Fiesta en diferido tras la EvAU de la normalidad
Frente a la facultad de Medicina de la UCM, cientos de estudiantes, al anochecer, anticiparon el solsticio y gritaron incluso contra Mbappé
Jesús Nieto Jurado
Toda celebración es un recorrido , y así, poco antes de que dieran las diez, lo entendieron los estudiantes que habían salido de la última prueba de la EvAU. Juan Diego se fue a descansar a casa, y ya habían avisado los estudiantes de ... que la primera celebración tras la Selectividad sin pandemia iba a ser como antes, ‘ma non troppo’. Antes, horas antes, cuando el sol quemaba las meninges, se vieron cosas raras. Como motoristas uniformados transportando botellas y demás. Los últimos serán los primeros, pero Estefanía, a las seis y poco, ya se había asentado en la parada del autobús sin dejar hablar a sus amigas. Quizá porque sus socias tuvieran poco que decir. Que para hablar sólo ella, que Estefanía «no hablaba», y así se quedó en la marquesina. Con la cara de poema del autobusero advinándose tras las mascarilla y los tragos a escondidas en una bolsa negra .
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La Policía Municipal, la misma que se esperaba resignada el botellón tardío, montaba guardia saliendo de la boca de Metro , junto a Medicina, donde «pastorearon» a los que querían fiesta. Pero es que antes de que a Mbappé le pitaran los oídos a la otra orilla de la Facultad de Medicina, cruzando el Rubicón de la Complutense, habían terminado la Selectividad Cristóbal y Jaime. Uno iba por Arquitectura y otro por Filosofía. Lo decían con más euforia que alcohol, y es que se habían agenciado una botella de no se sabe dónde .
La tranquilidad vencida
La Policía Municipal, con ternura y en la difusión que permiten las nuevas tecnologías, pedía a los estudiantes «una vez más tranquilidad» , incidiendo en que ellos mismos eran conscientes de que se trataba de un día especial. El fin de la Selectividad, el principio de una nueva vida y ese tiempo casi de solsticio en el que todo puede ser posible. Ya había avisado E.V.C, vigilante tradicional del Metro académico, de que en cuanto «se abriera la mano» iba a «haber fiesta». Y fiesta hubo mientras el sol se ponía por las alturas de Abantos, por el Oeste.
Fue bajar un mínimo las temperaturas y que junto al monumento medio oxidado a la Brigadas Internacionales saliera un altavoz retumbando ritmos latinos . Y claro que la Policía Municipal movilizó a sus caballos y a sus drones, pero las niñas que quieren ser graduadas, y los niños que quieren ser sus consortes, acariciaban con pesadez al caballo con el «laissez faire» del agente. Porque servir es también comprender la primera melopea vital.
Hubo muchos, muchísimos, que se dispersaron a los pisos . Sergio había «empalmado una siesta de tranquileo» y ya, despejado de las tortas de Química y de los memoriones, volvió al lugar de autos. La avenida central de la Complutense estaba bien custodiada, y al buen observador no se le pudo escapar que las bolsas negras de los chinos de Moncloa luego fueron botellas al aire libre. Y el novio que llegaba como despistado a besar a la examinada.
Sonaba reguetón
Sonaba reguetón, y del pasto cercano a la Facultad de Periodismo llegaba un aroma Ámsterdam que no se disolvió en toda la tarde de autos. Se fue el sol y no se fue la peste a hierba, que permanecía impregnando como un mantra a los jóvenes. Hoy, Dios dirá.
Dios no se presentó en el botellón paulatinamente masivo de la UCI (así llaman ahora a la Ciudad Universitaria), sino que salvó a más de un joven de un coma etílico. Que Agus vomitara a gusto junto a su novia Marina, que resucitara de entre las mezclas, fue un signo divino. Y, de nuevo, el público universitario haciéndole pitar las orejas a Mbappé, convidado de piedra en este festejo báquico. Un no parar.
Unamuno no los convenció en su tiempo, y las hormonas y tanto «tiempo de mascarillas» tampoco convencieron a Diego y a compañía de que había que estar en la Complutense el día de autos. Quizá él sólo se examinó de su grupeta, pero qué más daba, si la juventud lo que deseaba era perder el control . A lo Hombres G. Seguían ciscándose en el futbolista y, frente a otros años, se estaba más pendiente del teléfono que de la copa. Desfilaban coches blancos con C. Tangana en una frecuencia desconocida. A la Policía, la misma que había pedido tranquilidad, le seguían tocando el caballito.
Quien no pudo predecir la fiesta se quedó fumando. Y viendo.
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