Elogio del Café Central
Cuando cierre sus puertas, no será el jazz quien se quede huérfano, aunque también. Será Madrid, en general
Paraíso de atasco
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Iniciar sesiónHan dado una tregua al cierre del Café Central, con lo que nos han dado fiesta a todos por unos meses. El cierre del Café Central no es solo el fin de un local sino el adiós a una forma de estar juntos. El ... Café Central, en la Plaza del Ángel, compone y prestigia una estirpe de locales que no son un sitio de copeo, más o menos culto, sino una forma de vivir Madrid. Madrid podrá seguir llena de bares, terrazas y locales con música en directo, alcalde, pero ninguno volverá a ocupar el lugar que durante más de cuarenta años ha tenido un discreto escenario mítico, donde la noche se hacía un infinito y la cultura una comunidad alegre.
Porque el Central no es un café ni un club de jazz, usted lo sabe, alcalde. Es una forma de respiración compartida. Cada noche se repetía allí el milagro de lo sencillo: un músico virtuoso, una luz oblicua, un público atento, y ese rumor de vasos y conversaciones que no molestaban, sino que acompañaban, como si el jazz se tejiera con la misma materia que el aire. En temporadas de pantallas, ruido y prisa, el Central ha venido sosteniendo la delicada utopía del encuentro real: hacíamos amigos entre gente a la que sólo conocíamos de la canción anterior.
Ha sido, además, sin pretenderlo, un acto de resistencia cívica frente a la desmemoria. En su penumbra prosperaba una ética de la atención, una lección de respeto. La escucha, ahí, no era un empleo de la pasividad sino una forma de presencia. En medio del cuplé inmobiliario y turístico, el Central ha sido una rareza, sobreviviendo por amor al arte, nunca por cábala de rentabilidad. Su cierre es también el síntoma de una pérdida más profunda: la sustitución de la experiencia por el evento, de la cultura vivida por la cultura consumida.
Cuando el Central cierre sus puertas, no será el jazz quien se quede huérfano, aunque también. Será Madrid, en general. Porque ese escenario recoleto representaba lo mejor de su espíritu: la atadura de ironía y melancolía, la convivencia de coraje y ternura, que define al madrileño cuando se atreve a serlo. Que debiera ser siempre. Ojalá nunca se cierre el Café Central. De momento, aún nos espera. Hasta más allá de las navidades.
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