Recorrido humano y geográfico de dos años de pandemia en Madrid

En el segundo aniversario del estado de alarma, ABC recorre la ciudad que más sufrió el virus

Vecinos y trabajadores recuerdan la llegada de la pandemia hace 2 años. G. NAVARRO

La secuencia es la sabida: el anuncio de que se iba a anunciar (sic) el estado de alarma , el anuncio en sí el 14 de marzo de aquel 2020, y la extrañeza y el silencio del domingo posterior. Y el miedo. ABC recorre ... los lugares simbólicos de los peores momentos de la pandemia, el hospital Gregorio Marañón y el Palacio de Hielo, y traza hoy un crisol del aniversario del confinamiento que nos cambió la vida y a muchos les confirmó en la necesidad de tener terraza en casa.

El mediático Kiko Matamoros sabía que, a pesar de la tristeza y el temor que casi se podían tocar, «hacía falta circo», y por eso iba a la televisión . «Primero con mala conciencia por no saber si entre tanta incertidumbre estaba haciendo lo correcto», aunque luego se percató, «con el agradecimiento de la gente», de que fue «el trabajo más útil» que hizo «en su vida». La televisión fue, junto a los balcones e internet, el asomarse a la vida –y a la muerte– del madrileño.

El colectivo sanitario, entre la incertidumbre y la valentía, también fue protagonista. El doctor Martínez Manjarrés , psiquiatra, recuerda ver al presidente decretar el estado de alarma desde un hospital manchego, donde se desplazaba desde Madrid diariamente . También «aguantar la presión», unas «dos semanas recluido en un hotel», «alguna lágrima» y dos certezas: «Que los jóvenes se han quedado sin espacio de libertad» y que tanto «jóvenes como adultos se han topado con el fin de la sensación de inmortalidad, con que la experiencia de la muerte no es tan lejana y que eso puede cambiar los hábitos de vida».

El miedo

Obviamente, el confinamiento también tuvo una vertiente jurídica, y el abogado Beltrán Gambier decidió vivir –o sobrevivir– el confinamiento «con resignación y estoicismo», aunque analizando todo desde la perspectiva del Derecho. De momento, aunque la mascarilla deje pronto de ser obligatoria en interiores, la seguirá usando por seguridad. Juan Carlos Girauta , sin embargo, en su también condición de jurista reconoce que la declaración del estado de alarma no le «sorprendió en absoluto», si bien el columnista de esta casa vio que «una medida de salud pública se estaba aprovechando como una medida política» y subraya las apariciones de Sánchez en televisión , los sábados, «aprovechando el miedo de los ciudadanos».

Gregorio Marañón

Y la ciudad... En la puerta del Gregorio Marañón, los bares se convirtieron en tiendas surtidoras de café. A pocos metros, dos trabajadores en bata se lamentan de no poder contar nada a la prensa, pero que «ay, si hablaran» y dejan la incertidumbre en el aire. Cerca, en el bulevar, Manuel deambula y lleva la prensa en la mano, sin mascarilla a la vista, y cuenta que «todo aquello fue una sorpresa, algo que no habíamos vivido nunca». Reitera aquel primer «silencio absoluto» y lo «tremendo que fue todo luego». Manuel mira la mole del Gregorio Marañón y cree que la relativa 'gripalización' «de la variante Ómicron ha sido positiva, pese a todo». Prudente, esperará a los acontecimientos para ver si en interiores lleva la mascarilla. La esperanza.

Por las cercanías del hospital, Alfredo pasea con su mujer con un ramo de flores. Alfredo es de un estoicismo palpable, su esposa huye del cronista y él, que ayudó en lo que pudo en rescate del cuerpo de un niño sepultado por un árbol en El Retiro , se acuerda de aquellos días: de las carpas, de «los camiones en fila india» y de que cogía su bolsa, iba hasta la verja de El Retiro» por eso de no perder la calle y estirar las piernas.

Palacio de Hielo

Con su F FP2 inmaculada , proclama que su «teoría es que los hombres nacen libres», que le costó un mundo conseguir una mascarilla y que para sobrellevar el encierro daba cuarenta vueltas a su terraza, una costumbre que no ha perdido. Pero vuelve a su discurso, que es lo importante: a él «ningún político le dice lo que debe hacer», que se seguirá poniendo en interiores el bozal y que a su mujer, justo después de la dosis de refuerzo –«la tercera»– le han sobrevenido unos dolores, una fibromialgia repentina.

Otro lugar tristemente emblemático de esta pandemia –que aún no se ha erradicado– es el Palacio de Hielo, convertido en morgue en aquellos días. Enfrente, abierto «algunos días», regenta su quiosco Agustín, que sabía que «estaban cayendo como chinches», y su memoria se le va no sólo al vacío de los primeros días, a «la nada»; sino también a cuando los cadáveres entraron en el hielo y el pánico de la «gente a entrar en el supermercado» anexo al Palacio por eso de que el virus se colara por los «conductos de ventilación». No quiere foto y se esconde tras un cubrebocas .

Cerca, en un banco, dando la espalda al edificio , Rodolfo relata que él era camarero para los sanitarios en Ifema cuando el recinto se convirtió en hospital de campaña . «Madrid va a necesitar mucho psiquiatra y mucha psicología», advierte. Desde su bloque veía cómo al quiosco de Agustín, lo único abierto en la zona, «iban a llorarle los familiares que no pudieron velar a sus muertos». La muerte, a pesar del tráfago del barrio y del tiempo, aún no se ha ido del todo del Palacio de Hielo y alrededores.

Ana Luisa espera a una amiga en la puerta y nos habla de unas vibraciones, «unas malas energías» que sentía en su casa, «a medio camino, justo, entre el hospital de Ifema y la morgue». Ella necesitaba salir a su jardín, con sus flores , y ha condenado desde el minuto uno la manipulación y «las discusiones absurdas». Evita hablar de la inminente relajación de la mascarilla en interiores mientras al cronista le salta la alarma de una nueva mutación del virus.

Madrid, a la que llamaron «bomba vírica», cumple por mitad de marzo otro trágico aniversario. Aunque los quioscos abran y la vida se abra paso. En la medida de lo posible.

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