El dirigible 'España', que sobrevoló la estatua de la diosa Cibeles
HISTORIAS CAPITALES
Tras varias pruebas y algunas averías, llegó desmontado a la capital y se probó con éxito
El aviador que ganó la carrera París-Madrid y llegó a Getafe como único superviviente
El dirigible 'España', sobre la Castellana, en 1910, en una imagen que fue portada de ABC
Hubo un tiempo en que los dirigibles y zepelines surcaban los cielos de medio mundo. Y Madrid no se iba a quedar atrás, claro está. Por eso tuvo varios de estos dispositivos sobrevolando el centro de la ciudad. La primera vez que se escuchó ... fue en 1910; concretamente, el 6 de mayo. Ese día fue portada en el ABC el dirigible 'España', un aeróstato militar que salió de un hangar del Servicio de Aerostación Militar, situado en Guadalajara, tripulado por el ingeniero Kapferer, los pilotos coronel Pedro Vives y el capitán Alfredo Kindelán, junto a los mecánicos franceses Rausell y Antoine y el cabo mecánico La Tapia.
El 'España' había sido fabricado por la casa Astra, tenía 66 metros de longitud, 12,66 de diámetro y 4.200 metros cúbicos de capacidad de gas. Antes de llegar a España, el dirigible fue probado en varias ocasiones en su lugar de fabricación, en Francia. Y sufrió algunos accidentes, que obligaron a su fabricante a repararlo antes de llegar a España. Hasta Guadalajara, de hecho, llegó desmontado en ferrocarril.
Para ese primer vuelo de prueba, realizado el 5 de mayo de 1910, el 'España' llevaba una bandera patria pintada en el timón de dirección, y dos más, una española y otra francesa, ondeando en la cola. Se elevó hacia las doce del mediodía, y ascendió a unos 100 metros de altitud, dirigiéndose hacia Madrid, en uno recorrido de unos 57 kilómetros de ida, que el 'España' efectuó en tres cuartos de hora, a unos 77 kilómetros de velocidad.
Entró en Madrid por la calle de Alcalá, llegó hasta la plaza de Cibeles, pasó junto al Ministerio de la Guerra, en cuyos balcones estaba el ministro teniente general Aznar; descendió sobre el paseo del Prado y llegó hasta la Puerta del Sol, donde lo contemplaron varios miembros de la Familia Real, entre ellos el rey Alfonso XIII.
En los días siguientes, se realizaron otras pruebas en vuelo, en las que el dirigible sobrevoló el barrio de Salamanca o el monumento a Colón.
El dirigible 'España' pasando por la Castellana en 1913, en plenos carnavales, ante el asombro popular
La llegada del dirigible a Madrid encandiló a los madrileños, que siguieron sus evoluciones sin perder detalle. Los periodistas también siguieron el acontecimiento con delectación, y aportaban en sus crónicas todo tipo de detalles: «El día fue espléndido». «Tiene el aerostato militar la forma de un cigarro, es de considerable extensión y de tipo Zeppelin, color avellana». «Sobre la barquilla se percibía claramente la bandera española, allí izada, y el movimiento de la gigantesca hélice, que evolucionaba admirablemente».
Se explicaba que el aparato era capaz de transportar hasta ocho personas, y su motor era de 140 caballos. Y no se ocultaba el escepticismo con que el público recibía el acontecimiento: «En materia de globos, Madrid no había visto surcar el espacio más que los militares y los del recreo de la Castellana, y en cuanto a aviación, las pruebas no habían sido de las que dejan arraigada convicción», señalaban. Por eso, la llegada del dirigible España fue una sorpresa agradable: «Evolucionó con perfecta precisión, se elevó, descendió, hizo, en fin, cuanto les vino en gana a sus pilotos, y Madrid entero, que contempló tan sorprendente cuadro, se sintió conmovido y convencido». Por eso, señalaba la prensa, «desde ayer, Madrid cree en los dirigibles».
El dirigible, realizando evoluciones en el Camino de Carabanchel, a comienzos de siglo
Unos años después, en febrero de 1913, el dirigible España volvía a pasearse sobre la Castellana, en medio de los carnavales, y ABC daba buena cuenta de ello. «Llegó a la Cibeles, siguió por Recoletos y la Castellana, y en la estatua de Castelar viró a la derecha y tomó rumbo hacia Palacio. La multitud acogió este inesperado espectáculo con aclamaciones».
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Sobre los usos que podían tener a futuro estos dirigibles, también se vertieron ríos de tinta. No veían claro los cronistas que pudieran tener usos comerciales, porque resultaría carísimo. Tampoco, por las mismas razones, sería fácil que se extendieran para uso deportivo: los gastos de compra, taller, hangar, etcétera, no bajarían de las 300.000 pesetas, calculaban. Así que las principales aplicaciones se quedarían en la ciencia y en la guerra, como «explorador insustituible y como torpedero que puede bombardear una posición con poco riesgo, pues sin artillería especial, el dirigible es prácticamente invulnerable a 1.000 metros del terreno».