Goyo Jiménez: «Madrid es una ciudad que sigue siendo tragicómica y esperpéntica»
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MADRID
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Iniciar sesiónGoyo Jiménez es «tragicómico», y se le pide perdón, por eso mismo, en las butacas del teatro Capitol, donde ultima sus ensayos de 'Aiguantulivinamérica'. Es, como buen albaceteño de Melilla, un un pensador rápido, lo que en los ambientes llaman «fast thinker», que es ... una habilidad que cuando se está frente al público se valora. Vaya si se valora. Jiménez, que decimos que es tragicómico, ha hecho de todo en el arte de Talía, lo que le da una soltura y un saber estar por el que puede decirle a los dramáticos, a los de calavera shakesperiana, que está y estaba ahí. Que los 'monologueros', que llenan los teatros de Madrid, son compañeros y además suelen cuadrar las cuentas en el mundo de la escena.
Más allá, aun nacido en Melilla, su acento, su forma de ver el mundo, su todo, es de la Meseta Sur. De Albacete. Encuentra, claro, similitudes entre aquel 'Nueva York de La Mancha' y Madrid.
Quizá que no haya una montaña o un mar donde todo hijo de vecino trate de adivinar qué hay detrás. Eso da una calma, una paz, una nirvana que el actor valora. Su sitio predilecto, y también donde cita, es la Gran Vía que es el «crisol» de todo, dicho «crisol» con toda la intención como dicen los cursis.
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Propone, en lo sucesivo y a los editores, que se haga un breviario sobre las estatuas de Madrid, un libro a la manera de Ramón Gómez de la Serna con cierta sorna sobre los monumentos de la ciudad. También sabe que en la capital están todos los intereses cortesanos, que la urbe se ha convertido en una suerte de lugar de atracción de un público variopinto con el que juega en sus actuaciones. El propio día de la entrevista, aún lleva el susto en el cuerpo de un incidente en la circulación. Los de iluminación le meten prisa, acaso porque le han ido dando el foco que este periódico aprovecha. Se hizo la luz.
— ¿Sus recuerdos son recuerdos de un patio de Melilla? Dispense el resabio machadiano.
Sí, sí que lo son. Mis memorias son recuerdos de un ventanuco que daba a un patio desde que el se veía el mar.
— Y luego, ya, a Albacete. Parece que los albaceteños 'caen de pie'.
Eh, en los de Albacete hay una cosa que yo explico. Y que va en función de la llanura. Tenemos el espíritu de la quietud de la llanura. No somos gentes de valles ni de costa. No nos acelera que habrá detrás del mar, o de la sierra. Y de ahí el cuajo, que es como llamo yo a nuestra forma de ser.
— Algún viaje a Madrid, imagino, en la mocedad. Pero de instalarse aquí, ¿se le viene a las mientes así, un primer golpe de memoria?
Joder, recuerdo correr como un loco en el Metro. Como un loco. Y la tranquilidad que traes del pueblo desaparece. Y yo me preguntaba «¿cómo pueden vivir así?». Esa es, te soy sincero, la pregunta primera que me hice.
— Una cuestión sin acritud, que diría Felipe González. Sabiendo que usted es tragicómico, con perdón por lo de tragicómico, le pregunto si esta ciudad es tragicómica.
Te perdono el exabrupto. Y lo sigue siendo, lo de tragicómico, como lo era para Valle-Inclán, para Rubén Darío, para los modernistas, para esos tertulianos. Ahora habrá negocios modernos, inteligencia artificial, pero nunca se perderá el espíritu del callejón del Gato de, repito, Ramón María del Valle-Inclán.
— ¿Va mucho por ahí? Lo digo porque nos llevan varias semanas citando al callejón de los espejos...
Menos de lo que debería porque se ha convertido en una zona turística. Pero ahora que se ha recuperado para la vida el centro de Madrid, o al menos para la diversión, voy menos de lo que debiera para la parte teatral. Se supone que aquí se ha intentado el día del teatro como el Bloomsday en Dublín en homenaje a James Joyce. Voy poco porque parece que se ha intentado separar a los monologuistas de los actores. Y yo siempre he sido «teatrero» o «teatrista». Parece que los que hacemos humor escénico nos hemos convertido en entretenedores, cosa con la que no estoy de acuerdo.
— Una vez, paseando por la plaza de Santa Ana, Fernando Arrabal me dijo que Lorca, en su estatua, tenía pinta de mediopensionista.
Está muy bien tirado. Está por hacerse un catálogo poético al estilo de Gómez de la Serna, otro madrileño de pro, con ese tipo de observaciones. Sobre las estatuas. Si Lorca parece mediopensionista, podemos decir que Cascorro ha venido a hacer la noche y ya está.
— Pobre Cascorro, tan castizo y valiente. Vamos a jugar al laconismo antes de que las estatuas nos demanden. Madrid en una palabra.
Madrid.
— Lacónico a fuer de lacónico, que explicaría el otro. Me especifica un poco más si tiene usted la amabilidad.
Es que Madrid es imposible definirlo en una palabra. Por eso necesita dos palabras, «Madrid, Madrid». Que es lo que dicen los nacidos aquí: «Yo soy de Madrid, Madrid».
— Oiga, parece que aquí pasa todo. O quizá es que se le presta poca atención a las provincias y sus teatros.
Es cierto que esto se ha convertido en un polo de atracción. Es el bossón de Higgs, el espejo famoso de las ciudades. Aquí se forman las cosas alrededor de la capital, porque todos los intereses cortesanos están aquí en la Villa.
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— Venga, diga un sitio donde Madrid sea más Madrid para un señor melillense y de Albacete.
Lo he dejado caer cuando me has hecho la ficha al principio. (Abre los brazos, señala la amplitud vacía del teatro Capitol). La Gran Vía, sin lugar a dudas.
— ¿Y lo detestable?
Pues también lo he dejado caer. Correr como un loco en el Metro.
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