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Comercios centenarios de Madrid

Las mejores botas artesanales para transportar y beber vino

La botería Julio Rodríguez es la única de toda la Comunidad de Madrid donde se fabrica este utensilio de manera artesanal, con piel de cabra y resina de pino. Es un oficio en extinción que ha tenido que resistir muchas adversidades provocadas por los cambios de la sociedad. Pero la bota de vino sigue siendo la forma más segura de trasportar esta bebida.

Julio Rodríguez es el único botero de la Comunidad de Madrid BELÉN RODRIGO

BELÉN RODRIGO

Las manos de Julio Rodríguez llevan 40 años confeccionando botas de vino. Unas manos grandes y fuertes, por las que han pasado miles de trozos de piel de cabra que con mucha paciencia y dedicación ha convertido en botas de vino. Aprendió el oficio sin darse cuenta junto a su abuelo, Anastasio Rodríguez, y al acabar la mili se puso a trabajar en la botería de la calle Águila número 12, abierta en 1909. “Mi abuelo entró como aprendiz con el anterior propietario cuando tenía menos de 10 años y en los años 40 adquirió los derechos de industria”, explica a ABC Julio Rodríguez. Él, de pequeño, entraba en la tienda, “pero no podía estar mucho tiempo porque había cosas peligrosas para los niños”. Vivió su infancia entre Madrid y Valladolid, la tierra de su padre, hasta que con 13 años se instaló definitivamente en la capital. Con los años, “empecé a hacer recados y aprendí mirando y echando una mano cuando hacía falta”. El negocio de su abuelo materno pasó directamente a él porque “en este tipo de oficios no se metían las mujeres, hace falta fuerza física para algunos pasos”, aclara.

“Este es un oficio milenario cuyos ingredientes no han cambiado: la piel de cabra y la pez (resina de pino) ”, recuerda Julio. “Casi todas la tribus nómadas tenían cabras y transportaban el agua de un sitio a otro en pellejos. Así nace este oficio”. Era el único utensilio flexible de la antigüedad que al poder evitar el aire permitía que no se oxidase la bebida, tal y como ocurre actualmente. Hace años las bodegas, tabernas y ultramarinos tenían sus flotas de pellejos “pero la vida ha cambiado, no el oficio, y ha dado paso al plástico y al vidrio”, reflexiona el botero. Ahora es raro hacer un pellejo y su negocio se centra en la fabricación artesanal de botas de vino con capacidad desde un cuarto de litro hasta los 10 litros, aunque las más solicitadas son las de litro y litro y medio.

Julio es de los pocos boteros que hay en España, “seremos unos siete u ocho”, y el único de la Comunidad de Madrid. Antiguos compañeros de profesión "han empezado a utilizar el látex". Está solo al frente del negocio porque no es rentable tener un aprendiz, “supone un gasto muy grande y luego se marchan”. Es un oficio en extinción que ha hecho frente a grandes dificultades. “Un tercio de los aficionados que van al campo de fútbol llevaban el vino en botas. Al prohibirse el alcohol en los estadios perdimos miles de clientes”, se lamenta Julio. Son “zancadillas” en un oficio “que está desapareciendo con tantas prohibiciones”. Después de 40 años haciendo lo mismo reconoce que “es rutina, y un medio de vida”, pero no oculta que este tipo de trabajos artesanales te permiten “disfrutar mucho”. No ha tenido como descendencia varones, sino mujeres, y ve difícil que continúen un oficio donde se necesita fuerza y "se estropean mucho las manos".

Proceso de elaboración

Tantos años de experiencia tienen como resultado botas de vino cuidadosamente fabricadas y mimadas. Julio explica de forma sencilla los pasos principales de la confección de este utensilio “que es para beber vino y como mucho se puede meter agua y alguna otra bebida, pero por poco tiempo”. La coca-cola, “prohibida” porque provoca que la pez se vuelva líquida. El botero tiene los patrones de las diferentes medidas de bota y lo primero que hace es tratar el pelo de la piel de cabra “para que pueda agarrar bien la resina”. Después lleva dos cosidos, “uno que es el hilvanado y otro el de cierre”. Hace falta mojar la piel para poder darle la vuelta ya que el pelo va por el interior de la bota, donde se coloca la pez. “Esta resina lleva a su vez un proceso ya que hay que calentarla para poder extenderla de forma uniforme por todo el pelo. Es lo que va a impermeabilizar la bota”, aclara Julio. “Y después hay que dejarla enfriar”, añade. Las botas llevan un brocal y un collarín para el cierre. Además añade un cordón para no perder el tapón a abrirlo y un segundo cordón para poder colgarla. Por último, “echamos vino y brandy para comprobar que no tienen fallos y para curar la piel”. Para estos pasos ha utilizado t ijeras, cuchillos y agujas de punto , entre otros.

Todo este proceso puede llevar una media de dos horas y media aunque hay pasos para los que hay que esperar, no se puede hacer todo seguido. Además, “soy yo quien atiendo a los clientes y me ocupo de todo lo de la tienda, por lo que no estoy exclusivamente haciendo botas”, recuerda el botero. Vende sus productos únicamente en tienda, “no me interesa el por mayor porque el que se lleva más dinero es siempre un intermediario”. Y además “ hay que saber vender la bota , explicar cosas importantes al cliente”. Lo más importante, la bota “tiene que estar tumbada ”. Y es que la resina que tiene se escurre y si está de pie va a perder propiedades. Otro punto importante es recordar a los clientes que “ lo mejor que se puede guardar en ella es vino ” y que si durante un tiempo no se va a usar lo mejor es “vaciarla y guardarla aplastada. Para retomar su uso, hay que ponerla al calor para evitar que la pez arranque el pelo del interior y después soplar para hincharla de nuevo. Conviene lavarlas con vino o con alcohol seco para desinfectar para que no queden bacterias. ¿Las ventajas de la bota? “Es flexible, no se rompe, es ecológica e higiénica porque se bebe a chorro y como se puede sacar el aire al vino, éste no se avinagra” .

Esta botería no necesita publicidad porque el boca a boca funciona muy bien. Las botas de vino se utilizan sobre todo en el campo, “ya sea agricultores, ganaderos, pescadores, cazadores y senderistas”. Duran una media de 12-15 años y hay que hacer caso de los consejos para su mantenimiento. “Muchas personas traen sus botas para repararlas”, reconoce el dueño. La bota de medio litro cuesta 22 euros y la de dos litros, por ejemplo, 28 euros. En esta botería acuden clientes de toda España y bastante extranjeros, sobre todo colombianos y argentinos, “donde aprecian mucho las botas”. A veces surgen clientes muy especiales, como hace unos años, cuando la f irma Loewe le pidió más de cien botas de vino que sacó en edición limitada.

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