Fin al triple crimen de Morata de Tajuña: la venganza de Dilawar Hussain cocinada en la cárcel contra los Gutiérrez Ayuso
El que fuera inquilino de los hermanos hasta su ingreso en la cárcel por agredir a Amelia confesó ayer los asesinatos por una supuesta deuda de 50.000 euros
El asesino confeso los mató a golpes y quemó los cadáveres
Dani, el Negro ahora se desdice del crimen: «Las avisé varias veces. Me han dejado arruinado»
Madrid
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Iniciar sesiónLos agentes del Grupo de Homicidios de la Guardia Civil analizan la escena. Otra de tantas, con la particularidad (en realidad, cada crimen tiene algo de particular) de que los tres cuerpos que tienen ante sí presentan signos de violencia. El suicidio colectivo se ... descarta de inmediato, también el fratricidio. Nadie puede asesinar primero, quitarse la vida después y terminar apilando los cuerpos, el suyo y el de sus hermanos, quemados parcialmente para intentar borrar las trazas del crimen. A simple vista, es un homicidio de libro, quizá improvisado en la ejecución, pero toca esperar a la autopsia.
Mientras, observan las primeras pruebas. La puerta de la calle no está forzada, lo que solo significa una cosa: quien sea que haya hecho esto ha entrado con llave o le han abierto desde dentro sin advertir nada raro. Y los cadáveres, además, están agrupados en el salón, lo que denota permanencia en el inmueble y hasta cierto conocimiento de las estancias. Aún es pronto para saberlo todo.
A esa hora, a media mañana del jueves, Dilawar Hussain Fazal Chouhdary, paquistaní, de 42 años, sigue con su vida como si nada. Igual que en las últimas semanas, al menos desde que salió del número 3 de la calle Travesía del Calvario (en Morata de Tajuña) aquel día fatífdico de diciembre. Acababa entonces, según revelaría el domingo por la noche a los agentes, de matar a golpes a los hermanos Gutiérrez Ayuso; Amelia (68 años), a quien ya había agredido hasta en dos ocasiones; Ángeles (70), la segunda en edad pero a merced siempre de lo que manda Amelia; y Pepe (72), con una discapacidad intelectual y dependiente de ambas.
Triple crimen en Morata: viaje a la fábula mortal a ninguna parte de los hermanos Gutiérrez Ayuso
Carlos HidalgoAmelia, Ángeles y Pepe dieron un cambio radical hace un año: iban menos a misa y pedían dinero a todos
La jornada avanza y a primera hora de la tarde llega lo evidente: el macabro suceso salta al primer plano mediático, la prensa publica rauda, y en la tele las teorías se suceden. Más si cabe, cuando se hace pública la rocambolesca historia amorosa de las dos hermanas. En el pueblo, un vecino casi clava el suceso. Habla de los miles de euros (hasta 400.000) enviados a dos perfiles falsos de Facebook, primero Amelia, enamorada desde hace siete años de un supuesto militar estadounidense destinado en Afganistán; y después Ángeles, embaucada por un 'amigo' del anterior.
El ruido de la estafa es tal, que llega a tapar en parte lo mollar de la investigación; a excepción, eso sí, del gato y el ratón, que ya siente la presión en el cogote. El Grupo de Homicidios bucea en la vida de las víctimas, las coloca en la pizarra, y aparta de inmediato a Pepe. Con Ángeles tardan un poco más, aunque pronto descubren que la pieza troncal depende de Amelia. Manejan dos atestados, uno del 10 de enero de 2023, en el que se recoge la bofetada de Dilawar Hussain a la menor de los hermanos, sin que esta finalmente llegase a denunciar. Y un segundo, del 24 de febrero de ese mismo año, que acabaría con él durmiendo entre rejas.
Ese día, el asesino confeso espera en la casa de los Gutiérrez Ayuso, en la que residía desde hacía unos cinco meses, a que lleguen las dos mujeres, Amelia y Ángeles. Está alterado y nada más escuchar ruidos en la puerta decide actuar. Según la sentencia, Dilawar golpea con un martillo a su víctima en la cabeza hasta hacerla caer al suelo; en total, tres impactos y una última patada. Tras ser detenido, un juzgado de Arganda del Rey dicta contra él prisión provisional comunicada y sin fianza, resolución que confirmará después la Audiencia Provincial.
Es ahí, a la sombra, donde empieza a planear su venganza. El reo, conocido como el Negro, sostiene que Amelia ha dilapidado una importante suma (más de 50.000 euros) que el ahora detenido le habría prestado a cambio de una alta rentabilidad en la devolución. Otros allegados a los finados, en cambio, apuntan a que el agresor acusaba a la mujer de haberse apoderado de un dinero que él tenía guardado en la habitación. Sea como fuere, lo cierto es que Dilawar tiene demasiadas horas muertas para trazar un plan, al menos el de recuperar lo que es suyo.
Sale a la calle en septiembre
Permanece en la cárcel hasta el mes de septiembre, cuando es juzgado y condenado por un delito de lesiones con instrumento peligroso a dos años de prisión, además de la prohibición de aproximarse a menos de 500 metros y comunicarse con la víctima durante dos años y seis meses. Y es ahí, aunque suene paradójico, el momento en el que todo lo tramado cobra forma: la sentencia es dictada de conformidad, circunstancia que permite a su defensa solicitar el beneficio de la suspensión de la ejecución de la pena privativa de libertad, sin que ninguna de las partes se oponga.
Una vez comprobado que el acusado reúne los presupuestos legalmente exigidos para la concesión del beneficio (habida cuenta de que carece de antecedentes penales y ha asumido el compromiso del pago de 2.900 euros de indemnización), el juzgado otorga la suspensión, condicionada al cumplimiento de no delinquir en dos años y seis meses y satisfacer la citada compensación económica. El Negro sale por fin a la calle.
Regresa a Arganda del Rey, localidad donde había trabajado en una carnicería halal y regentado un locutorio, y se acomoda junto a otros compatriotas en un viejo piso de la avenida del Ejército. Allí malvive y asegura a los suyos que las hermanas de Morata le han arruinado. Ese es, según la versión aportada a los agentes, el detonante del triple asesinato.
El domingo, sabiéndose acorralado, acude por la tarde al cuartel de Arganda del Rey. «Buenas, soy el asesino de los hermanos de Morata», confiesa casi de inmediato. De ahí lo trasladan al acuartelamiento de Rivas Vaciamadrid, donde argumenta que lo ha perdido todo, la casa y el locutorio; y mantiene la teoría de los 50.000 euros, una cantidad que la Guardia Civil ya trabaja en comprobar.
«No tengo ni para comer», llega a señalar, antes de ser conducido en la tarde de ayer a su última residencia para efectuar el registro. Falta por hallarse el arma homicida, un objeto contundente que encajaría con un martillo o similar. Misma pieza, distinto final. Lo que sí se encontró en la casa de Morata fue una pistola simulada que no se usó para perpetrar el crimen. El miedo a su antiguo inquilino pudo hacer que los Gutiérrez Ayuso se hicieran con ella para sentirse protegidos. Un espejismo, en definitiva, a tenor del abrupto final.
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