La dura mañana del alcalde Arespacochaga, de bronca en bronca entre 23.000 familias del Pozo
Historias capitales
Decenas de miles de vecinos le salieron al paso con sus pancartas y reivindicaciones
El Pozo del Tío Raimundo, ante el aumento de contagios: «¡Que la lluvia mate al puto bicho!»
El ministro Robles Piquer (izq.) y el alcalde Juan e Arespacochaga, en el Pozo del Tío Raimundo en junio de 1976
Hay días en que ser político es duro. Son los menos, también es verdad, pero cuando un alto cargo deja la seguridad del despacho y se enfrenta en la calle a los ciudadanos enfadados, puede llegar a pasarlo muy mal. Es lo que ocurrió, ... en el verano de 1976, al alcalde madrileño Juan de Arespacochaga, que le echó valor y bajó nada menos que al Pozo del Tío Raimundo para escuchar de viva voz a sus vecinos las quejas que tenían de la gestión municipal. El acto le valió la portada del ABC, que puso un título propio de un western, 'Siete horas en Vallecas'.
El barrio andaba encendido por la acumulación de problemas a los que no se les veía solución pese al paso del tiempo. Ese 26 de junio, el alcalde, acompañado por el ministro de Educación, Carlos Robles Piquer, se presentó en el Pozo a las 8 de la mañana. Allí les recibieron -según las crónicas, «con tensión, quejas, reivindicaciones, intransigencia y desconfianza»- numerosísimos vecinos, que rodearon su coche y les cercaron entre gritos y pancartas: «Ambulatorio», «hay ratas como conejos», y referencias a la «carestía de la vida» y a los alcaldes «no elegidos».
Juan de Arespacochaga aguantó a pie de calle hasta las once de la mañana, y luego siguió ya sin Robles Piquer, hasta las tres de la tarde, visitando infraviviendas en los barrios y reuniéndose con vecinos.
Había, dicen las crónicas, 23.000 vecinos esperando al regidor con las uñas afiladas. Le pedían sobre todo colegios, y viviendas dignas, y evitar la expropiación con que les amenazaban. Visitó el alcalde dos colegios, uno de ellos en tan lamentable estado que sólo merecía el derribo. Y un futuro parque, el del camino de las Hormigoneras.
Tras una parada técnica para desayunar, poco antes de las once, siguieron la visita: y la bronca seguía mientras iban amontonando peticiones: acometidas de agua, pavimentación de las calles, alcantarillado, un ambulatorio, colegios, parques infantiles…
Cada parada era un nuevo filón de peticiones: el Barrio de la Alegría, que estaba para pocas ídem; la Colonia Villota, donde pedían guarderías porque «el 90 por ciento de las mamás trabajan y no saben qué hacer con los niños»; las chabolas del Tejar de Luis Gómez, donde vivían «en malísimas condiciones unas cien familias, en cuevas y chabolas».
El alcalde vio con sus propios ojos lo que los vecinos le explicaban con todo lujo de detalles: que los camiones de basura no pasaban a recogerla, y se amontonaba delante de las viviendas; que los niños sufrían de asma y enfermedades de bronquios por las humedades; que grupos completos vivían hacinados en cuartuchos. Arespacochaga entró en las chabolas, mandaba a su equipo tomar nombres y apuntar urgencias; «estamos aquí porque queremos arreglar esto», decía.
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Tras esta visita tan ampliamente publicitada, hubo otra: el 19 de agosto de ese mismo año, dos meses después, acompañado también de la prensa para que quedara constancia de los trabajos que se estaban acometiendo en las zonas del extrarradio urbano. Había entonces un Plan de Barriadas, y de él se arañaron los fondos para realizar esta intervención, en áreas como La Celsa, una de las que visitó ese día el regidor. Por cierto que muchas de estas visitas a los barrios más desfavorecidos las hizo el alcalde acompañado por quien entonces era su concejal de Saneamiento y Medio Ambiente, Florentino Pérez. El mismo que hoy preside el Real Madrid.
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