Otra mirada al Orgullo: la carroza y sus prólogos
desfile del mado 2022
Si París era una fiesta, Madrid era una sauna, 37 grados y algún vencejo que moría sobre cualquier carroza. Aunque era lo de menos el termómetro
Varios asistentes al desfile del Orgullo disfrutan durante la calurosa tarde
La vida es eso que pasa entre un Orgullo en que te lanzan orines con pistolas y otro en que el manifestódromo del Prado a Colón parece el Mardi Gras en Nueva Orleans, con Boris Izaguirre y María del Monte («iba de peregrina y ... me cogiste de la mano») comentando lo que pasaba en la Pública, que el Pirulí está siempre al servicio de lo que pasa, en el encierro pamplonica y en el Orgullo. Por medio, Irene Montero, la pandemia y el calor.
Había que celebrar, claro, y había que reivindicar eso de la visibilidad que dijo Chanel. Vivir entre los días grandes del Orgullo también es una sociología urgente: comprobar cómo aquél que no se definió en el 2019, cuando lo de Marlaska y la montonera, hoy (por ayer), calza barbas nazarenas y, definido, va a pasárselo bien. Como cantaba Summers.
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En el zurrón de la memoria de los Orgullos, el mismo sitio de salida y llegada. Pero en 2022 con el disfrute, con el hedonismo ardiente, por encima de la pancarta, que también. Volver a la carroza es como volver a los días de la ciudad alegre y confiada de las postales. La ciudad de las mochilitas de cuerda que se mueven al ritmo de Mónica Naranjo y ocultan el cubata; la ciudad de ese octogenario que siempre anda por la boca de Atocha-Estación del Arte cuando hay jaleo, con el anacronismo en los tirantes y en paralelo a una mendiga que murmuraba algo de «manifestaros» con una sudadera (en julio) cedida por caridad de alguna hermandad militar.
Si París era una fiesta, Madrid era una sauna, 37 grados y algún vencejo que moría sobre cualquier carroza. Y Andrés repartía en un carrito de la compra jamón de Extremadura, en tanto que el «jamón no es transófobo».
Aunque era lo de menos el termómetro; eran hordas felices sin mascarilla apurando consignas con el rotulador permanente. Con el botellón escondido en esas bolsas frías (herméticas) de una conocida marca de croquetas. La mascarilla era una opción como otra cualquiera; eso sí, lemas como con «mi entreparte hago arte» y otros éxitos se veían en la multitud que se agolpaba y su 'autor/a/e' ponía cara de 'sueco/a/e'. Otros pedían a «Lorca, maricón», que resucitase. Sin mascarillas, sin el Bachillerato, con granos, y dudas, y con la convicción de que un sábado de fiesta era el Mayo del 68. Uno, aquí, con el tema de las cabalgatas se acordaba mucho de Carmena.
Y pasarían luego las carrozas, las batucadas de antaño. Carrozas patrocinadas y modestas. A mi vera, por Neptuno, una señora que parecía Paquita la del Barrio sin ser Paquita la del Barrio, comentó con algarabía a la del trenecito.
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