Carabanchel, distrito de artistas sobre las cenizas de la crisis
Las naves industriales que ocupaban antiguas imprentas y talleres mecánicos son locales de ensueño para estudios, galerías y espacios culturales que han convertido en la última década un barrio obrero en un ecosistema artístico
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Iniciar sesiónEl jaleo de operarios y furgonetas dominaba el pasado viernes los bajos de un edificio de ladrillo viejo en un rincón deshabitado de Carabanchel . Bajo la luz matutina, las apariencias engañan. Los trastos que cargaban y descargaban no eran materiales ni productos de ... fábrica, sino obras de arte, y el inmueble de cuatro plantas y aspecto olvidado es un hogar de artistas . En la misma calle hay tres locales de ensayo de música y, en las inmediaciones, decenas de estudios y espacios culturales que han aterrizado en la última década en las naves vaciadas por la crisis de 2008. Sin ambiente hípster ni garitos de moda, el distrito más poblado de Madrid (250.000 habitantes) se ha convertido en el epicentro de la creación artística .
En la primera planta, una puerta metálica da paso a la cocina de los estudios de Mala Fama . Su fundador, Carlos Aires , el pintor Alejandro Botubol y el comisario Luis Sicre desayunan junto al ventanal con vistas a una fachada donde cuelgan máquinas de aire acondicionado. A través de las ventanas se adivinan otros estudios. «Ser un intelectual en España es navegar a contracorriente todo el tiempo, es un país muy individualista y lorquiano. Carabanchel permite que los artistas se congreguen », explica Aires, que adoptó un modelo muy utilizado en Europa. En el espacio de Mala Fama conviven siete creadores repartidos en cinco talleres, que el artista malagueño alquila por 500 euros al mes. El proyecto, como sus vecinos de Nave Oporto , combate la precariedad del artista español.
El polígono ISO de Carabanchel, llamado así por las fábricas que producían en la década de los cincuenta el extinto Isocarro (motocarro), se ha transformado en un ecosistema que pivota alrededor del arte. La crisis financiera borró las imprentas y talleres mecánicos que dominaban la zona y liberó un sinfín de locales amplios y asequibles, rincones de ensueño para los artistas. «El espacio moldea la obra del artista, te hace más expansivo, tanto psíquicamente como físicamente», afirma Aires, que adquirió el local después de aguantar seis años en «una cochera sin luz natural» en Puerta del Ángel, por más de mil euros mensuales.
El arte cruza el río
Dan Benveniste fue de los primeros en cruzar el río Manzanares. Madrid cautivó a este grabador danés, aprendiz del gran Niels Borch Jensen en Copenhague, cuando apenas era un veinteañero. Su aventura en solitario arrancó en Tirso de Molina, hasta que el ‘boom’ inmobiliario finiquitó el contrato de alquiler de su taller y escapó de la almendra central para zambullirse en este barrio castizo de la periferia. «Me di cuenta de que podía traer de Alemania planchas de cobre muy grandes, de 125 por 250 centímetros, me interesaba un formato grande y necesitaba un espacio más grande», resume por teléfono. Nada más y nada menos que 400 metros cuadrados donde Benveniste Contemporary concentra su actividad como editorial, taller de grabados y sala de exposición.
Desde 2019, Benveniste comparte calle con la joven galería La Gran y barrio con la sobrecogedora nave de Sabrina Amrani , la primera galerista en saltar fuera de la M-30. «Como parisina, nunca me ha obsesionado la idea del centro. En París, con respecto al arte, como en Londres y Nueva York, hace falta cruzar la ciudad y no es un impedimento», dice Amrani, que puede presumir de 600 metros cuadrados —seis veces más grande que su espacio en Malasaña— en un barrio de talleres mecánicos. En los 350 metros cuadrados expositivos lucen obras de envergadura del cubano Dagoberto Rodríguez: grandes acuarelas que reproducen los huracanes Katrina y Álex, tres oscuros satélites elaborados con cerámica y dos puertas futuristas que parecen robadas del atrezo de ‘Star Wars’. Cruzar el río merece la pena: «Este espacio representa la posibilidad de generar una experiencia ». Sin quererlo, Amrani ha tumbado la primera ficha del dominó.
La Gran aterrizó en Carabanchel unos meses más tarde que Sabrina Amrani. En el vestíbulo del edificio, ahora ocupado por un buen puñado de espacios artísticos, perdura el directorio con los nombres de las antiguas imprentas que trabajaban en el inmueble. «Las dinámicas en otras ciudades son bastante claras: primero llegan los artistas, luego llegan las galerías, después los restaurantes, los promotores... y las cosas cambian. Yo creo que si no hubiera sido por el confinamiento habría más galerías ya», opina Pedro Gallego de Lerma , que trasladó su galería de Valladolid al corazón madrileño de la creatividad.
El renombrado diseñador industrial Álvaro Catalán de Ocón instaló su sede en Carabanchel en 2009. El distrito, en una «ciudad estandarizada, donde el artista se ha encontrado huérfano con los llamados ‘junk space’ (espacios basura)», en sus palabras, «está haciendo la labor de reunir una comunidad creativa». Catalán de Ocón describe el eje cultural que atraviesa Madrid: arranca en Colón, cruza Caixaforum, el Thyssen, el Reina Sofía... pasa por las formas más alternativas de la Casa Encendida y Matadero, y desemboca en el barrio de Oporto. «Ahí está la creatividad», zanja. Carabanchel no es Brooklyn ni el Soho londinense. Es un entramado castizo y singular que rezuma arte.
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