este ecosistema urbano? «Es muy fácil: no molestarlos, no perseguirlos», resume Martín Barajas, que suele descubrir nuevos ejemplares a través del objetivo. La biodiversidad urbana es una ventaja. Para observar pájaros extraordinarios ya no es necesario marchar al monte con un par de prismáticos. Basta con pasear por el corazón de Madrid.