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Una «colonia» de toxicómanos toma a diario la estación de Príncipe Pío

Vecinos y comerciantes denuncian que estos «sin techo» hacen sus necesidades, se pelean, y consumen drogas y alcohol en la vía pública. La labor del Samur Social resulta clave para su reinserción

Un grupo de personas sin hogar en el vestíbulo de Príncipe Pio FOTOS: GUILLERMO MORALES
Aitor Santos Moya

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En el intercambiador de Príncipe Pío no todos los trenes llegan siempre a buen puerto. Algunos, quedan parados, «inalterables» ante el continuo transitar de miles de pasajeros que asisten cada día a una escena decadente, enquistada desde hace años. Más de una veintena de personas sin hogar -drogodependientes en su mayoría- pasan las horas muertas en la explanada de la antigua Estación del Norte , aprovisionadas de litronas y cartones de vino. Su situación es límite. Y la de los vecinos, también.

«No es normal que lleven años malviviendo y siga todo igual», protesta indignada una mujer, que prefiere no bajar por las escaleras de entrada al Cercanías. El panorama no mejora tras cruzar el umbral de la puerta. Si llueve, buscan refugio en el amplio recibidor o desperdigados por los pasillos. «El problema no es tanto que duerman aquí, sino que hacen sus necesidades dentro, y es muy desagradable», resume una limpiadora sin entrar en detalles: «Prefiero no decir nada más».

Los dilemas se acumulan también en el exterior, donde, además de mendigar dinero o tabaco , las peleas entre ellos son parte habitual del paisaje. «Normalmente vienen y te piden unas monedas o un cigarrillo», señala un dependiente del centro comercial colindante a la estación. «Con los clientes no suelen ser conflictivos, pero hay días que viene alguno más alterado y se monta», prosigue, cansado de las molestias ocasionadas.

Trifulcas a plena luz del día

Hace dos semanas, un hombre atacó a otro con una muleta a plena luz del día. «Volvía de trabajar sobre las 5 de la tarde y me encontré la trifulca. Aunque la cosa no pasó a mayores, hubo uno que empezó a lanzar adoquines del suelo y, si llega a dar a alguien, lo descalabra», explica Jesús, quien acto seguido observó como un tercero sacó una botella de vidrio del pantalón para utilizarla a modo de arma arrojadiza: «No sé ni cómo la podía guardar ahí».

Tres «sin techo» charlan en la explanada de Príncipe Pío

El mal olor y los restos de basura son otras de las controversias que asuelan el enclave. «Es frecuente verles tirados en cartones o, simplemente, sobre el suelo», remarca un controlador de Renfe, convencido de que la ubicación de los «sin techo» varía según la presión de los vigilantes. «A veces, se van para la puerta del centro comercial y si los guardias llaman a la Policía es cuando vienen hacia la estación», incide.

Aunque dentro de ella, la seguridad de la red nacional ferroviaria no puede estar permanentemente en alerta. «También tienen que estar pendientes de los trenes, por lo que no pueden evitar que entren », remata el operario, con la duda de si una vez acabadas las obras que convertirán el antiguo vestíbulo de la Estación del Norte en un espacio cultural para conciertos, teatro y exposiciones, los adictos seguirán en la zona con el reloj del tiempo detenido.

Pese a todo, dentro del centro comercial la realidad actual dista mucho de la sangría de robos que hace años azotaba a las tiendas más cercanas a la calle. «Los de seguridad ya les conocen y si alguno entra, van detrás para que no pase nada», apunta un vendedor mientras apura un cigarrillo pasado el mediodía. A espaldas del histórico edificio, en el paseo del Rey, el deambular de toxicómanos es incluso más notorio. El motivo es la ubicación del albergue municipal de San Isidro, en el número 6; y el centro abierto para personas sin hogar La Rosa, en el 4. «Los vecinos están hartos porque se meten entre los coches a hacer sus necesidades», advierte el dueño de un taller y añade que el peligro principal surge cuando caminan por mitad de la calzada: «Van como zombis y los coches tienen que ir con cuidado».

Un hombre orina en un muro

En paralelo a las vías del tren, el verde del inicio del Parque del Oeste contrasta con los restos de bebidas alcohólicas esparcidos en la vía pública. En mitad del camino, una vecina reprime a un hombre por orinar en el muro: «¡Vete al albergue!», le grita Pilar Carpio, aunque el mensaje cae en saco roto. «Adónde voy a ir, si mira como estoy», responde el abroncado.

Dormir al raso

Lo cierto es que a medida que el camino avanza, la tranquilidad resulta casi embriagadora. «Tampoco es que se metan con nadie», sentencia una joven, poco antes de cruzar la pasarela que separa ambos centros del parque de la Bombilla . En ese lugar, un grupo de sin techo duerme en el escenario fijo donde antiguamente tocaba la orquesta. «Son muy tranquilos», aclara un grupo de jardineros a pocos metros de allí. Entre los arbustos -añaden- casi no se ven jeringuillas tiradas; si acaso, algo de papel plata con el que fumar un «chino».

Un grupo de indigentes duerme en el escenario fijo del parque de la Bombilla

Fuentes del Área de Gobierno de Equidad, Derechos Sociales y Empleo, que gestiona ambos centros, aseguran no tener constancia de un aumento significativo de personas en situación de desamparo. «El albergue de San Isidro está abierto a todos y salvo que esté completo, que no es el caso, reciben a todo aquel que lo necesite», recuerdan. Al ser un recinto de régimen abierto , sus moradores pueden entrar y salir cuando lo deseen, hecho que hace más complejo la labor de los profesionales. Los patrullajes preventivos del Samur Social resultan básicos para convencer a los vagabundos de la necesidad de recibir ayuda. «Hay casos que han costado hasta dos y tres años de trabajo diario con ellos para que aceptasen acudir al albergue», precisan las mismas fuentes.

Una vez dentro, unas normas básicas de higiene o respetar los horarios de comidas y el descanso nocturno fijado resultan imprescindibles para la convivencia entre usuarios y trabajadores. Un médico y un enfermero se encargan de llevar a la práctica un programa contra la drogadicción, en el que la metadona se dispensa para ser consumida al momento. «Las personas que se ponen en tratamiento de metadona dejan de consumir heroína y cocaína, pero el consumo de alcohol es más complicado de revertir», advierte el jefe de Departamento del Samur Social, Darío Pérez. El último tren de Príncipe Pio no siempre llega al destino deseado.

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