CARTAS AL ALCALDE
Paraíso de atasco
Madrid vive más de la aventura que del desorden
Recoletos para lectores
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Iniciar sesiónIgual estamos de acuerdo, alcalde. No hay madrileño sin atasco, que no sé yo si es decir también que no hay atascazo sin madrileño. A eso lo llaman movilidad, venialmente, pero estamos ante nuestra gimnasia diaria, ante el himno del claxon, ante el ritual de ... la histeria que no cesa, o casi. Le están dando a usted mucho el tostón con los atascos recientes, por las obras en curso, pero aquí el atasco es paisaje, si nos ponemos serios, casi patrimonio.
El visitante del Prado se lleva de recuerdo no sólo Las Meninas en la memoria, sino también veinte minutos en doble fila por el Paseo del Prado. El turista que sueña con la Puerta del Sol acaba soñando también con la glorieta de Atocha, huésped de un taxi que prospera al compás de una procesión de Semana Santa. El que va a Joy Eslava acaba antes el carné de baile que ya no existe que el trayecto en coche, que existe casi infinitamente. Aquel que quiere ir al Rastro de domingo sabe que antes tiene que comprar paciencia, si la vendieran. Porque en Madrid todo es un atasco, alcalde. No sólo el tráfico. También las colas del cine, los turnos en el ambulatorio, la burocracia que crispa a cualquiera en una ventanilla de cristal blindado.
Hay atasco en los bares cuando uno pide cañas, hay atasco en los conciertos cuando la fila del baño se convierte en una épica mayor que la propia música. Hay atasco de turistas en Gran Vía, que es un cruce de jungla y Tokio. Y hay atasco en los grupos de WhatsApp, donde se debate durante horas para no decidir nunca dónde se cena, igual porque en las tabernas también hay atasco.
Pero hay atascos y hay atascos. El de las nueve de la mañana, ese que huele a café tibio y prisa cruda, es un suplicio. Pero el de las tres de la madrugada, camino de una discoteca o de vuelta de ella, es lírica pura. Un semáforo, a esa hora de deshora, es una bendición de besos o risas. De día, el atasco es un castigo. De noche, es una aventura. Y Madrid, alcalde, vive más de la aventura que del orden. Benditos sean los atascos que nos hacen maldecir por la mañana y enamorarnos de la ciudad por la noche. Madrid nunca se detiene del todo, pero siempre parece detenida en algo. Quizá en un mismo semáforo que sirve para un beso o para un cabreo. Según la hora.
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