Pastores milenial para combatir la despoblación en la Sierra Norte de Madrid
Cerca de 25 alumnos se forman al año en Guadarrama, en la única escuela de la región, para salvar el oficio milenario
El perfil de los estudiantes es el de jóvenes, con formación superior, que buscan una forma de vida sostenible. Incluso un chico migrante dejó el 'top manta' para encargarse de un rebaño
Un corral cerca a las setenta ovejas que aguardan, bajo la luz matutina, a sus pastores. Son las ocho de la mañana y los tres aprendices, ya desayunados, arrancan su jornada envueltos en la polvareda que levantan las pezuñas y filtra los pálidos rayos ... de sol. Su maestra, Alexia Lozano, es la primera en entrar al ruedo. «¡Maaa, maaa!», grita, y las ovejas responden con el mismo balido y se revuelven casi como potros salvajes para evitar ser atrapadas. Alexia agarra una por las patas traseras y recibe una buena coz. «Esta está fatal del ojo», dice a sus alumnos, una estudiante, un empleado en un laboratorio y un técnico de iluminación. Los tres se forman para ser pastores del siglo XXI.
Noticias relacionadas
Jesús Huertas tiene 36 años, vive en Moratalaz y trabaja desde hace casi ocho años en control de calidad del laboratorio de una farmacéutica española, donde las tareas rutinarias han terminado por aburrirle. «Llevo mucho tiempo buscando un cambio de vida, no ya profesional, si no de vida, en general», asegura, entre las ovejas alcarreñas de la finca El Gurugú, en Guadarrama. La escuela de pastores Campo Adentro , que desde hace tres años enseña esta profesión milenaria en la sierra madrileña, ha sido su alojamiento durante quince días y ahora sueña con crear su propio rebaño para elaborar queso.
Alexia posa con el rebaño
Tras un mes de formación teórica, en el que absorben conocimientos de veterinaria, manejo de animales y explotaciones ganaderas, los alumnos de la única escuela de pastores de la región se mudan al campo para aprender, no un trabajo, sino «una filosofía de vida», en palabras de Alexia, su tutora. El objetivo de este curso de iniciación es mostrar que el pastoreo puede ser un negocio sostenible y rentable y transmitir un legado que ha perdido a los antepasados que enseñaban a las nuevas generaciones.
El ‘careo’ dos veces al día –en la jerga, sacar a los animales a pastar–, es la parte práctica. José Espigares, madrileño de 44 años de Tetuán, se cala un sombrero de paja, carga una mochila y agarra un palo. En la ciudad se dedica a la iluminación de artes escénicas, sobre todo, danza y teatro. Este año le dijo a su madre que iba a ser pastor. «Se partía a carcajadas, lo tengo grabado», dice, entre risas. Aunque aún no ha decidido cuándo dará el salto profesional, ya sabe curar, ordeñar, alimentar y achuchar a las ovejas por la vía pecuaria. «Siempre me ha gustado este mundo, es una forma de acercarme a él», reconoce. Mientras los animales se abalanzan sobre los frutos de las zarzas, José se sienta en una roca a descansar y saca el móvil. El pastor del segundo milenio busca estar tranquilo, no incomunicado.
Del ‘top manta’ al rebaño
Aunque pueda parecer una ocupación de otro tiempo, el pastoreo sigue vigente. «No está en decadencia, es solo un salto generacional», afirma Alexia. Sus abuelos cuidaron de rebaños, mientras que su padre se marchó a la ciudad a buscar fortuna. Ella dejó Oviedo para estudiar Pedagogía y un máster en Neuropsicología , hasta que llegó el día. «Papá, voy a ser pastora», anunció. «¡Ay, hija, qué alegría me das!», respondió él. A sus 36 años, madre de dos hijos, de 5 y 2, todavía compagina sus terapias psicopedagógicas como autónoma con el rebaño de la escuela de Guadarrama, pero se ha prometido tener 170 cabras y vivir de ellas.
Jesús cura el ojo de una oveja
La escuela de Campo Adentro nació en 2004 en Picos de Europa. Entonces instruyó a cinco alumnos y en esta edición ha recibido un centenar de solicitudes. «No surge como una mirada bucólica al pasado, es una estrategia de producción », explica por teléfono su director y promotor, Fernando García, que ha detectado un «auge» en los últimos años. «El pastoreo tiene un grandísimo valor ambiental, social y cultural», señala.
¿El perfil de estos pastores del siglo XXI? «Tienen entre 25 y 35 años, la mitad tiene formación universitaria, la mitad son mujeres... también hay gente de hostelería que con 50 años quiere cambiar de vida», describe García. El oficio no está en vías de extinción, al contrario, cada semana es necesario un pastor en alguna explotación ganadera . Campo Adentro dispone de una bolsa de trabajo y becas para migrantes para ayudarles a construir una nueva vida. Mohamed, un joven marroquí de la escuela, ha dejado la calle y el ‘top manta’ para recuperar el trato con animales que, con apenas 10 años, dominaba en su país natal.
José descansa durante el ‘careo’
El éxodo al mundo rural –una opción más atractiva tras el estallido de la pandemia y la implantación del teletrabajo– y el afán por alcanzar un futuro sostenible hacen de la ganadería extensiva una alternativa viable para los jóvenes . «En lugar de macrogranjas y hormonas, reivindicamos rebaños pequeños que vendan productos de calidad a no más de 50 kilómetros a la redonda, lo que se llama de ‘kilómetro 0’», cuenta Alexia. Aunque subsistir con un rebaño no es sencillo.
«Ha habido muchos fallos porque los ganaderos no saben calcular un umbral de rentabilidad», asevera Alexia. Por eso, en la escuela de pastores inciden en la estrategia empresarial para obtener una producción de calidad. «La idea es ir programando las parideras y tener dos al año», puntualiza. Los tres machos de la finca El Gurugú permanecen separados de las hembras hasta las épocas de cría. A finales de agosto realizarán una ecografía a los ejemplares para atender mejor a las embarazadas y obtener buena leche durante seis o siete meses. El litro se vende a 1 euro y de un rebaño de 70 cabezas se pueden ganar hasta 50 euros al día. También obtienen queso, carne y lana.
Auge en los últimos años
Carolina García, la benjamina de la clase, de 21 años, encabeza el rebaño con su bastón por la vía pecuaria que discurre junto a una urbanización de Guadarrama. Se mudó de la localidad castellanomanchega de Valdepeñas a la capital para aprender Estudios Internacional y Economía en la universidad Carlos III , pero el año pasado cambió el rumbo. «No terminaba de ser mi sitio y, tras pensar mucho, encontré una plataforma de voluntariado con granjeros y proyectos familiares de agricultura y ganadería ecológica. Me di cuenta de que quería aprender, en una ciudad puedes leer muchos libros pero se queda corto», resume.
Carolina atrapa a las ovejas, las tumba, comprueba sus pezuñas y sus ojos y marca con tiza roja a las enfermas. Ahora se forma a distancia en Ciencias Ambientales . «La verdad, ser pastora es algo que me gustaría , soy muy joven y no descarto ningún camino», razona. Muchos se quedan boquiabiertos al escuchar los planes de estos pastores modernos, pero ellos prefieren una vida sencilla, un retorno a las raíces. «Se necesita gente que haga esto», zanja Jesús, quien valora abandonar el próximo mes el laboratorio. El sol está en lo alto y las ovejas se resguardan bajo la sombra de los árboles. Los pastores, mientras, disfrutan de cerveza sin alcohol y agua con limón. El trabajo es duro y la jornada no ha terminado.