El pequeño mar de Madrid
Historias capitales
El pantano de San Juan ha combinado los populares filetes empanados con el glamour de los veleros
Primer día de baño en la playa del pantano de San Juan: sobrellevar el sol y la pandemia
Madrid
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Iniciar sesión¿Quién dijo que no hay playa en Madrid? La hay, y desde hace mucho. Concretamente, hay kilómetros de playas de arena fina, y alguna de ellas incluso cuenta con la distinción de ser bandera azul, por la calidad de sus servicios. Lo que ... pasa es que el 'mar' de Madrid no es tal, sino un pantano, muy grande, en que vierten agua dos ríos, el Alberche y el Cofio. Es el Pantano de San Juan, al que llevan acudiendo los madrileños por miles desde hace décadas, para librarse del calor aplastante de la capital y su corona metropolitana.
Este embalse fue construido en 1955, y pronto se convirtió en el paraíso de las clases populares, que acudían cada fin de semana -habitualmente en autobús, organizados por alguna entidad religiosa o sindical como las Hermandades del Trabajo- para disfrutar de un rato de asueto en remojo y con los niños lógicamente asilvestrados. Un día en el pantano consistía, básicamente, en localizar y ocupar una buena sombra en una zona frondosa de pinos, extender la manta, llevar la sandía y las bebidas a refrescar al agua, y dejar que los niños se fueran a bañar, salvo las dos horas de después de comer, donde las madres les mantenían a raya con todas las admoniciones relativas a los cortes de digestión y sus peligros.
Con o sin flotador, dependiendo de las destrezas de cada cual, los chiquillos se iban de cabeza al agua de un pantano que tiene sus aristas: en ocasiones se ha cobrado la vida de quienes se han aventurado más allá de lo razonable. Los padres descansaban bajo el pino de turno, y a la hora de comer, aparecían como por milagro cestas repletas de tortillas de patatas y filetes empanados. Y de postre, la típica lata de leche condensada cocida hasta caramelizarse. Obviamente, la vuelta era -y sigue siendo- con los niños derrengados en el asiento de atrás.
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Sara MedialdeaTenían tarifas tasadas, y no estaban obligados a circular por calles sin empedrar o en cuesta
Las playas más famosas son las de El Muro y Virgen de la Nueva; esta última es la que tiene la bandera azul. Porque desde los años 50 hasta la fecha, cada fin de semana del verano el pantano se llena de gente.
Pero había otra cara del Pantano de San Juan, la más glamurosa: la del Club Náutico de Madrid, fundado en torno a 1960 y con un chalet social en la margen derecha del embalse. Que se publicitaba en los medios como un recinto «´con una superficie navegable a vela de 12 a 14 kilómetros». Era un club muy privado, con «número de socios restringido, por ahora, a 150», advertía Blanco y Negro en 1961, y que organizaba regatas de primavera en las clases 'Star' y 'Snipe', para disputar el Trofeo San Isidro.
Mucho alababan entonces el lugar, que surgió «por obra y gracia de la campaña de aprovechamiento hidroeléctrico de la cuenca del Tajo», reconocían, y que había dotado a esta zona suroeste de la provincia madrileña, fronteriza con Ávila, de una «insólita estampa marinera». Había quien se atrevió a llamarlo en los papeles «el pequeño mar de Madrid». Y había también quien se quejaba de los problemas de acceso: «¿Qué va a suceder en la carretera de Extremadura cuando se se inicien, con la estabilización climatológica, las escapadas semanales de los madrileños hacia el pantano de San Juan? El 11 de octubre de 1968 fueron inaugurados los nuevos accesos por la N-V de Madrid a Portugal por Badajoz, lo que supuso el entrar en el libre disfrute del tan ansiado desdoblamiento del paseo de Extremadura, que quedó convertido en autopista. Pero en esos accesos quedó un tramo sin terminar. Es el que lleva hasta la bifurcación de la carretera a San Martín de Valdeiglesias, en la ruta del pantano de San Juan. ¿Qué ocurrirá cuando comiencen las escapadas sabatinas y dominicales hacia el pantano de San Juan?», se preguntaba el cronista.
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La prensa alababa sin parar el lugar, con titulares como el que se leía en el Blanco y negro de mayo de 1964: «¿Mallorca? No; Ávila». Le parecía al periodista que lo redactaba que nombres como San Martín de Valdeiglesias, el Tiemblo u Hoyo de Pinares «adquieren prestigio marinero».
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