«Madrid me ha dado la vida, y yo, con mi arte, le devuelvo lo que puedo y más»
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MADRID
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Iniciar sesiónJesús Carmona es bailarín que por teléfono habla en andaluz, en persona en madrileño y, en el escenario, en el idioma universal de la danza que tienen los catalanes bailaores desde que Carmen Amaya, desde el Somorrostro barcelonés, dijera que los calés de ... allí también son y serán parte del flamenco patrio.
A Carmona Madrid le es su casa, pero no sólo porque el arte jondo y el zapateado pasan, cuando entramos en el terreno de las verdades, por aquí. También porque él sabe que está ciudad tiene todo lo que se puede pedir para la felicidad. Como Paco Soto, otro colono de la zambra y la juerga y el duende lorquiano, se acuerda del Candela con esa nostalgia de todo lo que se perdió con la peste. Aunque sonríe, claro que sonríe en la mañana madrileña.
Clases con Juan Ortega, junteras con El Güito y aquí Carmona, reconocido como uno de los mejores bailaores del orbe que, se vino por primera vez con quince años y permiso paterno a dar esas 'pataítas' donde reside el Arte, y es justificada la mayúscula. Reclama, eso sí, que el baile en Madrid, pero también en Cádiz, sea apreciado por los más jóvenes, aunque para el público madrileño, el que paga, sólo tiene parabienes. El epicentro de su negociado, así en general, para los que bailan y bailaron es Amor de Dios. Aquí tiene familia, es padre amantísimo y Madrid le tiene ley, y se ve que es algo recíproco.
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No se le va la sonrisa de la boca a este badalonés de raíces cordobesas. En 23 años que lleva por estas geografías, su vida ya es más gata que catalana. No sabría decir con exactitud el porqué entre Cataluña y Madrid, con lo que fueron ambas, se ha roto algo. Aunque con la mirada da entender que sí, que hay esperanza en que todo se cosa y se arregle. Con todo, se confiesa un enganchado a la luz de la capital, al sol de Madrid.
—O sea, que con quince años ya pisa el suelo madrileño.
—Con 15 años nos vinimos, yo estaba en el conservatorio, en el Instituto del Teatro del Conservatorio de Danza de Barcelona, y entonces, el año antes de terminar la carrera nos vinimos todos los compañeros aquí a Madrid a pasar el verano, a ir al Amor de Dios, y a tomar cursillos y a aprender.
—A la fresquita, que es lo suyo. Dicen que la mejor toma de contacto para la ciudad suele ser la primavera. Pero relate, por favor, cuándo se hace madrileño.
—Al año siguiente. Volvimos los mismos, pero la compañía de Miguel Ángel Cruz y Carlos Rodríguez necesitaban un bailarín. Y ya para los restos.
—Con 16 años y la ciudad para usted solo. Para algunos esto sería un regalo del cielo. Quizá en otra época.
—Hombre, vine con mucha ilusión, pero para instalarme en un hostal de Callao, Miguel Ángel y Carlos tuvieron que firmar como mis tutores legales. Y el hostal era un armario y una cama. Nada más. Primero andaba solo por la ciudad y mi salvación fue un discman con Estrella Morente y Mayte Martín. Luego, con el tiempo, ya empecé a tener amigos en el ambiente.
—¿Le ha perdido Madrid la cara al flamenco? ¿O es al revés?
—No, para nada, lo que pasa es que tenemos que ser inteligentes y saber conectar con el público de ahora, que es lo que cada vez más se está haciendo.
«El público madrileño es un público que siempre se sorprende»
— Cita usted el público capitalino, otra cuestión canónica de esta página...
—El público madrileño es un público que siempre se sorprende, que tiene tantas posibilidades, que están siempre abiertos a ellas. Aunque hay que reivindicar, sobre todo en los más jóvenes, insisto, que el flamenco no es una cosa antigua.
— Lléveme de 'flamenqueo' por la ciudad.
—El primer lugar al que te llevaría es a Amor de Dios, que está en el Mercado de Antón Martín, que es la escuela de flamenco más antigua de todo Madrid, y ése es el centro neurálgico del flamenco en Madrid, donde sucede todo, donde todos nos encontramos, donde si quieres buscar a alguien vas allí. Y el Candela si existiera, y luego un paseo por Caño Roto. Que allí por cada metro cuadrado hay arte para exportar.
—Porque el duende lorquiano, el éxtasis en el arte, le encuentra en Madrid... Necesariamente.
—El flamenco es emoción sin censura, efectivamente, porque sale directamente. O sea, te quiero decir, yo como bailaor, cuando estoy encima del escenario, hay algo que controlo y hay algo que no controlo. Es el duende que dices.
— Y el arte en Madrid está. ¿Por qué?
—Porque esta ciudad inspira libertad, Madrid es libertad absoluta.
—Todo el día no se puede estar bailando. Lo pregunto desde el desconocimiento. Para desconectar, ¿tiene sitios?
—Mira, yo tengo dos hijos, y cuando estoy con ellos, en el parque de Atenas, involuntariamente sigo haciendo pasos. Artista soy, incluso en el parque con los críos jugando. (Ríe).
—Madrid tendrá su cara B, como las antiguas cintas.
—No soporto los enfados que nos cogemos cuando conducimos. No conozco otra ciudad donde se grite y se chille tanto desde el coche. Eso no me gusta un pelo.
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—¿Qué le ha dado usted a Madrid y qué le ha devuelto este pueblo?
—A mí Madrid me ha dado la vida y yo le devuelvo lo que puedo. Yo le devuelvo con mi arte lo que puedo y más.
—No es poco. ¿Algo más que añadir en esta zambra?
—Apunta ahí que yo sigo enganchado del sol de Madrid, de la luz de Madrid. Así que ya ves.
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