De la calle a la galería: el ascenso del 'Messi' de los murales
El ganador de los Oscar del arte urbano abre en Carabanchel un espacio museístico de 900 metros cuadrados. Sfhir sitúa al espectador ante la eterna dicotomía: «Arte o vandalismo»
Uno de los mejores murales del mundo está en un pueblo de 180 habitantes
Madrid
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Iniciar sesiónMolduras neoclásicas. Un pasillo con 'horror vacui', allí el 'Messi del muralismo' mundial según el galardón Street Art Cities, Hugo 'Sfhir' Lomas (Madrid , 1980) por 'La violonchelista', creada en unos edificios de natural humildes de La Coruña, atiende en lo que ... ha sido y es su sueño.
Una galería: 95 ART GALLERY. Una galería en la que su obra interactúa con el arte urbano, sus compañeros y sus espectadores. Se considera «artesano», y en la galería, que se inauguró el año pasado, quiere que los suyos, y todo el que tenga que aportar algo al arte de la ciudad, que es decir al arte en general, goce de un espacio.
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El grafiti, por resumir, ha pasado varias épocas. Y a él, le llegó quizá en la época de transición de la clandestinidad al salón expositivo. Como a Banksy, del que solo le separan cuatro años. Y quizá, también, con una forma de entender lo mismo.
Hay varias etapas que vive el creador: las primeras, con el latido cardíaco de «la adrenalina, la firma y dejar el sello» donde fuera, y en la que la ciudad, ante el hormigón mudo, fuera generando una gallofa de creadores nacidos al calor de «un cuaderno escolar» donde ya se iniciaban bocetos. Hugo Lomas, Sfhir, es de los segundos.
Hugo ha llegado al arte desde que a mediados los ochenta «pintaba con rotuladores Carioca los bajos de una mesa familiar de caoba». Aún no había vocación de artista, o «de artesano». Pero si dice la Biblia que en el principio fue el verbo, en su principio fue el dibujo: la firma en su caso. La que aún sigue marcada en la caoba de la mesa familiar. Carabanchel, ya, entrados los noventa, y Hugo Lomas que firma Devil, con el trazo sencillo de dejar la rúbrica y un poco de arte.
Siguen pasando los 90, y se da cuenta de que en su primera visita al Museo del Prado la pasaría haciendo «el baranda». La segunda no. Recibe en esa galería que es, insistimos, su sueño, planteada hace cinco años, inaugurada este pasado otoño, y que amén de dar voz a los talentos urbanos, insiste en poner en el visitante ante la dicotomía de «Arte o vandalismo». Algo que resume en que «hay una superposición de arquetipos en uno solo». Un «debate superado» en ciudades como Berlín, sin ir más lejos.
El grafiti de la A2, como aquel otro que su profesor de fotografía que le recomendó repetir el mismo con voluntad de alma, forman parte del imaginario de la cultura urbana de estos pagos.
Aunque la galería es su sueño, todo soñador ha tenido una vida previa con la que llenar la nevera. La de informático, la del que «después del trabajo se iba a Badajoz a hacer una pintura, dormía dos horas y al teclado». El muralismo no «es un sector homogéneo», ni mucho menos. Ya en su segunda visita al Museo del Prado está la fascinación. Ahí está su epifanía ante 'El Jardín de las Delicias' de El Bosco, frente al que metafóricamente se postró de hinojos por lo que en un centímetro cuadrado hay trazado de la compleja alma humana. Únase la alucinación de El Bosco por el llamado 'fuego de san Antonio'.
En su galería no hace frío ni calor. Cuelgan lienzos. El arte, en suma, le es como «al panadero el pan. Al final somos artesanos». Y todo dentro de esa «coctelera que es la inspiración». Sfhir no cree, o no quiere creer, no le interesa creer en el duende de Lorca, si bien no lo niega. En su condición de 'hombre de Ciencias', informático, recurre a una metáfora. Que es la de que «existe un WiFi», un demiurgo, al que los pintores se van conectando en una nube por la que él asume concomitancias en obras de creadores que ni se conocen temporalmente. Cita entonces, en la amplitud de la galería, a la «glándula pineal» de Descartes.
Apenas musita algo de su mural de La Coruña, el que le acaba de entregar los laureles del éxito. Sí, en cambio, vuelve a lo «onírico», a la «fase REM» que es donde aprehende todo o casi y todo. El niño de la 'carabanchelera' calle de san Luzón quiere darle al arte urbano el lugar que se merece. Incluso no al precisamente urbano pero que tenga concomitancias con él. Por eso se vuelve al concepto de su desiderativo de fundar, junto con la codirectora Inés Alonso, en una suerte de Real Academia de Bellas Artes en Carabanchel.
Como artista, el símbolo de aquel al que «Se busca por arte ilegal desde 1995» retorna a su sueño. Que los pintores también tienen afanes. El de galerista. Deja que el reportero se pierda entre obras de compañeros, sin condicionar la mirada como es casi norma en otros espacios artísticos. Y así figuran los preparatorios de la exposición de este mes junto a Marco Prieto (Sr Gotta) en lo que en tiempo fue un almacén de grano.
Sí reitera Sfhir esa dicotomía que podría erigir en el frontispicio de su espacio como en la Academia de Platón de Atenas, «No entre nadie que no sepa geometría». El suyo: el de «Arte o vandalismo».
Y pone ejemplos. El del creador que por la noche ha estado dándole vida a los espacios inanes visualmente de la ciudad y que a las pocas horas atiende a «autoridades y medios de comunicación». Un galerista, aparte, debe mantener una posición didáctica y crítica, y para Sfhir «lo académico no acaba de entender el arte urbano» y por eso es necesario una galería.
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Su pasión, sin alardes, la de generar un clima cultural. De momento, lo que lleva expuesto con Marco Prieto, tuvo un aperitivo en JustMad. La voluntad de Sfhir y de Inés Alonso es diáfana: exposición permanente y tres temporales.
Amén de estar abiertos a todas las expresiones. El hermano de uno de sus precursores, El Muelle, Fernando Argüello, aprecia su energía por «abrir los ojos a este otro concepto artístico». Eso.
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