Una mancha gris fundida en el lugar de la madre de todas las ciudades rusas

No han pasado aún cuatro meses desde que el presidente Biden autorizó el uso de armamento de origen norteamericano en territorio ruso —un permiso limitado entonces al frente recién abierto en la región de Járkov— y ya tiene en sus manos otra patata caliente que ... podría influir tanto en el desarrollo de la guerra como en los resultados de las próximas elecciones en los EE.UU.

La dinámica del conflicto obliga ahora a Biden a decidir lo antes posible —por poco que le guste la presión, cada día de retraso daña la moral del pueblo ucraniano, centro de gravedad de la campaña de Putin— si permite el uso de sus misiles balísticos tierra-tierra ATACMS en territorio ruso. De su decisión depende también, en cierta medida, el empleo de los Storm Shadow suministrados por Gran Bretaña, que necesitan datos de los sistemas de inteligencia de los EE.UU. para alcanzar unos blancos quizá no decisivos, pero ciertamente valiosos: bases aéreas, sistemas de misiles tierra-tierra, puntos de lanzamiento de drones, centros de mando e instalaciones logísticas situadas hasta 300 kilómetros más allá del frente.

Son muchos los analistas que afirman que la autorización ya llegaría tarde, porque Putin ha tenido tiempo para desplazar muchos de sus sistemas críticos más allá de esa distancia. Sin embargo, esa valoración no es del todo exacta. Es obvio que si Biden da el ansiado sí, abrirá la posibilidad de entregar a Kiev misiles de mayor alcance —se piensa en el JASSM-ER— compatibles con el F-16. Con estas armas a su disposición, Ucrania convertiría en vulnerable la práctica totalidad del arsenal de misiles tácticos de Rusia.

En el Kremlin, por supuesto, son conscientes de lo que está en juego. Por eso están poniendo toda la carne en el asador para tratar de impedirlo o, cuando menos, retrasarlo hasta ver si suena la flauta en las elecciones norteamericanas. Putin, habitualmente en el papel de poli bueno —para los estándares del Kremlin— ha vuelto a poner cara de circunstancias, como si le apenara advertirnos de que la autorización para emplear armas de largo alcance en territorio ruso pondría a la OTAN en guerra contra la Federación.

Le gusta al dictador ruso fingir que su enemigo es la Alianza Atlántica —el valor de un hombre se mide por sus enemigos— a pesar de que sabe que no se trata de la OTAN, una organización que solo puede actuar si existe unanimidad entre sus miembros. La decisión sobre el empleo de los ATACMS corresponde a los EE.UU., y contrasta con las de algunos países aliados que ya han accedido a la razonable petición de Zelenski y con la de Hungría, que jamás ha apoyado a Ucrania con medios militares. Perdonémosle al dictador la vanidad, pero no el cinismo. Quien ahora se lamenta vende armas a la mitad del globo y, aunque lo niegue, emplea cada día en territorio ucraniano munición y drones procedentes de Corea del Norte e Irán.

En Occidente, la pequeña pero aguerrida legión de rusoplanistas defiende las amenazas de Putin con argumentos que bordean el racismo. A los ucranianos, que ya han aprendido a pilotar los aviones F-16 y fabrican misiles y drones bastante sofisticados, no se les supone capaces de lanzar un misil balístico más fiable y preciso que los de los hutíes, pero no muy diferente en cuanto al concepto. Algún analista prorruso hasta ha mostrado comprensión por las declaraciones de Medvédev, el poli malo del Kremlin, que compartió su profundo dolor por la posibilidad de que Kiev se convierta en «una mancha gris fundida en el lugar de la madre de todas las ciudades rusas.» Moscú, por supuesto, no tendría nada que ver en todo esto, porque Putin asegura que no ataca blancos civiles… con la misma sinceridad con la que niega haber recibido drones iraníes.

No debe Biden ceder al chantaje de Putin. Tampoco los españoles debemos temer una guerra nuclear que no se va a producir porque el dictador ruso, y con él su obra y su legado, se contaría entre las primeras víctimas. Esa es la esencia de la disuasión, de largo el mecanismo militar que mejor funciona.

Sin embargo, tampoco deberíamos frivolizar sobre un asunto que es serio. El artículo 2.4. de la Carta de la ONU dice textualmente que «los Miembros de la Organización, en sus relaciones internacionales, se abstendrán de recurrir a la amenaza o al uso de la fuerza». Si alguien prefiere no darse por aludido es cosa suya, pero tengo para mí que, además de bombardear Ucrania con armas de diversas procedencias, Putin nos está amenazando para arrebatarnos la libertad de decidir a quién queremos aceptar como socio. Malo sería para todos que le dejáramos salirse con la suya.

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