LAPISABIEN

Noches de junio

Hay una calma en la ciudad, triste y tensa, pero calma al fin y al cabo

El reportero, en su descanso

Vecinas conversando en el frescor de la calle en 1972 LUIS ALONSO

Las noches, las primeras de junio, son suaves. Aún el cuerpo, requemado de soles, sabe que debe aprovechar estos respiros. La amplitud térmica, que le llaman.

El calor ha llegado desde un libro de texto hasta las hebras de los descampados de ... yeso del sur. Hay piscinas, pero dan pereza, por muy cerca que estén. El verano en Madrid es siempre la promesa de una novia lejana y lluviosa, el jersey a la donostiarra, y un veraneo que no deje el rostro como venido de latitudes saharianas.

Hubo un verano, un junio dichoso. Pero no se repitió: el año pasado se recalentó todo, y al menos, el que escribe, tenía la posibilidad de un chapuzón en el mar. Ya no. Ya todo ha cambiado. Ya hay que votar en chanclas. El olor del verano llega también a la habitación más recóndita, al patio de luces lleno de cascotes y de deseos perdidos.

En verano, o en estas previas del 'ferragosto', Agustín me preparaba un gazpacho sin agua. Así lo llevaba rumbo al Alto de Abantos, que era algo así como mi Mont Ventoux suponiendo que yo fuera Petrarca y que estuviéramos en la Provenza.

Llenaba el gazpacho 'esencial' y deshidratado con lo que manaban las fuentes, frías, de la sierra; bajo pinsapos adaptados a los suelos del Sistema Central. Hacía sol, y la bicicleta era una parte de mí. Arriba un guiño del último rayo que rebotaba en los edificios de la ciudad más al oeste, y los veía, ya cruzada la linde de Ávila.

Para ver esta página correctamente ve a la versión web

Continuar

Viene todo esto a que los veranos de Madrid tienen los mentados intervalos nocturnos de frescor, algún día templado, donde hay que celebrar la vida en Madrid. Ya habrá tiempo para hacerse mal cuerpo. Centrémonos en una noche como hoy, como la pasada.

El sol ya caído por los desmontes del Oeste, y la casa fresca. Un libro, al azar, que se va leyendo. Hay una calma en la ciudad, triste y tensa, pero calma al fin y al cabo.

Serán las últimas noches en que durmamos de tres tirones (de uno es imposible), y no vayamos con el sudor como molesto compañero de viajes. De viajes al corazón de la ciudad, donde los adoquines saltan por la calor.

Resuena vagamente el poema de Gil de Biedma a estas noches; noches en que «sentía siempre una inquietud, una angustia pequeña/lo mismo que el calor que empezaba».

Artículo solo para suscriptores
Tu suscripción al mejor periodismo
Anual
Un año por 15€
110€ 15€ Después de 1 año, 110€/año
Mensual
5 meses por 1€/mes
10'99€ 1€ Después de 5 meses, 10,99€/mes

Renovación a precio de tarifa vigente | Cancela cuando quieras

Ver comentarios