El primer 'aparcamiento' de Madrid, que va a cumplir cien años

Resulta que este emplazamiento está muy cercano al Mercado de la Cebada. Incluso antes de que éste existiera, desde el siglo XVI había allí puestos al aire libre, y muchos de los productos que venían de provincias, y que entraban en la ciudad por la Puerta de Toledo, terminaban en estos puestos. Luego ya se construyó allí un hermano, que salió de los planos del arquitecto Mariano Calvo y Pereira y utilizó el hierro en sus estructuras, muy singulares. Este mercado fue derribado en 1956 y sustituido por otro que es el que aún conocemos.

El caso es que desde hace muchos, muchos años, en la Cebada había mercadería abundante. Y, por tanto, había también vehículos que llevaban y traían las mercancías. A comienzos del siglo pasado, esta tarea se hacía mayoritariamente en carros. Estos eran muchos, y tenían que parar en algún sitio, que acostumbraba a ser la plaza situada junto al Mercado de la Cebada, y que se conocía ya entonces, tal vez por esto, como plaza de los Carros. Así se puede apreciar en la fotografía que ilustra esta crónica, donde los vehículos aparecen, perfectamente ordenados, ocupando prácticamente todo el ancho de la plaza.

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La plaza de los Carros estaba allí, junto a la carrera de San Francisco y la costanilla de San Andrés, desde mucho antes: no aparece en el plano de Texeira, de 1656, pero sí en el de Antonio Espinosa de los Monteros, de 1769, aunque sin nombre definido. A lo largo de los años, fue tomando distintos nombres: plaza de Aguirre en torno a 1868, o plaza de Julio Romero de Torres en 1931. En torno a 1965 recuperó su nombre tradicional, el que le dio el uso. Durante el tiempo en que fue alcalde Enrique Tierno Galván, la zona fue remodelada y se descubrieron algunos restos arqueológicos, entre ellos fragmentos del lienzo de la muralla árabe o un viaje de agua musulmán.

En la plaza de los Carros no solo estacionaban estos medios de transporte, en el siglo XIX y parte del XX, sino que también allí se contrataban sus servicios. Algunos autores señalan que también aquí paraban las carretas de transporte de viajeros, especialmente las que iban en dirección a Toledo.

En una de las fachadas de la plaza pueden verse las originales figuras de un trampantojo pintado por el artista Alberto Pirongelli, que reflejan, en falsos ventanales, a otros tantos vecinos asomados, como pendientes del paisanaje que transita por la plaza.

Junto a ellas, al norte está la iglesia de San Andrés, con muy bello interior, y junto a ella está el Museo de San Isidro. La plaza cuenta con dos fuentes: una octogonal en el centro, y algo más al sur, otra mural, con un caño principal rodeado de otros siete. Y de esta última, que fue puesta allí en la remodelación de la plaza en el siglo XX, se dice que ocupa el sitio que en otro tiempo albergó la llamada fuente del Humilladero de San Francisco, que otros autores llaman del Endimión, una escultura de factura italiana del siglo XVI que durante mucho tiempo estuvo allí, rondando la Plaza de Puerta de Moros, anexa a la de los Carros.