13 Rue del Rdgz.

Está abajo Celso, el conserje gallego, que siempre lleva un trajín de cubos y recados que se vuelve loco el pobre, con lo formal que es y lo bien que le queda la corbata. Celso quiere irse ya a Redondela, y ahí que tiene, en la esquina de la portería, un póster enmarcado de su pueblo de cuando Fraga y los Paradores. Celso es el ordeno y mando de una vecindad, la del rodríguez, que es igual a cualquier otra. Como todas las gentes de esta ciudad, que van del corazón a sus asuntos. Recordemos una vez más que la rampa, el telefonillo y el mármol los pagó Teodulfo, el vecino de arriba, que tiene su piso como una suerte de amistoso casino donde ya se dijo que huele a dulzón, a pecado, que hay un biombo asiático que revela cuanto esconde.

Abajo del rodríguez vive Eloísa, viuda de marino o de sí misma, que paga renta antigua y que cojea cuando quiere: de una pierna o de la otra, y hay quien comenta/chafardea que ese vaivén tiene más cuento que Calleja, pero ella lo achaca a las humedades padecidas por su difunto, que quizá doblara el Cabo de las Tormentas con el pabellón patrio bien alto. Dicen que Leopoldo Soto, el del semisótano, la visita en las largas tardes de verano y que ambos lloran viendo las películas de Conchita Velasco y Manolo Escobar que dan en la televisión de Cerezo. A Leopoldo le quitaron la pensión, pero anda en sorda competencia con Celso en ganarse un sobresueldo subiendo y bajando por el ascensor. Es la economía sumergida del bloque, de un bloque de VPO donde hay un ático desde que el Sr Luis, de Albacete (Riópar), aprovecha para ver los vencejos, los milanos y hasta esas gaviotas que han remontado el Tajo desde Lisboa para hacerse más madrileñas que el Pichi.

El Sr Luis o el Tito Luis fue algo del ministerio de Exteriores, anda preocupado por las eólicas y tiene amigas nórdicas y exquisitas, como todo buen servidor del Estado que se precie. El Sr Luis luce un bigote a lo Bismarck que no se afeita desde que hizo la mili en Ronda, y a veces, en las noches suaves, invita al rodríguez a un cava con queso en su ático.

El rodríguez no es ni buen ni mal vecino , saluda en el ascensor de Teodulfo y se mira los pies cuando tampoco tiene ganas de arreglar el mundo. Porque el rodríguez, ahora que está solo, tiene como una querencia por ir viendo la tragedia sorda de sus vecinos, que fueron tan solidarios cuando el secuestro civil del confinamiento y que ahora, a 4 del 8 de 2021, son como son. Al rodríguez, que sabe algo de cuentas y del programa PADRE y de cosas tributarias, Leopoldo lo marea desde que le bloquearon la pensión y el pobre le sacó a Leopoldo una devuelta que da para cena en el Ritz. Pero Leopoldo enseña los dientes que no tiene –y no se quiere arreglar–, y va y viene con ese falso servilismo para subir y bajar bolsas y ‘chapucear’ escayolas cuando hay fugas de agua. En el pasillo del semisótano de Leopoldo hay cemento en fermentación, o así lo recuerda el rodríguez cuando le pidió que subiera a arreglarle la bañera y unas humedades en el baño que parecían las mismísimas caras de Bélmez.

Madrid, piensa el rodríguez, son también sus vecinos horizontales.