Jesús Nieto Jurado - De Rodríguez
Teodulfo, el vecino
Todas las noches hay partida en su casa. Nunca se me ocurriría protestarle, que suya fue la idea de arreglar el ascensor
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Iniciar sesiónLa aurora mata. Entra la luz no se sabe por dónde, y va iluminando el despertador, el grabado de Doré bíblico , el armario de luna, y hay un momento en que el sol restalla contra la foto de bodas, donde los calzones han ... quedado colgados así, a media asta tapándome a mí con pelo en la foto de cuando nos casaron en Los Jerónimos. La casa está como está: no me afeito porque la empresa es ‘friendly barber’, y por no estar, no está ni el conserje/seguridad que parece salido de alguna de Jack Nicholson porque él es Jack Nicholson.
Antes de que la luz del alba ya me desvele huele a café de recuelo, antes han pasado los camiones de basura chiflándose de uno a otro, como los gomeros del silbo. Y antes se han oído crujir de dientes, procacidades y cosas así en el piso de arriba, donde el gaditano de la partida de cartas. Teodulfo Clan Gazul , que así reza en su buzón, es de los pocos afortunados al sur de Despeñaperros a los que les tocó la lotería tres veces por esas virtudes que tienen todos los regímenes largos.
Todas las noches hay partida en casa de Teodulfo, y alguna vez este verano he subido a la previa (a la previa de la partida, se entiende) por eso de la buena vecindad y porque Teodulfo, digo, tiene aquí en mitad del páramo lo que se llama un ‘pied-á-terre’ capitalino: igualito que Ruano en París. Nunca se me ocurriría ir a protestarle las voces, que el juego es el juego y suya fue la idea de arreglar el ascensor. Teodulfo, que ya no va tanto por Sevilla, tiene propiedades en Sancti Petri, y los niños alguna vez han coincidido. En el piso de Teodulfo hay un espejo y un biombo a la entrada, y su planta huele como a dulzón y a pecado. Por eso no subo tanto.
Me cae bien Teodulfo, esa simpatía que dan los caraduras hechos a sí mismos. Teodulfo tiene poco o ningún cuello, pero es un hombre feliz que, como venimos contando, aparece cada cuando y embellece la portería. La rampa la pagó él, las derramas las paga él, y mi esposa le retira la poca correspondencia que le llega que no son más que bicocas del eBay y las facturas del gas, que mi santa Beatriz le deja en su oficina por la parte de Calvo Asensio. El piso de Teodulfo es un Guadiana en el bloque, porque Teodulfo aparece y desaparece y cuando me lo encuentro sale con cara de ajetreo hacia el AVE en Atocha o hacia Dios sabe dónde. Como diría Reverte, no era el hombre más honesto ni el más piadoso, pero era/es mi vecino, «socialista de Felipe que es de Ayuso», y con eso me vale.
El pobre me ha dado las llaves de lo suyo en Cádiz por cuidarle el pisito cuando no está, aunque yo sé que de momento no veré el sur de lentos paisajes suspendidos en el aire, que escribió Cernuda.
Ahora que son largos los días y que el maragato de abajo ha cerrado, me gusta ser un James Stewart (no es de los míos, excepto en ‘La ventana indiscreta’) de patio de vecinos. Más ahora que el pajarito, Kun, ha fenecido porque lo saqué a revolotear por la cocina y el ser sintiente se metió en el microondas y allí se quedó, tieso y a’last. Mis niños querían al pájaro, pero leí en este periódico que en la Casa de Campo hay milanas bonitas que vienen de El Pardo, y con eso se van a conformar. Funful, el perro, vive, ha engordado y cena ‘kebab’. ‘I wannabee Teodulfo’.
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